Diario de León

ETA deja fuera de su arrepentimiento a quince asesinados de León

Carmen Villar, viuda del guardia civil, José Rodríguez. RAMIRO

Carmen Villar, viuda del guardia civil, José Rodríguez. RAMIRO

León

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«¿Que qué me parece? ¿Qué me va a parecer? Una burla, una carcajada en la cara de las víctimas y creo que no se debería haber publicado porque, al hacerlo, se les está dando coartada». María del Carmen Villar, la viuda del guardia civil asesinado por ETA José Rodríguez de Lama no usa expresiones eufemísticas para calificar el comunicado de ‘arrepentimiento’ que ayer lanzó la banda asesina. «Eso no es pedir perdón. Sólo se arrepienten de acabar con la vida de parte de las víctimas...»

Medio siglo y 829 asesinados después —23 de ellos leoneses— ETA salta de nuevo al escenario de la opinión pública para pedir perdón. Lo hace dos semanas antes de su anunciada disolución que, según asegura, se escenificará la primera semana de mayo. El arrepentimiento distingue entre muertos culpables e inocentes y la misiva deja claro que el delito sólo se cometió contra los segundos. Con ello, los terroristas sugieren que el ‘conflicto’ tuvo dos bandos. Sus palabras enfocan la responsabilidad en España y consideran que políticos, guardias civiles, militares, funcionarios de prisiones y policías fueron soldados de la guerra del Estado contra ETA. La mayoría de las víctimas de la provincia formaban parte de este grupo. Es el caso de Dionisio Villadangos Campo, Juan Ignacio Calvo, José Rodríguez de Lama, Victoriano Villamor, Juan García Mencía, José Antonio Álvarez Díez, Federico Carro, Martín Martínez Velasco, José Ángel Álvarez Suárez, Ignacio Pérez Álvare, José Benigno Villalobos, Luciano Cortizo, Máximo Casado y Raúl Centeno. Los civiles y, por lo tanto, los únicos leoneses merecedores del arrepentimiento etarra son Begoña Álvarez, Gonzalo, Dionisio Rey, Guadalupe Redondo, Manuel Vicente González, Milagros Amez Franco, Gregorio Caño García y José Luis Luengos.

Begoña Álvarez murió a los 23 años en la explosión del hotel Corona de Aragón, un atentado que nunca ha sido atribuido de manera oficial a ETA a pesar del gran número de pruebas que existía a favor de la autoría, como la utilización de Goma 2. Setenta y siete personas fallecieron aquel día, un 12 de julio de 1979. A Begoña se le paró la vida a los 23 años y junto a ella, a 77 personas más. Sin embargo y, como recuerda su hermana Carmen, el caso se solucionó sin dar voz a las víctimas: «El juez Andreu reabrió el caso y le dio cerrojazo en tres meses, en tres meses echó por tierra la lucha de las víctimas», lamenta. Considera que parte de la culpa hay que achacársela al hecho de que el atentado tuvo lugar en plena Transición, «cuando todo era maravilloso, con lo que durante muchos años fuimos invisibles para todos». De hecho, Carmen sostiene que las víctimas del Corona de Aragón no existieron hasta 2001, año en el que Aznar aprobó la ley de solidaridad con las víctimas del terrorismo, y añade que hasta entonces no hubo resolución ni se indemnizó a las víctimas del atentado. «Nos sentimos ninguneados, humillados, seguimos siendo los grandes olvidados», lamenta. Y es que Carmen no puede evitar comparar este atentado con el de Hipercor. «Siempre se habla de las víctimas de Hipercor mientras a nosotros se nos ha olvidado», infiere. La hermana de Begoña asegura que al dolor por la pérdida se une el sentimiento de orfandad por el ninguneo, que «sigue abriendo la herida». «Ese trato de desprecio no se lo deseo a nadie...»

Víctima por partida doble

«A estas alturas, no puedes andar distinguiendo entre víctimas de primera o segunda. No hay que olvidar además a las miles de personas amenazadas por ETA y su entorno que tuvieron que huir del País Vasco». Óscar Villafañe, de origen leonés, ha padecido el terrorismo de ETA por partida doble. La vida le golpeó muy duro antes incluso de nacer. Su madre estaba embarazada de siete meses cuando perdió a su padre, Domingo Merino, en 1978, asesinado a tiros en Zarauz, cerca de San Sebastián, por varios pistoleros de la banda, y volvió a ser cruel con él cinco años después, en 1993, tras el asesinato de su abuelo materno, Juvenal Villafañe García, en Andoain, también en tierras guipuzcoanas, al hacer explosión una bomba. «Yo vivo justo encima de una familia de abertxales. Desde que nací, lo tuve cerca», lamenta Óscar, que recuerda hasta qué punto los asesinos terroristas se cebaron con los familiares de los asesinados. «A Consuelo Ordóñez la obligaron a irse», asegura. Destaca, por ejemplo, que en su pueblo, ETA asesinó, en menos de veinte metros, a su abuelo, a José Luis López de la Calle y a Joseba Pagazartundúa. «El horror lo vives cuando se descubría un zulo con cientos de nombres de asesinables. Y había guardias civiles, pero también limpiadoras, y comerciantes», dice refiriéndose a lo que ETA denominó la generalización del terror. Óscar Villafañe no espera demasiado del proceso y asegura que, exceptuando a la Guardia Civil, nadie presta ya a las víctimas ningún tipo de apoyo. «¿Los políticos? Una palmadita en la espalda, y a correr»

El final de ETA ha arrinconado a las víctimas. «Hemos sido olvidados», asegura María del Carmen Villar, la viuda de José Rodríguez de Lama, asesinado por ETA el 11 de noviembre de 1978. Carmen acusa y advierte de que, ahora, después de todo, «son los etarras de los que mandan en el País Vasco».

