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La CUP teme que Puigdemont se eche en brazos de Ada Colau

Los anticapitalistas dan un mes al presidente de la Generalitat para declarar la independencia con todos sus efectos jurídicos

La alcaldesa de Barcelona Ada Colau(i), junto a varios testigos durante el acto de homenaje a los trabajadores de los comercios, bares y restaurantes de La Rambla por su coraje el día del atentado de 17 de agosto.

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CRISTIAN REINO | BARCELONA
León

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Las relaciones entre Junts pel Sí y la CUP nunca han sido una balsa de aceite, más bien han sido un continuo toma y daca de imposiciones y desgastes. Los anticapitalistas llevan dos años ejerciendo de ariete independentista y su presión, llevada al extremo cuando pidieron la cabeza de Artur Mas o forzaron una moción de confianza hace un año, ha acabado por erosionar una alianza, ya de por sí antinatura, entre formaciones casi antagónicas, como el PDeCAT y la CUP. "Puigdemont envió ayer un mensaje de confianza cero hacia la CUP", se lamentó hoy el portavoz de la ejecutiva de la formación antisistema, Quim Arrufat. "El presidente de la Generalitat nos ha fallado", añadió.

A los anticapitalistas no les gustó el discurso pronunciado por el jefe del Ejecutivo catalán el martes por la tarde en la Cámara catalana y creen que ha acabado cediendo a las presiones de la UE y de los agentes económicos. Hay quien incluso en la CUP habló de "traición". "¿Cuántos pasos más hemos de dar? Si no nos lo habíamos ganado ya suficientemente, el 1-O nos ganamos el derecho a proclamar la independencia", aseguró la diputada cupera Eulalia Reguant. La parlamentaria independentista exigió "todas las explicaciones posibles" a Puigdemont porque la "gente no entendió nada" de lo que pasó el martes en el Parlamento. Pero además, los antisistema temen que Junts pel Sí y Puigdemont hayan optado por cambiar de socios para el resto de la legislatura y estén iniciando un proceso de aproximación a los comunes de Ada Colau. El debate del martes escenificó este cambio de tercio. Mientras Anna Gabriel mostraba su indignación por la suspensión de la independencia por parte del presidente de la Generalitat tras haberla declarado poco antes, Lluís Rabell, portavoz de Catalunya sí que es Pot, celebraba que se había abierto una oportunidad al diálogo. Reguant afirmó ayer que a los anticapitalistas les extrañó la "tranquilidad" y lo "contentos" que estaban los representantes de la izquierda alternativa con el discurso de Puigdemont y que tuvieron la sensación de que la declaración del presidente no les cogió "por sorpresa".

No es baladí en este sentido que casi los dos primeros dirigentes que reaccionaron de manera positiva al discurso de Puigdemont del martes fueron Ada Colau y Pablo Iglesias. Ambos "agradecieron" al presidente de la Generalitat su apuesta por el diálogo y la "sensatez". Ya hace meses que Puigdemont y Colau se cortejan uno a cada lado de la plaza de Sant Jaume. Su último acuerdo facilitó que el referéndum del pasado 1-O pudiera celebrarse en la ciudad de Barcelona.

Relación tocada

La alianza entre Junts pel Sí y la CUP está "tocada", admitieron hoy los anticapitalistas, pero aún no está rota del todo. La formación de ultraizquierda dio un mes a Puigdemont para que pueda explorar las vías de diálogo y mediación que solicitó en su discurso. Si superadas estas cuatro semanas las conversaciones no han servido para encarrilar algún tipo de acuerdo, la CUP reclamará la declaración unilateral de independencia. Pero lo hará desde una posición casi extraparlamentaria, en la medida en que los diputados cuperos se plantean dejar de participar en la actividad ordinaria de la Cámara catalana con el argumento de que se niegan a seguir haciendo política autonómica. En el consejo político que la CUP celebrará el sábado, la ejecutiva propondrá que sus parlamentarios abandonen el Parlamento autonómico y solo vuelvan a él para participar en una nueva sesión de declaración de la independencia. Aunque también es cierto, que si Puigdemont y Colau acercaran posiciones hasta sellar un pacto, se entiende que la proclamación de la secesión ya no sería el objetivo central del presidente de la Generalitat y la política catalana daría un giro de 180 grados.