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ANÁLISIS

Doble sacudida política en una España preocupada

JUAN JOSÉ TOHARIA

Publicado por
León

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L a fortuna —ya lo advirtieron los clásicos— propende a aliarse con los osados, sobre todo en tiempos de hipotensión política. Y así, en este concreto momento, los dos partidos «viejos» (PSOE y PP), gracias a dos inesperados golpes de efecto, se han colocado por encima de los dos «nuevos» (Ciudadanos y Podemos) en cuanto a atractivo electoral. Lo que este sorpasso pueda durar, y la reordenación del voto hacia las cuatro formaciones que finalmente propicie es imposible de precisar. Nada garantiza que, en otoño, el reparto de preferencias electorales que recoge este sondeo no experimente un nuevo reajuste. Esta actual mayor volatilidad de las adhesiones partidarias probablemente es síntoma de la intensidad con que la ciudadanía desea que algo se mueva, que haya señales de cambio, que hay mucho que reformar y restaurar.

Tras diez años de crisis económica nuestro tejido social está fuertemente dañado. Ciertamente, el 52% de los españoles reconoce que la situación económica general del país lleva ya algunos años mejorando. Pero al mismo tiempo un abrumador 93% dice no percibir, en su bolsillo, esa mejora. El 79% indica que sigue siendo difícil encontrar trabajo y, entre los que lo consiguen, el 93% dice que el salario que perciben les resulta insuficiente para vivir. Todo esto lleva al 82% a concluir que la crisis puede haber amainado, pero que en modo alguno ha quedado ya atrás: de hecho, el 52% cree incluso que no quedará definitivamente superada hasta dentro de muchos años. Y, finalmente, un llamativo 73% cree que la actual generación de jóvenes acabará teniendo, en su vida, una situación económica peor que la de sus padres.

Este severo diagnóstico de situación no conduce, sin embargo, a los españoles ni a la exasperación, ni al cínico desentendimiento respecto de nuestra vida colectiva ni a su radicalización. Por el contrario, siguen creyendo —de forma que roza la unanimidad: 83%— que nuestra actual democracia (la monarquía parlamentaria que establece el artículo 1.3 de la Constitución) es el mejor sistema posible para un país como el nuestro. Pero funciona mal (lo afirma el 63%) porque nuestros representantes públicos no acaban de adaptarse, en sus modos de actuar, a lo que requiere al nuevo esquema multipartidista: diálogo, negociación, pactos. Precisamente lo que caracterizó a ese «espíritu de la Transición» que es masivamente añorado (86%). Cuando se pregunta a los españoles qué coalición preferirían en el supuesto de que su partido no pudiera gobernar en solitario, llevan años repitiendo la misma respuesta: «la que decidan aquellos a quienes he dado mi voto». Y, ahora mismo, el 70% considera una muestra de responsabilidad política que cuando dos partidos con ideologías y planteamientos totalmente distintos negocian, ambos cedan parte de lo que querían para poder así llegar a un acuerdo; solamente el 26% piensa que actuar así constituya una infidelidad (o una traición) a los propios principios. Lo que invita a concluir que cuando un líder, ante una negociación compleja que requiere concesiones, alega que «mis votantes no lo entenderían» lo que en realidad está diciendo es que es él quien, en verdad, no entiende ni conoce a sus votantes.

Los españoles, en los ya casi cuarenta años de nuestra actual democracia, han mostrado una permanente moderación ideológica. En la escala izquierda/derecha de 11 puntos (0= extrema izquierda, 10= extrema derecha) se han situado, en conjunto, y según los momentos, entre el 4.6 y el 4.9: ahora lo hacen en el 4.9. O lo que es igual: ideológicamente, los españoles tienden a arracimarse en torno a las posiciones intermedias, centradas, rehuyendo las más radicales. En el momento actual, el 57.2% se ubica en los puntos centrales de la escala ideológica (4, 5 y 6), y solo el 6.4% en los más extremos (0,1 y 9,10).

Todo este conjunto de datos invita a concluir que España, en este momento, es un país, que logra afrontar con serenidad, y sin tentaciones de aventurerismos, el sufrimiento, la decepción y el recorte de oportunidades vitales que le impone la actual situación y que sabe dar muestras de alivio e ilusión en cuanto percibe señales, por mínimas que sean (y las emita quien las emita) de cambio, de innovación o reformas. Un país, en suma que anhela reformas profundas y que, en muchos de sus rasgos esenciales, parece estar claramente a mayor a altura que muchos de quienes le representan.