«La historia de las víctimas se acabó, a nadie le interesa ya», lamenta Mari Carmen, que defiende la importancia de no olvidar. «Lo que ha ocurrido en España debería estudiarse en los colegios para que siempre se recuerde», insiste. Sostiene que la situación actual es una amnistía encubierta. «Callarán y aceptarán, como lo han hecho siempre. Las víctimas no pueden hacer otra cosa». El marido de Mari Carmen se convirtió en la segunda víctima de ETA. Hoy, la banda pide perdón, un perdón que llega con 827 muertos y más de siete mil víctimas de retraso.

sonas fallecieron aquel día, un 12 de julio de 1979. A Begoña se le paró la vida a los 23 años y junto a ella, a 77 personas más. Sin embargo y, como recuerda su hermana Carmen, el caso se solucionó sin dar voz a las víctimas: «El juez Andreu reabrió el caso y le dio cerrojazo en tres meses, en tres meses echó por tierra la lucha de las víctimas», lamenta. Considera que parte de la culpa hay que achacársela al hecho de que el atentado tuvo lugar en plena Transición, «cuando todo era maravilloso, con lo que durante muchos años fuimos invisibles para todos». De hecho, Carmen sostiene que las víctimas del Corona de Aragón no existieron hasta 2001, año en el que Aznar aprobó la ley de solidaridad con las víctimas del terrorismo, y añade que hasta entonces no hubo resolución ni se indemnizó a las víctimas del atentado. «Nos sentimos ninguneados, humillados, seguimos siendo los grandes olvidados», lamenta. Y es que Carmen no puede evitar comparar este atentado con el de Hipercor. «Siempre se habla de las víctimas de Hipercor mientras a nosotros se nos ha olvidado», infiere. La hermana de Begoña asegura que al dolor por la pérdida se une el sentimiento de orfandad por el ninguneo, que «sigue abriendo la herida». «Ese trato de desprecio no se lo deseo a nadie...»

Víctima por partida doble

«A estas alturas, no puedes andar distinguiendo entre víctimas de primera o segunda. No hay que olvidar además a las miles de personas amenazadas por ETA y su entorno que tuvieron que huir del País Vasco». Óscar Villafañe, de origen leonés, ha padecido el terrorismo de ETA por partida doble. La vida le golpeó muy duro antes incluso de nacer. Su madre estaba embarazada de siete meses cuando perdió a su padre, Domingo Merino, en 1978, asesinado a tiros en Zarauz, cerca de San Sebastián, por varios pistoleros de la banda, y volvió a ser cruel con él cinco años después, en 1993, tras el asesinato de su abuelo materno, Juvenal Villafañe García, en Andoain, también en tierras guipuzcoanas, al hacer explosión una bomba. «Yo vivo justo encima de una familia de abertxales. Desde que nací, lo tuve cerca», lamenta Óscar, que recuerda hasta qué punto los asesinos terroristas se cebaron con los familiares de los asesinados. «A Consuelo Ordóñez la obligaron a irse», asegura. Destaca, por ejemplo, que en su pueblo, ETA asesinó, en menos de veinte metros, a su abuelo, a José Luis López de la Calle y a Joseba Pagazartundúa. «El horror lo vives cuando se descubría un zulo con cientos de nombres de asesinables. Y había guardias civiles, pero también limpiadoras, y comerciantes», dice refiriéndose a lo que ETA denominó la generalización del terror. Óscar Villafañe no espera demasiado del proceso y asegura que, exceptuando a la Guardia Civil, nadie presta ya a las víctimas ningún tipo de apoyo. «¿Los políticos? Una palmadita en la espalda, y a correr»

El final de ETA ha arrinconado a las víctimas. «Hemos sido olvidados», asegura María del Carmen Villar, la viuda de José Rodríguez de Lama, asesinado por ETA el 11 de noviembre de 1978. Carmen acusa y advierte de que, ahora, después de todo, «son los etarras de los que mandan en el País Vasco». «La historia de las víctimas se acabó, a nadie le interesa ya», lamenta Mari Carmen, que defiende la importancia de no olvidar. «Lo que ha ocurrido en España debería estudiarse en los colegios para que siempre se recuerde», insiste. Sostiene que la situación actual es una amnistía encubierta. «Callarán y aceptarán, como lo han hecho siempre. Las víctimas no pueden hacer otra cosa». El marido de Mari Carmen se convirtió en la segunda víctima de ETA. Hoy, la banda pide perdón, un perdón que llega con 827 muertos y más de siete mil víctimas de retraso.

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