NOVEDAD EDITORIAL
Cipriano Martos, ¿suicidio o asesinato?
El militante antifranquista del PCE falleció en 1973 por la ingesta de un corrosivo en dependencias de la Guardia Civil
Cipriano Martos murió el 17 de septiembre del 1973 tras 21 días de agonía. Las torturas que le propinaron los agentes de la Guardia Civil en el cuartel de Reus durante unas 50 horas le convirtieron en un desecho y una ingesta de ácido sulfúrico (lo llamaban el "cóctel de la verdad") acabó con su vida.
¿Fue un suicidio o un asesinato? Esta es la incógnita que a día de hoy sigue sin resolverse. Los uniformados aseguraron que Martos vio en el cáustico su escapatoria para no revelar los entresijos de su militancia (y la de sus compañeros) en el Partido Comunista Español (marxista-leninista). Pero sus afirmaciones se resquebrajan en el libro 'Caso Cipriano Martos: vida y muerte de un militante antifranquista' (Anagrama) del periodista Roger Mateos.
"El franquismo tenía mucha prisa en enterrar en el silencio un caso incómodo que podía generar un brote de protestas en la calle y una condena internacional que debilitara aún más el régimen. Se intentó borrar y silenciar. Y lo consiguieron", asegura el escritor, en declaraciones a este diario.
Mateos ahonda en uno de los sumarios más atroces del tardofranquismo y desmenuza los 31 años que vivió Cipriano, desde su nacimiento en Huétor Tájar (Granada) hasta su fallecimiento en un hospital de Reus. Una radiografía que permite comprender el despropósito de los ficheros del caso y relucir las luces y las sombras de la clandestinidad del PCE (ml), una escisión por la izquierda del PCE de Santiago Carrillo, y del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP).
SIN DESPEDIDA
La vida de Martos dio un vuelco cuando se plantó en Sabadell a finales de los años 60. Un chico "humilde y generoso" que se politizó y tomó conciencia de clase a marchas forzadas. Logró driblar diversas pesquisas gracias al firme seguimiento de los estatutos clandestinos de sus filas, pero una acción de agitación y propaganda a las puertas de una fábrica en Igualada (Anoia) acabó con su suerte. El registro de su domicilio dio con una "bomba" de artilugios y panfletos que lo inculpaban, y Martos fue detenido y obligado por la fuerza a dar explicaciones de sus actividades políticas.
La familia de Cipriano no pudo despedirle. Tenaz, no comentó con ningún allegado su activismo y se percataron de su muerte cuando un vecino les comentó que había sufrido un "accidente laboral" en una obra. Cuando llegaron a Reus, los dos agentes que custodiaban la sala del hospital en el que se apagaba Martos les privaron el paso. Una vez en el cementerio, su cuerpo ya había sido arrojado a una fosa común. Lo más esperpéntico es que el funeral se certificó a nombre de su padre, José Martos, que no se desplazó debido a su grave estado de salud y, por ende, no pudo autorizar el entierro de su hijo. Quedaba claro que había sido una muerte incómoda.
ARGENTINA, LA ESPERANZA
"La Ley de Amnistía del 1977 no puede servir de coartada para convertirla en una ley de amnesia. Tal cual está redactada no impide investigar estos casos y juzgarlos", insiste Mateos, y zanja que hurgar en la dictadura debe ser un "consenso unánime entre demócratas".
Pero lo cierto es que las negativas a reabrir el caso en España obligaron a encontrar la esperanza al otro lado del charco. Las minucias y a la vez contradictorias versiones que escarbaron los jueces Adolfo Fernández Oubiña y Pedro Martín García hicieron que el caso se archivara.
En el 2014 incluyeron a Martos en la macroquerella por crímenes del franquismo. Esto propició que su hermano Antonio pudiera declarar en agosto del 2016 en el Juzgado de Instrucción número 4 de Sabadell, a petición de la jueza argentina instructora María Servini, que investiga los crímenes de genocidio y lesa humanidad del franquismo. Será ella quien pueda devolver el sentido de la palabra justicia a la familia Martos Jiménez.