Diario de León

OLGA RODRÍGUEZ. periodista experta en oriente medio y escritora

«La primera vez que lloré en una cobertura fue con los refugiados»

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ANA GAITERO (texto)

RAQUEL P. VIECO (foto)

Olga Rodríguez Francisco (León. 1975) nació y vivió en la capital del viejo reino hasta los 10 años. Su madre y su padre, también periodistas, intentaron disuadirla de tomar su camino. Ella no cedió y con 17 años se fue a Madrid a estudiar Periodismo. Se especializó en la Uned en Oriente Medio y empezó su carrera en la Ser. Ha colaborado con Cuatro y CNN+, Público, El País Periodismo Humano y es cofundadora del digital diario.es. La oenegé jesuita Entreculturas le ha distinguido con el premio Periodista Enfocada 2016. Tiene una hija con el actor Juan Diego Boto, su pareja.

—¿Qué salida le ve a la guerra de Siria que asola a la población desde hace cinco años y salpica a Europa a través de los refugiados?

—La salida a un conflicto es la paz. Lo que pasa que no hay voluntad. En Siria, en 2013, hubo la oportunidad de sentarse a negociar (el Isis no era tan fuerte) pero cualquier acuerdo pasaba por Irán y hubo quien no quiso sentarse. Cuando digo negociar hablo incluso una tregua, porque las treguas por pequeñas que sean, salvan vidas. En Siria se ha apostado por una especie de guerra de desgaste en la que entre las partes locales implicadas no haya claros ganadores ni perdedores para que todas estén muy debilitadas y Siria pueda ser fácilmente troceadita.

—Ahora nos sorprende que vengan tantos refugiados. ¿Se podría haber evitado?

—El drama de los refugiados, pero era una crónica anunciada. Viene de la época de Irak que es donde se gesta el Isis con las misiones secretas estadounidenses. Los refugiados llegan aquí y se les somete a pública subasta reduciéndoles a meros números como si no fueran seres humanos. Dice un poema de Federico García Lorca, debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato. Detrás de los números hay gente. España sólo ha acogido a 500 y pico refugiados, mientras que en Líbano hay 1.200.000, y las armas que nuestros gobiernos venden en la región siguen yendo. Los refugiados vienen y las armas van a Siria, a Arabia Saudí, a Israel, a Yemen donde se está bombardeando a población civil. Según Naciones Unidas, Estados Unidos ha matado en Yemen a más civiles que Al Qaeda y algunas de las armas que Arabia Saudí está empleando en Yemen se las vendió España. El cinismo es ilimitado y sangrante.

—La tregua no ha sido esperanzadora.

—Sigue sin haber voluntad. En los años 80, cuando la guerra de Irán-Irak, Estados Unidos apostó por el Irak de Sadam Husein, le dio armas, y cuando vio que se hacía demasiado grande y poderoso decidió que era el momento de apoyar subterráneamente a Irán y con la venta de esas armas a Irán financió a la contra nicaragüense. Tenía dos gigantes matándose e hizo lo posible para que no hubiera un claro ganador. Hubo más de un millón de muertos. Ahora no es una guerra entre dos estados, sino dentro de un estado que es patio de operaciones de muchos otros estados y de organizaciones armadas por otros estados. Quien sale perdiendo es la población siria y el propio concepto de estado sirio.

—¿La escasa cobertura de esta guerra influye en la reacción de la opinión pública de Europa frente a los refugiados y el auge de los partidos xenófobos?

—Hay una parte de responsabilidad de muchos políticos que, ante la crisis económica y moral de Europa, agitan el fantasma de la migración para justificar la represión y el recorte de libertades. Más allá de ello, si se informa mal, se distorsiona la realidad y se da altavoz como se hace en muchas tertulias a estos mensajes racistas, xenófobos e islamófobos se están agitando discursos muy peligrosos.

—Dicen que la libertad de expresión es la primera víctima de una guerra, ¿Y en la crisis?

—Dice David Simon, un periodista reconvertido en guionista de series de televisión tan estupendas como The Wire, que hay un antes y un después en los medios de comunicación marcado por el momento en el que el poder financiero entra en sus consejos de administración. A partir de ese momento, muchos medios dejan de ser dirigidos por periodistas y son dirigidos por gerentes que conciben la información, no como un servicio público, que es como está contemplado por la Constitución y por la carta de Naciones Unidas, sino como mera mercancía. Se apuesta por la banalización. Las primeras víctimas fueron las secciones de internacional. Empezamos a ver el mundo a través de las dos grandes agencias internacionales de noticias, que nos llevan a una uniformidad. Cuando pasa algo en Oriente Medio, la sociedad se lleva las manos a la cabeza y no entiende nada. En un mundo globalizado, en pleno siglo XXI, es una falta de responsabilidad periodística y moral no apostar por la información internacional porque eso nos lleva a estereotipos, simplificaciones y discursos racistas.

