El órdago independentista restaura la relación entre Rajoy y Pedro Sánchez
Ambos dirigentes se han visto obligados a superar sus diferencias y articular una respuesta conjunta a la crisis institucional.
Nuria Vega / Efe | Madrid
La crisis catalana ha obrado el milagro de facilitar el entendimiento entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez después de meses de desprecio mutuo. Ha hecho falta que el debate se haya instalado, como apunta el PSOE, en un estadio «prepolítico», de simple defensa de la legalidad, para que ambos líderes puedan articular una respuesta conjunta a un problema complejo. Y aunque este consenso de mínimos no anticipe futuros acuerdos en el Congreso, sí ha servido para normalizar la relación y culminar el deshielo.
El 14 de diciembre de 2015, el único debate cara a cara de la campaña electoral del 20-D abrió una brecha entre Rajoy y Sánchez. El secretario general del PSOE, centrado en los casos de corrupción que han erosionado al PP, negó que el jefe del Ejecutivo fuera un tipo “decente», quien a su vez tildó de «ruin» y «miserable» a su contrincante. El presidente, que nunca había llegado a entenderse con el líder socialista, no ocultó entonces su malestar por un estilo de hacer política que ni entendía ni compartía. Para Sánchez, Rajoy no estaba en condiciones para gobernar.
La incomunicación dificultó los meses siguientes la estabilidad del país. Los desplantes mutuos trufaron un 2016 en el que ni Rajoy ni Sánchez conseguían protagonizar una investidura con opciones de éxito. Cuentan en la Moncloa que el primer contacto, brevísimo, tras las elecciones generales entre el líder del PSOE y el presidente del Gobierno en funciones frustró hasta la posibilidad de que tomaran un café con tranquilidad. Aseguran que el secretario general del PSOE entró con el no por delante a todo lo que pudiera plantear el dirigente conservador, que había logrado una exigua mayoría en los comicios, y que no hubo opción de negociar.
Meses después, la escena se repetiría cuando fue Sánchez quien intentó impulsar en el Congreso su candidatura a presidente del Gobierno y Rajoy ni estrechó su mano ante las cámaras. Ya en agosto, la última vez que el líder del PP intentaría ganarse la complicidad de los socialistas para superar la investidura, el representante del PSOE calificó su encuentro de «perfectamente prescindible».
Con el otoño llegó la salida forzada de Sánchez de la secretaría general de los socialistas y la consecuente reelección de Rajoy en el Congreso, gracias a las abstenciones en la bancada del PSOE. Meses después, con el retorno del líder caído comenzaría la tregua.
Las primarias de su partido legitimaron en mayo de 2017 a Sánchez como líder de la segunda fuerza política y para entonces Rajoy llevaba casi siete meses reinstalado en la Moncloa. En julio, la primera reunión oficial entre ambos en la nueva era dejaba constancia de que la relación podía recomponerse. Ha sido, en todo caso, el proceso secesionista el que ha obligado a establecer un canal de comunicación permanente. «Ante una crisis de Estado —reconoció el líder del PSOE el pasado 12 de octubre—, dos políticos muy distintos hemos dejado a un lado nuestras discrepancias, hemos hablado mucho». Pero, puntualizó, estaba del lado del Estado, no del Gobierno.
Abrazo en Aragón
Por otra parte, el abrazo que se dieron ayer el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y el líder de los socialistas aragoneses, Javier Lambán, ha cerrado temporalmente una fase de profundas discrepancias personales, y de paso, ha sellado el proceso de renovación regional tras un año de gran tensión interna. Había expectación en el XVI congreso del PSOE Aragón por cómo se reencontrarían Sánchez y Lambán después de las tiranteces (no disimuladas) que el uno generaba en el otro, y viceversa. El PSOE Aragón y la Ejecutiva Federal dejan a un lado de la mesa la carpeta de las rencillas, incluso del malestar, y abren una nueva sobre la lealtad y la colaboración mutuas. Ambos sectores se necesitan, y lo saben.