ENTREVISTA
Alberto Garzón: "El PCE de la transición se autoengañó y engañó a los militantes"
Se hizo marxista estudiando el capitalismo, pero luego chocó con la cultura de 'partido vertical' del viejo PCE. El joven líder de Izquierda Unida cree que han quedado atrás los años en los que definirse como comunista restaba puntos para intervenir en política
En el despacho de Alberto Garzón en el Congreso de los Diputados no hay banderas rojas ni atrezzo de inspiración comunista. Solo una bandera de la República reclama la atención tras su mesa de trabajo. Los que le acusan de haber liquidado la memoria del PCE al coaligarse con Podemos encontrarán coherentes sus reparos hacia la liturgia del viejo partido, con cuyo pasado es muy crítico. Sin embargo, se sorprenderán al escucharle: he aquí un comunista de 31 años que pide devolver la lucha del marxismo a las calles.
-¿Por qué se hizo comunista?
-Mi caso fue tardío y raro. La mayoría de la gente de mi edad se afilió siguiendo los pasos de sus padres. Los míos votaban a Izquierda Unida, pero no militaban en el partido. En la adolescencia empecé a moverme en el espacio de la izquierda progresista y a los 17 años me afilié a IU. A partir de ahí hice el camino contrario al habitual y pasé de la moderación del republicanismo democrático al comunismo más radical. A los 20 años entré en las Juventudes Comunistas tras leer una biografía de Julio Anguita.
-¿Qué descubrió?
-En Anguita vi un compromiso político con el que me sentí identificado. Entendí que esas ideas que yo también compartía solo podían llevarse a la práctica si la gente se implicaba. Curiosamente, esto me pasó mientras estudiaba Económicas en la Universidad de Málaga. Allí enseñan el funcionamiento del capitalismo para optimizarlo, pero yo descubrí que esas teorías eran fantasías que no se correspondían con la realidad, que la vida la explicaban mejor los textos de Marx. Yo me hice comunista estudiando el capitalismo. Pero no quise limitarme a analizar el marxismo, sino que me propuse trabajar para hacer realidad esas ideas. Por eso me afilié.
-¿Qué encontró en el partido?
-Un montón de familias que interpretaban el comunismo cada una a su manera. Teníamos discusiones larguísimas sobre la revolución de 1917, la primavera de Praga, la caída del Muro de Berlín, el carrillismo… Yo venía del movimiento libertario y la democracia radical, así que impugné el modelo vertical y centralista que imperaba en el partido. Mi análisis era muy crítico, porque encontré discutibles muchos momentos de la historia del PCE.
-¿Por ejemplo?
-Su papel en la transición. El PCE cometió el error de racionalizar su derrota. Sabía que no había conseguido lo que perseguía, pero se autoengañó y engañó a los militantes diciéndoles que la Constitución del 78 era el camino al socialismo. A partir de ahí, el partido adoptó una estrategia conservadora con un deje muy institucionalista y moderó su discurso para competir en las elecciones. Renunció al leninismo, asumió la bandera monárquica y firmó los Pactos de la Moncloa, que fueron la primera medida neoliberal que se tomó en la España democrática.
-¿Carrillo no debió haber firmado aquel pacto?
-No coincido con los que dicen que Carrillo fue un traidor al comunismo, pero creo que se equivocó al apostar por la moderación. La relación de fuerzas era la que era, había un clima de violencia insoportable y se hizo lo que se pudo, pero si pides 10 no puedes conformarte con cinco. Carrillo pensó que si se mostraba responsable borraría la imagen que había creado el franquismo sobre el comunismo, pero fue una trampa. Los militantes no se sintieron identificados con ese discurso y en dos años pasamos de 200.000 afiliados a la mitad.
-¿Llegó a hablar de todo esto con Carrillo?