—La profesión también ha quedado tocada.

—Muy tocada, con Eres, despidos masivos, empezando por la gente más crítica y más formada. Los periodistas somos trabajadores pero no un trabajador cualquiera. Tenemos entre manos un derecho público y fundamental y una sociedad mal informada es muy manejable. Yo prefiero cambiar de profesión antes que traspasar determinadas líneas rojas.

—¿Aconseja eso a los periodistas sometidos a presiones trabajando o acuciados por el paro?

—Yo no soy nadie para aconsejar a compañeros de profesión. Hay gente que tiene hipotecas, hijos y que no tiene posibilidad de encontrar otro trabajo o no tiene ganas de buscarlo. Allá cada cual. Pero como ciudadana quiero y necesito, y creo que es urgente en este momento, periodistas muy coherentes, muy valientes, muy honestos y que estén dispuestos a luchar por la verdad. Es fundamental.

—Las redes sociales ¿son también una amenaza para la profesión periodística?

—Yo sí creo en la democratización de la comunicación. Se abrió una ventana de frescura, democratizadora con los blogs y luego con las redes sociales. Ahora bien, desde las redes sociales se hace mucho ruido, con mucha desinformación o información mal trabajada.

—¿La prensa digital acabará con la impresa?

-Todo depende. Ya está habiendo prensa digital con accionariado de perfil similar al de los grandes medios de comunicación tradicionales. Me gusta el papel y confío en que se mantenga porque nos da la posibilidad de tener un espacio más de reflexión que no lo da la pantalla. El papel tiene la posibilidad de apostar por un periodismo de análisis y en profundidad, por el género del reportaje que está tan mal cuidado y olvidado.

—¿Defiende el periodismo comprometido por encima del tópico de la objetividad?

—Cuando ya has cubierto algunas guerras y has visto alfombras de cadáveres a tus pies y madres huérfanas de hijos y padres con los cadáveres rotos de sus hijos tratando de recomponerlos... y un dolor irreparable que dura generaciones, que provoca terror e infierno es más fácil que apuestes por un periodismo comprometido con los derechos humanos. En estos momentos en los que nos están recortando derechos fundamentales, no sólo en Oriente Medio y África, hay que llamar a las cosas por su nombre. El New York Times cuestionaba recientemente eso de la equidistancia. Si un político miente hay que decir que es un mentiroso. Se ha abusado de ese periodismo equidistante que pone al mismo nivel al verdugo y al asesinado, al ocupante y al ocupado. Si estuviéramos en la II Guerra Mundial publicaría: ‘El rabino del gueto de Varsovia dice que los nazis les están masacrando. Lo niegan’. Así, el periodista no cuenta la realidad: que los nazis están masacrando y enviando al crematorio a miles de personas.

—¿Las mujeres aportan un punto de vista diferente al periodismo y al de guerra en particular?

—No necesariamente, depende. Se puede contar una guerra como una peli de acción o se puede contar a través de sus víctimas, en los hospitales, en las casas, en las morgues y dar la voz a la gente que sufre la guerra. Hay dos narrativas en cómo se cubre una guerra y también hay muchas narrativas periodísticas a la hora de contar la realidad de nuestro país. En esa narrativa más feminizada, que da espacio a las personas, se entiende mucho mejor qué es lo que está pasando en un momento histórico. Lo podemos llamar mirada feminizada, sensible o como queramos. Pero yo he tenido compañeras que tienen una forma de narrar la guerra de una forma muy masculinizada y compañeros que tienen una forma de narrar las guerras a través de la cual llegan muy bien al corazón del lector.

—¿Y feminista?

—Si es una mirada feminista, mejor porque tiene en cuenta siempre donde hay o no hay igualdad de género y cómo afecta cualquier cuestión a las mujeres. El feminismo es transversal.

—¿Qué análisis hace del panorama político de España de aquí a diciembre?

—Complicado. Mientras el PSOE no decida qué quiere ser no saldremos de ese impás. Está claro es que hay un sector del PSOE que quiere en el fondo la gran coalición y abstenerse para facilitar el Gobierno de Rajoy y otro que quiere intentar un gobierno de las fuerzas progresistas. Será un camino u otro. Pero será muy definitorio y afectará profundamente al PSOE. Tras el 15-M cambió el tablero político y las fuerzas de siempre se resisten a que haya una movilidad.

—¿La unión de Podemos e Izquierda Unida ha sido frustrante?

—Podemos habría obtenido un resultado inferior si no se hubiera formado la coalición. Tras las elecciones de diciembre ha habido una carga adicional pesada por parte de algunos medios de comunicación y eso junto con todos los bailes sobre posibles combinaciones y permutaciones y negociaciones entre unos y otros pasó factura a Podemos.

—¿Sobrevivirá Podemos a estos envites y al desánimo de la gente después de cinco años del 15 M?

