LEONESAS DE AYER Y HOY | ANA CRISTINA HERREROS
«Las mujeres de León son gente muy silenciada»
ana gaitero | león
Hay dos mujeres que han marcado la vida (y la obra) de Ana Cristina Herreros (León. 1965). Su abuela maragata, con su silencio, y su madre, gallega de Valdeorras, que cuando venía recién casada a León fue advertida por el marido: «Ni una palabra de gallego». Le prohibieron hablar pero no cantar. Así que uno de los grandes recuerdos que guarda esta filóloga, traductora, escritora, editora y ante todo, contadora de historias, es una canción que le cantaba mamá.
Con el tiempo, el correr de la vida y las muchas investigaciones que ha realizado se ha dado cuenta que la historia de su abuela maragata y su madre gallega es la muchas mujeres del mundo, empezando por las leonesas que tejieron los filandones en tardes y noches de hila, y que prácticamente han desaparecido de la escena del filandón literario y noble, elevado a Tesoro del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
«Las mujeres de León son gente muy silenciada», asegura esta leonesa, convencida de que «la literatura surge por el silencio de las mujeres». Las Cantigas y las Jarchas, que son lamentos de mujer transformados en poesía, o la tebra de las mujeres saharauis son algunos ejemplos. Sabe muy bien de que habla porque además de ser licenciada en Filología Hispánica e Italiana y también en Literatura, hizo dos tesis aunque finalmente no quiso leer ninguna. Las tres carreras las estudió entre León, Salamanca y Madrid después de aprender a desobedecer en el colegio La Asunción de León y de graduarse en Bachillerato en el Instituto Ordoño II de León.
Y ella que ansiaba escuchar cuentos porque nunca le oyó uno a su abuela, aprendió aprendió a contar cuentos en el Retiro y en los cafés de La Libertad y La Palma, en aquel barrio de Malasaña que en los años 80 estaba casi plagado de leoneses. Eran los Griot (cuentista en africano). «Nos llamaban La botillo conexion», recuerda con humor. Con el tiempo ella cogió el sobrenombre artístico de Ana Griot para su faceta de cuentista.
«No vivíamos del cuento, bebíamos del cuento», añade. De lo que vivía en realidad era de su trabajo en Siruela, primero como correctora y durante 25 años como editora. En la editorial fundada por Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo editó las obras completas de Antonio Pereira, el maestro del cuento, además de algunos títulos de Antonio Gamoneda y muchos de Antonio Colinas, de lo que está muy orgullosa. ,También ha publicado siete libros propios, tres de ellos premio nacional, como El libro de los monstruos españoles en el que aparecen varios ejemplos como el Ñuberu, el Ojáncano y la Mujer Loba. O Brujas, con el cuento leonés de Blancanieves y los siete ladrones. Geografía mágica es otra de sus obras en las que su tierra de origen también se hace hueco, a través de la leyenda de la creación del Lago de Isoba. Y es que Ana Cristina Herreros lleva a su tierra en la maleta que ha ido llenando de cuentos. La asombrosa y verdadera historia de un ratón llamado Pérez que está traducido al inglés, al francés y al catalán está a punto de salir en japonés. Hasta ahí y más lejos ha llegado la leonesa.
Hace cuatro años se dio cuenta de que «necesitaba volar» y quiso hacer algo diferente. Y empujada por sus amigas y por su propio entusiasmo y presupuesto funda su propia editorial, Libros de las malas compañías que gestiona con su hija Anais González. Con 15 libros editados, impresos en España y no en China, enfatiza, y elaborados con papel FSC, que procede de bosques sostenibles, se ha convertido en una editorial de referencia de las personas sin voz, las invisibles y las que no cuentan para la sociedad, pero tienen mucho que contar.
La aventura le ha llevado a países como Senegal y Mozambique, a los campamentos de refugiados de los saharauis en Tinduf, a cruzar su actividad editorial con la altruista y a conectar mundos como las «viejas de Chamberí» que han recolectado máquinas de coser para llevar a África a uno de estos proyectos en los que las mujeres escriben los libros sobre las telas.
En Senegal fundó una biblioteca y fue cargada con libros en francés hasta que se dio cuenta de que la gente no sabía leer y se puso a grabar a los más antiguos del lugar. Allá donde oía kakomgo kongo, las palabras rituales del griot, se metía con la grabadora. «Grabé más de 500 cuentos en yola y ahora en la biblioteca prestan la voz de los abuelos en vez de libros», apunta.
Las mujeres quisieron aprender a leer y cuando aprendieron quisieron saber más. Ahora les da clases magistrales vía Skype. Libros crecederos, antiguos, caprichos o una serie negra que no es policíaca sino que da voz a los negros; personas con autismo, sin hogar... ya tienen voz en Libros de las malas compañías, a través de iniciativas como Imagina Madrid en la que resignifican espacios públicos a través de la cultura. No es cuento. Es que la gente también cuenta.