La guerra de los lazos amarillos
La tensión puede ir en aumento en el otoño caliente, aunque voces en el independentismo sugieren zanjar ya el pulso ante el riesgo de que se les gire en contra La Junta de Seguridad de Cataluña abordará el asunto en una reunión.
C. Reino | Barcelona
«O baja la tensión o esto acaba a golpes». Es la opinión de un dirigente socialista catalán sobre la polémica de los lazos amarillos en Cataluña. Un pulso en la calle que ha hecho saltar todas las alarmas de la convivencia. Hasta la Junta de Seguridad de Cataluña abordará el asunto en su reunión de este jueves.
En solo una semana se han producido dos agresiones en la calle. La primera, contra una mujer que estaba retirando lazos con su familia en Barcelona. La segunda, contra un cámara de televisión que cubría la manifestación que organizó Ciudadanos el miércoles pasado para apoyar a la mujer agredida hace siete días. En el verano caliente, que se anticipa al otoño que se prevé aún más candente, se han contabilizado una treintena de incidentes.
Los independentistas se han lanzado a llenar las calles, monumentos, edificios públicos o playas de color amarillo para pedir la libertad de los dirigentes secesionistas que están en prisión. En el lado opuesto han decidido retirar la simbología de ese color para «limpiar» Cataluña. Las iniciativas ciudadanas siempre han ido de la mano de una escalada verbal por parte de los líderes políticos. Quim Torra ha hablado de brotes «fascistas» contra los lazos y pidió a la Policía catalana que actúe contra los «grupos agresivos». Albert Rivera e Inés Arrimadas se pasearon el miércoles por Alella (Barcelona), retirando símbolos con sus manos y tirándolos a la basura. Unos y otros se acusan mutuamente de poner en riesgo la convivencia.
De momento, el día a día en Cataluña es más bien tranquilo a pesar de la tensión política. Pero la chispa puede saltar en cualquier instante si las pequeñas batallas van a más y el conflicto político se sitúa en los parámetros de octubre del año pasado. ¿Está fracturada la sociedad catalana?, ¿hasta qué punto estos últimos incidentes son un síntoma y un anticipo de la quiebra de la convivencia o son casos aislados como trata de presentar el secesionismo, que niega la fractura social y admite únicamente la división?
Latente
«Hay un conflicto latente», afirma Gabriel Colomé, profesor en la UAB, exdirector del CEO y alto cargo del Ministerio de Exteriores a partir de mañana. «Hay fractura y cansancio», añade. «Es evidente que hay una fractura social», según Joan López Alegre, consultor de Comunicación, ex dirigente del PPC. Salvador Cardús, profesor de Sociología en la UAB y que formó parte del Consejo asesor para la transición nacional que creó Artur Mas, niega la mayor: «No hay tensión en la calle», asevera. «Es como con la lengua, que alguno ha querido presentar como un conflicto», señala.
Cardús, que en las pasadas elecciones se presentó en las listas de JxCat, considera que los últimos episodios ocurridos en los que se ha llegado a las manos «son expresiones verdaderamente aisladas» (la misma opinión del Gobierno catalán), que no cree que tengan «mucho recorrido». Es más, apunta que desde el propio soberanismo ya están surgiendo voces que piden dejar de insistir en la colocación de lazos, pues consideran que la guerra de símbolos «no lleva a ningún lado» y puede acabar perjudicando al propio movimiento secesionista, si se producen casos de violencia. «Este asunto se ahogará en los próximos días» de cara al 11-S, vaticina.
Lo que se está librando con el pulso de los lazos es, según Gabriel Colomé, quién tiene la hegemonía del espacio publico. A su entender, la novedad es que se ha roto la espiral de silencio que existía en la sociedad catalana hasta octubre del año pasado. Y ha ocurrido, según mantiene este profesor de Ciencia Política de la Universitat Autónoma de Barcelona, que una parte de la sociedad que en sus manifestaciones grita que las calles siempre serán suyas ha tratado de apoderarse del espacio público, poniendo cruces, lazos y ‘esteladas’ por todas partes. «Los lazos en el espacio público responden a una estrategia de amedrentamiento social, de imposición de una ideología única», según López Alegre.