Cien días bajo la amenaza del adelanto electoral
Sánchez paga el peaje de haber formado un Consejo de Ministros contra reloj y del escaso peso de los socialistas en el Congreso.
ramón gorriarán | madrid
El 18 de junio, solo dos semanas después de iniciado su mandato, Pedro Sánchez tuvo que garantizar que agotará la legislatura en 2020. Para entonces ya había un runrún premonitorio que daba corta vida a su Gobierno. En este tiempo, lo ha reiterado en varias comparecencias públicas. El líder socialista sabe que mientras esté en la Moncloa va a vivir con esa amenaza por una debilidad parlamentaria sin parangón en 40 años de democracia. Sánchez cumple hoy cien días de Gobierno, una convención de cortesía que cada vez tiene menos sentido.
El líder del PSOE sorprendió con la confección de un Consejo de Ministros acogido en general con beneplácito, a pesar del tropezón con el titular de Cultura, el efímero Màxim Huerta. Hasta en el PP se reconocía que el equipo era «potente». Los primeros días fueron de vino y rosas; el PSOE era el primer partido en los sondeos, la oposición apenas existía con los populares enfrascados en el relevo de Mariano Rajoy y las medidas iniciales tuvieron mucho de golpe de efecto y dejaron poco flanco a la crítica (la acogida de los inmigrantes del Aquarius o el anuncio de la exhumación de Francisco Franco). Pero enseguida surgieron los tropezones. «Bandazos», según la oposición; «desajustes», según el Gobierno. Así llegó el fracaso en la renovación del consejo de RTVE, la derrota en el Congreso con el techo de gasto y los objetivos de déficit y deuda, la devolución a Marruecos de 116 inmigrantes que habían asaltado la valla de Ceuta, las vacilaciones con la defensa del juez Pablo Llarena, los cambios de planes para el Valle de los Caídos, la legalización de un sindicato de trabajadoras sexuales y, el último, la congelación y descongelación de una venta de armas a Arabia Saudí.
Bisoñez intelectual
Sánchez reconoció hace poco que tanto él como sus ministros habían pecado de cierta «bisoñez» en algunas decisiones. No era de extrañar por las formas en que habían llegado al Gobierno. Desembarcaron de un día para otro tras el triunfo de la moción de censura que descabalgó a Mariano Rajoy y con ministros que ni soñaban serlo 24 horas antes de ser nombrados. El líder socialista tenía como horizonte hasta ese momento la recuperación de su partido tras la grave crisis vivida en 2017 y encarar de la mejor forma posible las elecciones autonómicas y municipales. No tenía un plan ni un proyecto para gobernar, los tenía para hacer oposición.
Quienes hablan con el presidente del Gobierno coinciden en que está «tranquilo y determinado» a salir adelante. No comparte las angustias y los nervios de muchos en su partido sobre el enrevesado futuro que se presenta. Tampoco está de acuerdo con los análisis que auguran que el suyo será un paso efímero por la Moncloa. Sus instrucciones a los ministros han sido gobernar con la mirada puesta en junio de 2020 y hacerlo con medidas audaces.
Su mayor obstáculo es que el futuro político no depende de él. Los 84 diputados socialistas son un sostén demasiado endeble para el Gobierno, lo ha podido comprobar en las derrotas parlamentarias que ha tenido que paladear. Pero también tiene un arma en su mano, él maneja los tiempos. Es cierto que las buenas relaciones que mantiene, por ahora, con Podemos y PNV le dan un respiro al contar con un bloque de 160 diputados, suficiente para ganar votaciones en el Congreso. Pero insuficiente para asegurarse las grandes leyes, como los Presupuestos Generales del Estado para 2019.
Unas cuentas que Sánchez tiene entre ceja y ceja que va a sacar adelante, aunque sea fuera de plazo. Su idea es presentar el proyecto en noviembre y aprobarlo allá por marzo.