El ambiente tras la deriva secesionista
La oleada de división ‘ahoga’ a los catalanes
Los ciudadanos admiten que la fractura social que se ha creado con el proceso soberanista y la respuesta del Gobierno central «se agrandará aunque se logre parar el conflicto». La ruptura entre unos y otros es evidente.
Isabel Corbillón | Barcelona
Se llaman María Angeles, Luis, Pere, Manuel o Rosa. Cuatro nombres cualquiera para ponerle rostro a la fractura social catalana. Y a su factura, que ya está pagando una comunidad de 7,5 millones de personas. Pero podían ser Joxian, Miren, Bittori y el Txato, los personajes de ‘Patria’, la novela con la que Fernando Aramburu ha metido el bisturí hasta el fondo de las heridas morales que aún no ha logrado cerrar la sociedad vasca. Aún reos de lo que sus independentistas llaman asépticamente ‘el conflicto’. La directora de cine, Isabel Coixet, la de mayor proyección internacional de Cataluña, resume esa corrosión social con descarnado pesimismo. «Veo un suicidio a cámara lenta y no sé por qué». Con una hija de 17 años, Coixet reconoce que «no sé cómo explicarle todo esto a mi hija». Apela al mestizaje entre una madre salmantina y un padre catalán que «me enseñaron que el amor a esta tierra no necesita de banderas ni demostraciones callejeras».
La realidad es que los barrios de Cataluña se han llenado de víctimas de otro término quirúrgico: ‘el procés’. Y, pase lo que pase en los próximos días, ambos extremos están de acuerdo: «aunque se pare la política, la fractura se va a agrandar. Ves a la gente callada y con la mirada torva hacia el que no es de los suyos». María Angeles y su marido, Luis, llegaron a Sabadell desde el corazón de Castilla hace 41 años. Él pertenecía a la generación de cientos de maestros de toda España que sacaron plaza en las escuelas catalanas. «Somos de los últimos que quedan, la mayoría se volvieron con la inmersión lingüística que se ha impuesto desde hace 30 años».
Su vida en el centro de Sabadell, «la Cataluña pura y dura», se ha contaminado de una atmósfera cada vez más irrespirable. Llena de gestos hostiles. En su comunidad (28 vecinos) son los únicos que no son catalanes cien por cien. «En mi escalera ya no me saludan en castellano y en las reuniones de la comunidad ni se plantea no hacerlas en catalán. La mirada de superioridad se ha agudizado de dos años para acá», lamenta la mujer.
Su relato de las afrentas se tiñe de matices y ejemplos sin parar. El matrimonio cita a amigos con los que ya no pueden hablar ni quedar. María Angeles, 65 años recién cumplidos, se emociona al hablar de Nuria, su mejor amiga ‘indepe’ con la que caminaba cada día para no perder la forma. «Antes hablábamos de todo en nuestras rutas. El cariño estaba por encima de nuestras divergencias. Hasta que le dije que yo no entendía España sin Cataluña. Me pidió que ‘mientras esto no se calme no vamos a poder caminar juntas’». Con los años, Luis recicló su vocación educativa y abrió un despacho en casa. «No soportaba la deriva de adoctrinamiento que veía en algunos colegas».
La deriva del ‘procés’ incluso roza su ámbito familiar. Con el marido de su hija menor, un hombre de familia manchego-catalana sensible a la causa separatista, María Angeles tuvo una conversación «subida de tono, sobre todo cuando me soltó lo del ‘España nos roba’». Su hija, funcionaria pública, tuvo que mediar por la vía más práctica. «Si quieres que tengamos quién nos cuide al niño, creo que tu suegra (o sea, su madre) se acabará marchando», le soltó a su marido.