Los vetos anunciados complican el paisaje postelectoral en Cataluña
Junqueras y Puigdemont se atribuyen la legitimidad para ser presidente de la Generalitat.
R. Gorriarán | Madrid
La campaña electoral catalana bajó la persiana ayer con la lógica incertidumbre sobre quién va ganar y, la más acuciante, quién va a gobernar. La primera incógnita se despejará el mismo jueves, la segunda tardará mucho más si es que se llega a resolver porque los vetos anunciados en estas dos semanas de mítines presagian un paisaje envenenado tras la batalla electoral que puede despertar el fantasma de la repetición, allá por mayo, de las votaciones.
Las fuerzas independentistas creen tener al alcance de la mano reeditar la mayoría absoluta de la pasada legislatura aunque las encuestas no avalan esa confianza. Los constitucionalistas, con menos fe, también se aferran a la esperanza de conseguirla. Pero el escenario más probable es que ni unos ni otros lleguen a sumar los 68 escaños y que Catalunya en Comú Podem, con su discurso entre dos aguas, tenga la llave para gobernar.
Pero no va a ser fácil la investidura del próximo presidente de la Generalitat. Es cierto que en campaña hay barra libre para los vetos, es parte de la dialéctica electoral; pero el día después suele ser otra cosa, el baño de realidad se impone y las líneas rojas se guardan en el cajón. De entrada, sin embargo, sumar mayorías parece imposible.
Ni siquiera las alianzas que parecen evidentes están claras. El entendimiento entre Ciudadanos, PSC y PP, que muchos daban por cantado si sus apoyos suman para la mayoría, no se puede dar por hecho. «No creo en una investidura con el PP, Ciudadanos y PSC, no solo porque los números no dan, sino porque no responde a la transversalidad del país», avisó ayer el candidato socialista Miquel Iceta. El líder del PSC solo ve dos escenarios: un presidente independentista o Iceta presidente. Para que no queden dudas, anunció que será candidato a la investidura si nadie tiene la mayoría aunque los socialistas sean la cuarta fuerza que prevén los sondeos. Quiere jugar su baza de ser el candidato que suscita menos rechazo en otras fuerzas.
Tragarse el sapo
Hasta el PP, condenado a ser el farolillo rojo del constitucionalismo, tiene reparos para la mayoría antisoberanismo. Prefiere, si los números dieran, tragarse el sapo de apoyar la investidura de Iceta que encumbrar a ‘la princesa’ Inés Arrimadas. Las repercusiones nacionales que tendría ese reconocimiento podrían ser un avispero para Mariano Rajoy y el PP.
La candidata naranja, sin embargo, no tira la toalla y está convencida de que si se presenta la oportunidad de descabalgar al soberanismo ese objetivo prevalecerá sobre las miserias de los partidos. Ciudadanos, incluso, ha dado un paso hasta ahora impensable en procura de ese fin, pedir la colaboración de Catalunya en Comú Podem en una hipotética investidura. Un auxilio que para los comunes es un brindis al sol.
Tampoco reina la armonía en el mundo independentista. La alianza de secesionista permitió gobernar a Carles Puigdemont la pasada legislatura, pero la suma de Esquerra, Catalunya per Junts y la CUP no se puede dar por descontada en esta ocasión. A las reticencias históricas de los antisistema a ser compañeros de viaje de los herederos de Convergència, aunque su líder sea un soberanista genuino como Puigdemont, se ha sumado el conflicto de legitimidades que dirimen el republicano y el expresident. Si el líder de Esquerra lanzó una andanada el lunes a su exsocio huido a Bruselas —«no me escondo nunca de lo que hago, soy consecuente»— el candidato de Catalunya per Catalunya respondió ayer con un calibre equivalente: «Estoy en Bélgica porque no nos escondemos, porque somos consecuentes con el deseo de los catalanes».