«Cada vez que vuelvo a León encuentro una parte de mí»

—¿Qué recuerdo tiene de León?

—Mi infancia es León. Los amigos, la familia. El colegio San Claudio, el parque San Francisco, la Venatoria, donde pasaba los veranos escapándome por los alrededores en bici con mis primas para coger moras. La montaña de la región de León donde íbamos en invierno a correr por la nieve. Los paseos por los alrededores de la Catedral los domingos tomando el vermú en el Húmedo con mis padres. Cada vez que vuelvo a León encuentro una parte de mí que es fundamental como lo es la infancia para cualquier persona.

—¿Su madre le leía poemas por teléfono cuando estaba en Irak?

—En dos ocasiones. Con mi madre quería hablar muy poco y le engañaba diciendo que comía muy bien, incluso tortilla de patata, cuando solo tenía unos quesitos y pasaba hambre. Pero en un par de ocasiones que tuvimos una conversación más larga y yo estaba con la mente contaminada por el horror le pedí que me leyera algo porque la poesía simbolizaba para mí como lavarte cuando llegas llena de mierda. Yo me hacía muy fuerte con mi madre pero ese día le pedí eso. Me leyó unos versos preciosos que me ayudaron. Yo sólo había llevado ensayos y un libro de Miguel Hernández que regalé a un iraquí que hablaba español y que por cierto todos los días me decía: «Tristes guerras».

—Dice que no asume el riesgo de la guerra desde que es madre. ¿Cambia sentirse responsable de una vida que no es la propia?

—Claro que cambia. Un amigo empezó a tener miedo a los aviones desde que fue padre. Pero hay muchos colegas que siguen arriesgando la vida a unos límites inconcebibles, también mujeres... En mi caso, he encontrado otras cuestiones que me interesan pero, ser madre fue un acto muy consciente, y no me voy a meter en la guerra de Siria, por ejemplo. Pero sí estuve en Egipto en 2011 y el ejército disparaba balas de verdad que te pasaban al lado o lacrimógenos contaminados

—Una comida.

—El humus.

—Un periodista.

—Rosa María Calaf y Kapuscinski.

—Un lugar

—El Cairo.

—Un libro

—El segundo sexo, de Simone de Beauvoir y La doctrina del shock, de Naomí Klein.