—Fueron muy hábiles a la hora de entender que estaba habiendo un espacio político que no estaba cubriendo nadie. La socialdemocracia fue sustituida por medidas ultraliberales y las clases medias se veían desposeídas, aumentaba la precariedad, la desigualdad. Ahora depende de cómo lo gestionen saldrán más fuertes o más débiles. Yo creo que a Podemos le ha funcionado muy bien ese discurso impugnatorio de llamar a las cosas por su nombre y podría seguir funcionando ahora. Tienen ese debate interno y ya se verá.

—¿Queda alguna flor de la primavera árabe?

—Es un término que no me gustó y que los propios activistas rechazaban. De la llamada primavera árabe no queda nada. Las revueltas árabes fueron secuestradas o reconducidas muy rápidamente por potencias regionales internacionales. En Egipto usaron al ejército y luego posteriormente a un mariscal para que diera un golpe. En el caso de Libia y Siria aprovecharon las primeras manifestaciones para introducir armas y convertir aquello en una guerra en busca de los dos intereses de dos potencias y no de la población. El único lugar donde queda algún atisbo de cambio y puede haber alguna flor de esperanza puede ser Túnez, pero cada vez lo tienen más difícil. La verdad es que la falta de solidaridad ha sido enorme y los medios deben entonar un mea culpa. Informaron poco o informaron mal. Muchos se negaron a llamar golpe de estado al golpe de estado egipcio porque era la consigna de Estados Unidos.

—¿Es partidaria de que se permita a las adolescentes musulmanas el pañuelo en clase?

—Yo no creo en las imposiciones. Debemos fomentar la integración de otras culturas y de gente que en muchos casos ha llegado a nuestro continente dejando atrás cosas terribles. Tenemos que saber ser gente civilizada.

—Muchas lo llevan obligadas.

—Sí, pero cuidado con erigirnos como adalides de las libertades de las mujeres cuando en nuestras propias sociedades las mujeres seguimos estando discriminadas laboralmente, salarialmente y socialmente.

—Si se les impone, ¿cómo se garantizan los derechos de esas niñas?

—El hecho de prohibir a las niñas que vayan con velo sólo va a servir para que no vayan a clase. Si queremos combatir la discriminación y la opresión que sufren las mujeres árabes y musulmanas —las árabes cristianas también la sufren— no es sólo una cuestión relacionada con una etnia o religión, invirtamos en democracia y en acabar con la desigualdades en esos países y no en apoyar a dictadores.

—El asesinato de José Couso, su compañero, fue la peor noticia que ha dado en su vida. ¿Cómo sobrellevó aquello?

—El asesinato de mi amigo José Couso fue algo terrible y que a mí me marcará para siempre. Es algo muy doloroso y que tengo presente aún. Yo misma volví a nacer ese día porque me pasó la metralla a milímetros. Más allá de eso, el horror que ya había visto antes y el que vi después en Irak fue tal, y así se lo he dicho a la familia, que José Couso fue una de las cientos de miles de víctimas de la ocupación. No hay que olvidar que aquella mañana del 8 de abril de 2003 en menos de tres horas el ejército estadounidenses atacó las tres sedes de la prensa independiente en Bagdad: la de Al Jazzira, luego la sede de Abu Dabi, donde hirieron a varios, y el hotel Palestina donde mataron a dos y otro quedó gravemente herido. La impunidad duele aún más porque el presunto fuego amigo no dudó en disparar para dispersar a la prensa y de ese modo conseguir su objetivo, que lo logró: que no tomáramos imágenes ni viéramos nada en las siguientes horas.

—¿Tuvo miedo?

—Sí, siempre se tiene miedo, quien diga lo contrario mentirá. Se tiene miedo, pero se pospone mucho el duelo. El año pasado en la fronteras de Serbia con Hungría, en la ruta de los refugiados, fue la primera vez que lloré en una cobertura. Estaba con otros periodistas veteranos. Primero lloramos de rabia profunda porque es nuestro continente, presuntamente civilizado, y estábamos viendo campos de concentración, maltrato y cosas que a cualquier persona decente le escandalizan y en segundo lugar no había riesgo para mi integridad física y podía permitirme expresarme en el momento. En las guerras pospones los duelos porque estás en alerta. Las lágrimas y el derrumbe llegan a la vuelta, no cuando estás allí.

—¿Cómo combatía el miedo?

—Ves continuamente tantas barbaridades, tienes unas ganas terribles de contarlas al mundo. Y tienes el privilegio de tener un arma que es el teléfono satélite, a través para enviar tus crónicas o hacer una conexión para la tele o la radio. Antes del inicio de la guerra hubo colegas que nos dijeron a varias periodistas europeas que eso no iba a ser un lugar para nosotras. Uno de los que me lo dijo luego entró en pánico. Es normal y legítimo, a lo mejor algún día también me pasa.

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