-Coincidimos un par de veces y siempre le traté con mucho respeto. Me parece injusto que la memoria de este país le haya equiparado a Fraga, igualando a un luchador contra la dictadura con alguien que justificaba la represión, pero esto es otra consecuencia de la cultura de la transición, que se basó en el olvido. De pronto, todos éramos hermanos y nadie hablaba de lo que había pasado. No se podía decir que Suárez había sido un líder falangista ni que Fraga había sido el ministro que justificó el fusilamiento de Grimau. La transición impuso ese silencio, y Carrillo fue uno de los promotores de esa cultura.
-Anguita, su referente, veía las encuestas y clamaba: "No me queráis tanto y votadme más". ¿Por qué el comunismo no ha conectado con el electorado de este país?
-Para el poder económico, el comunismo ha sido siempre una pesadilla. Hay quien opina que con ese miedo ya hemos cumplido nuestra misión, porque así los capitalistas son más sensibles a las demandas de los trabajadores. Desde el poder económico se ha promovido una propaganda anticomunista que nos pinta como diablos con cuernos y rabo que ha acabado calando en la sociedad. Hoy mismo, en una comisión del Congreso, me han llamado tres veces "comunista" pensando que así me ofenden.
-Pero el comunismo tampoco ha sabido contrarrestar esa estrategia.
-La única forma que hay de luchar contra la propaganda anticomunista es construyendo tejido social a través de la práctica política. Los comunistas italianos lo hicieron durante años. Crearon asociaciones de vecinos, ateneos, clubes deportivos e incluso bares comunistas que demostraban que la sociedad podía organizarse de otra manera. El PCE también lo hizo durante la dictadura, pero al llegar la democracia renunció a esa estrategia y dedicó todos sus esfuerzos a la contienda electoral. Al final, el partido y la calle se alejaron, y las clases populares dejaron de votar a los partidos que dicen representarles.
-¿No es paradójico?
-Sí. Según todos los estudios, el votante mayoritario de IU, PSOE y Podemos es de clase media ilustrada. ¿Dónde están los desposeídos? El reto de la izquierda de este país es resolver este dilema si no queremos vernos como en Francia, donde los hijos de los trabajadores comunistas de los años 70 que sufrieron la desindustrialización liberal de los años 80 y 90 se ven sin industrias donde trabajar y abrazan el discurso fascista de Le Pen. Ser comunista hoy no consiste en votar a un partido que pide nacionalizar las grandes empresas, consiste en construir red social, implica activismo.
-¿Cómo lleva que la vieja guardia del PCE le acuse de ser el sepulturero del comunismo por coaligarse con Podemos?
-Curiosamente, los más mayores entienden mejor el concepto de Unidad Popular que los que se criaron en la transición. El viejo movimiento obrero pensaba en la clase social, no en el partido. Los que se formaron en la cultura de la transición se obsesionaron con el instrumento, llámese PCE o IU, y empezaron a verlo desde una óptica empresarial. Su único objetivo era maximizar los resultados electorales. Precisamente, estos son los más críticos con Unidos Podemos.
-¿Para hacer realidad su objetivo político, cree que suma o resta presentarse como comunista?
-Hemos estado mucho tiempo asumiendo que decir que eres comunista restaba. En tiempos de Carrillo se pensaba así, por eso intentaban parecer que no lo eran y perdieron la batalla cultural. Comunista equivalía a ser defensor de la democracia y nada más. Tengo la sensación de que esa idea está cambiando. Hace poco di una charla sobre marxismo en la Universidad Complutense y se presentaron 1.300 jóvenes a escucharme. Los viejos decían que no habían visto nada igual desde el comienzo de la democracia. Esta recuperación está siendo posible porque hoy reclamamos ser comunistas, porque ya no nos escondemos.
-¿Celebraremos el 50º aniversario de la legalización del PCE o dentro de 10 años hablaremos de otras siglas?
-El comunismo va a tener sentido hasta que superemos el capitalismo. Lo de menos son los instrumentos para lograrlo, llámense PCE, IU, Podemos o Unidad Popular. El Partido Comunista, tal y como yo lo concibo, debería encargarse de construir esa nueva sociedad, pero ha de hacerlo de abajo arriba, empezando en la calle. Hablo de un proyecto a largo plazo. Y de una batalla política, porque dentro del partido no todo el mundo lo ve de esta manera.