OPINIÓN
Que sí, que Franco murió hace 42 años
El próximo día 20 de este mes, dentro de una semana, se cumplirán cuarenta y dos años de la muerte de Franco. Faltará un mes y un día para la celebración de las elecciones catalanas. Nada que ver una cosa y otra, si no fuese porque, tras tanto tiempo en el olvido, el dictador reaparece como parte del ‘procés’ catalán. Y, así, el editorial de un importante periódico nacional se ve forzado a titular este domingo ‘Franco ha muerto’, para destacar la insensatez de tantas acusaciones vertidas sobre el Gobierno central de la España democrática, comparando, por ejemplo, a Mariano Rajoy con quien fue llamado, en tiempos de su omnímodo poder, ‘el generalísimo’, ahí queda eso. Pero no: uno se podrá posicionar de una forma u otra ante la trayectoria del también gallego -quizá la única coincidencia con el otro, el nacido en El Ferrol, luego del Caudillo- Rajoy, pero hay que reconocerle que ha hecho frente como ha podido a la tentación autoritaria en la mayor crisis política de España en cuatro décadas. Y está saliendo no sé si con bien, pero, al menos, con dignidad, del dificilísimo trance.
Por ejemplo, Rajoy ha conseguido que bajase la temperatura en la Cataluña que se hacía imposible sin colocar a un solo militar en el terreno, al menos que se haya podido ver. Claro, hay gente en la cárcel, nadie lo quería, pero qué remedio, dicen los encuestados, que aprueban con bastante holgura, rara avis, lo actuado por el jefe del Gobierno central ante el evidente caos impuesto por el ex molt honorable president de la Generalitat de Catalunya y sus secuaces.
Por supuesto, también hay gente que se autotitula en el exilio, pero allá ellos: Puigdemont se está convirtiendo en el más eficaz aliado contra el separatismo, tal es la cantidad y el grado de sus locuras, que ahora culminan en esa ‘lista patriótica’ con la que, por lo visto desde la taberna del Rey de España en la Grand Place bruselense como hipotético centro electoral, quiere concurrir, dicen, a los comicios autonómicos -porque eso son- catalanes. Para horror, claro, de sus ex aliados de Esquerra, dirigida ahora por Oriol Junqueras desde su celda en la prisión de Estremera, esperemos que por poco tiempo -saldrá, saldrá y podrá hacer campaña en libertad, confiemos-.
Es tal el mentado caos, con Barcelona convertida en un manifestódromo continuo, en la capital del dislate, que la confusión más completa reina a día de hoy ante la inminente publicación de las candidaturas electorales. Una reedición de ‘Junts pel Sí’ parece ya imposible, con Junqueras y su ex jefe -por decir algo- Puigdemont más distanciados que nunca en lo táctico y en lo estratégico; con la CUP más alejada del planeta Tierra que jamás; con los comunes redefiniéndose; con el Partido Popular sin aportar gran cosa programática; con los socialistas divididos acerca de si acercarse o no al nacionalismo... En fin, que hay que insistir una vez más: no vemos el ‘plan B’ más allá del 21 de diciembre, e ignoramos si hay vida después del 155.
Y solamente una persona quizá lo sepa, si es que lo sabe: Mariano Rajoy. Que sale demoscópicamente fortalecido del puñetazo en la mesa dado a finales de octubre, poniendo fin, con la aplicación del artículo 155 y la convocatoria de las elecciones catalanas, al proceso loco acelerado desde las autonómicas de septiembre de 2015 por Puigdemont, Junqueras, Forcadell y la pandilla de aficionados que les ha seguido hasta ahora, cuando se ha iniciado el tiempo de las rupturas. He escrito ‘demoscópicamente fortalecido’: una cosa es que los españoles hayan, hayamos, reaccionado con furia ante algunos editoriales de las viejas damas de la prensa gris anglosajona, que equiparaban a Rajoy con Franco o con Putin, y por tanto a España con una dictadura, y otra cosa bien distinta es que el ‘prime minister’ español haya superado la reválida.
No; Rajoy puede haber pasado, a trancas y barrancas, el trimestre, o el lamentable bienio que se inició con aquellas elecciones generales de diciembre de 2015. Ha hecho cosas loables, pero se ha mantenido en una quietud de freno a la regeneración que, por el contrario, me parece muy criticable. En todo caso, no ha aprobado el curso de esta Legislatura tremenda, que se inició hace ahora un año, cuando sacó adelante, con un programa reformista que apenas se ha puesto en marcha, su propia investidura, tras un 2016 que fue como para olvidar.
A ver cómo llegamos hasta 2018, a ver qué resulta de esas elecciones catalanas tan atípicas. La nueva Historia comenzará a redactarse en ese momento, haya pasado de aquí a ese día, previo al de la lotería nacional, lo que haya pasado. Sospecho que, por una vez, otras informaciones más acuciantes van a sustituir en los noticiarios al soniquete de los niños del colegio de San Ildefonso, que desde hace tres siglos cantan ‘el gordo’. Porque esas elecciones del 21-D, que desde luego no ganará Rajoy, porque, entre otras cosas, no es él el candidato -aunque a veces lo parezca: menuda comparecencia la de este domingo lanzándose a la campaña en Cataluña-, podemos perderlas todos. Y eso, ni Rajoy, ni Pedro Sánchez, ni Rivera, ni Iglesias, ni, sobre todo, nosotros, los ciudadanos, lo podemos permitir. Y ya me dirá usted qué tiene que ver el hombre sepultado en el Valle de los Caídos, al que algunos quieren hacer renacer, con todo esto que aquí se cuenta: habrá que decírselo a los del Times, que no se enteran.