Cataluña decide entre volver al ‘procés’ o retomar la legalidad autonómica
Se espera una gran participación a pesar de ser la décima convocatoria electoral en siete años.
r. gorriarán | barcelona
Las elecciones de hoy decidirán si Cataluña entra en el segundo acto del proceso soberanista o vuelve a la legalidad autonómica abandonada hace cinco años. Una victoria independentista conduciría al primer escenario con la disyuntiva de si será pacífico y negociado o crispado y unilateral como en la pasada legislatura. El triunfo constitucionalista implicaría el retorno a la senda autonomista pero con un probable reconocimiento de la singularidad catalana. El empate o la imposibilidad de formar gobierno desembocarían en la repetición de elecciones.
Es mucho lo que está en juego, aunque el voto por correo se haya desinflado, y la participación estará en consonancia. La marca del 80%, que solo se rebasó en 1982, será pulverizada según todos los augurios a pesar de que los catalanes han tenido diez elecciones en siete años: cuatro autonómicas entre 2010 y las de hoy, tres generales en 2011, 2015 y 2016, dos municipales en 2011 y 2015, y unas europeas en 2014. El cansancio sería explicable ante semejante calendario, pero esta vez se dilucida el futuro como pocas veces. La tensión es palpable, no en la calle, y un excelente botón de muestra es que esta vez los diarios catalanes no publicarán hoy la foto de los candidatos, una tradición de muchos años.
Esquerra y Ciudadanos, se juegan la victoria, dos partidos que hace diez años eran casi residuales. En los comicios de 2010, los republicanos obtuvieron diez escaños y los liberales, tres. Muy lejos de la entonces poderosa CiU, que sumó 62 diputados, y hasta por detrás del PP, que alcanzó los 18. Una transformación del paisaje político que tiene una explicación, el independentismo. Ante la secesión la gente quiere claridad y no medias tintas, y Esquerra y Ciudadanos encarnan mejor que nadie el sí y el no a la ruptura con España.
Los soberanistas, a pesar del fiasco de la declaración de independencia, llegan con mejores expectativas de voto. Los dos millones de secesionistas siguen fieles, según han constatado todos los sondeos. Parece que no crecerán pero tampoco caerán. El voto independentista lleva movilizado desde 2012 y no muestra síntomas de fatiga aunque no haya recibido una explicación de por qué no hay independencia ni de qué van a hacer si gobiernan.
El programa independentista es inexistente porque Esquerra y Junts per Catalunya fueron incapaces de acordar una plataforma de mínimos. Solo les une seguir con el proceso -sin aclarar si será por la vía unilateral o mediante el pacto-, acabar con el 155 -que no está en sus manos porque depende del Gobierno de Rajoy- y «liberar a los presos políticos» -decisión que solo compete a los jueces-. Además han aflorado los personalismos entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, por ser el presidente de la Generalitat.
El constitucionalismo también ha utilizado, aunque sea por pasiva, el carburante independentista para su propulsión. El mensaje electoral de Ciudadanos, PSC y PP que ha trascendido es que hay que liquidar el ‘procés’. Los socialistas se apuntan a la receta de la transversalidad y la reconciliación. No así los populares y los liberales, que apuestan por la firmeza. Más allá de cuál debería ser la respuesta, el temor a la consolidación del separatismo ha despertado a un sector de la sociedad catalana que se desentendía de las citas autonómicas y ha dejado durante lustros el campo libre a un nacionalismo que en los últimos años ha devenido en independentismo. Esa mutación ha movilizado a la Cataluña española y al catalanismo moderado.
La victoria, sin embargo, no está al alcance de su mano, eso dicen las encuestas, aunque Ciudadanos, PSC y PP confían en que uno de cada cinco votantes estaba todavía ayer indeciso para dar la vuelta a la tortilla.