Diario de León

La mayor crisis del PSOE tiene su origen en la guerra Sánchez-Díaz

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No es fácil entender cómo ha llegado el PSOE a la batalla cainita que libran Pedro Sánchez y Susana Díaz que ha desembocado en la mayor crisis del partido en su centenaria historia. La presidenta de la Junta de Andalucía fue la gran valedora del ¿todavía? líder del partido para enfundarse dos años después el traje de verdugo. Entre medias, un cúmulo de razones confusas, agravios, y sobre todo, una guerra de egos y ambiciones.

Todo empezó un 28 de mayo de 2014. Aquel día el diputado Eduardo Madina condicionó su participación en la carrera para elegir al secretario general tras la dimisión de Alfredo Pérez Rubalcaba a que se celebrasen primarias bajo el principio de «un militante, un voto». Un planteamiento que truncó la pretensión de una ascendente Susana Díaz de ser elegida líder del PSOE por aclamación de los cuadros del partido. La presidenta de la Junta de Andalucía tomó partido por un casi desconocido diputado madrileño que se presentaba sin demasiadas esperanzas, Pedro Sánchez. Díaz arrastró en la operación a los barones de las principales federaciones y el ignoto pasó al estrellato al ganar las primarias con el 48% de los votos por el 36% de Madina. La interpretación que se hizo fue que Sánchez era el secretario general, pero Susana Díaz tenía el control del partido.

Nada más lejos, el nuevo líder del PSOE mostró de inmediato sus cartas y retó a quien quisiera competir de nuevo en primarias por la candidatura a presidente del Gobierno en las elecciones de 2015. La presidenta andaluza torció el gesto, no era lo previsto, el candidato debía ser cosa suya, y, contrariada, dio cien días al nuevo secretario general del PSOE para examinar su gestión. En octubre, ya confesó para justificar sus ya evidentes diferencias que Sánchez tenía una estrategia y ella, otra.

La inquilina del sevillano palacio de San Telmo no compartió muchas decisiones de los primeros días de Sánchez. Al igual que otros barones, que también veían con recelo los primeros pasos del que había sido su candidato. La relación entre ambos enseguida pasó de ser cálida a gélida.

Las alarmas se encendieron con la fulminante destitución del líder del Partido Socialista de Madrid, Tomás Gómez, ordenada por el secretario general en febrero de 2015. Gómez participó de forma muy activa en la operación para aupar a Sánchez y tenía buenas relaciones con Díaz.

Pero al margen de los asuntos orgánicos, el líder socialista se mostró muy celoso de su autonomía y no se prestó a ser instrumento de nadie.

Las elecciones generales del 20 de diciembre pasado marcaron el principio del fin. La presidenta andaluza, dicen en su entorno, se subía por las paredes cuando Sánchez calificó de «histórico» el peor resultado de los socialistas con 90 escaños.

Sánchez cree que su fuerza se alimenta de la militancia, Susana Díaz ha construido su poderío orgánico con los dirigentes. Los críticos han dicho basta y han preparado el desembarco en Normandía.

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