La encrucijada catalana
Torra, atrapado entre ERC, Puigdemont y Sánchez
El independentismo se encuentra en la encrucijada de protagonizar un nuevo otoño explosivo para preparar las elecciones catalanas o bien explorar la vía del diálogo que le ofrece el Gobierno socialista.
cristian reino | barcelona
Un año después del tenso otoño de 2017, el Gobierno catalán vuelve a estar en la encrucijada. Hace un año Puigdemont lanzó un ultimátum a Mariano Rajoy: «Referéndum o referéndum». O había acuerdo para celebrar una consulta pactada o tiraba millas y la organizaba a las bravas. Optó por la vía unilateral, que culminó con la proclamación de la república. El dilema, doce meses después, vuelve a ser referéndum o referéndum. Pero con una diferencia considerable. Ahora hay dos consultas sobre la mesa, la que Quim Torra insta a negociar a Pedro Sánchez sobre la independencia y la que propone el presidente del Ejecutivo español para votar un nuevo Estatuto.
Torra tiene que elegir. O profundiza en la vía del diálogo y el deshielo o insiste en la vía rupturista que le exigen Puigdemont, la ANC y la CUP. «Hoy por hoy no veo que vaya a haber movimientos de calado, teniendo en cuenta el calendario electoral, el judicial y porque en el independentismo están muy divididos», afirma Astrid Barrio, profesora de Ciencia Política de la Universidad de Valencia. A su juicio, lo que hará Torra es mantenerse en la ambigüedad para no encarar ningún frente y tratar de disimular que no sabe qué hacer.
El presidente de la Generalitat habló el pasado martes en la conferencia que pronunció en el Teatro Nacional de Cataluña de emprender una larga marcha de movilizaciones hasta la celebración del juicio del 1-O y la resolución de las sentencias, que sectores del independentismo y el propio Torra quieren convertir en un nuevo 1-O. Volver a jugar la carta de la agitación en la calle, aprovechando el calendario de efemérides, la gran baza del secesionismo. Puigdemont y la ANC sueñan con una gran movilización que provoque la respuesta contundente del Estado para legitimar una secesión unilateral sobre la base de una causa justa a partir de la conculcación de los derechos. Torra lo esgrimió en su discurso del martes. La movilización en la calle es la gasolina que necesita el independentismo para mantener la llama encendida del proceso. Torra y Puigdemont quieren activar la calle para coger impulso con las sentencias y plantarse en una posición de fuerza en las municipales o ante un hipotético adelanto electoral en Cataluña, que tanto Torra como Junqueras han descartado esta semana pero que sobrevuela todas las decisiones.
Pero la agitación continua tiene riesgos y ya hay en el secesionismo quien pide que se pinche el globo y se admita la realidad.
Las consecuencias de tensar mucho la cuerda ya se conocen (155, encarcelamientos.) y un otoño incendiario dejaría el Gobierno de Sánchez en una situación débil que podría provocar un adelanto electoral de consecuencias inciertas. Y sobre todo, según apunta Astrid Barrio, si el independentismo insiste en la vía unilateral se van a hacer mucho mayores las grietas que hay en el propio movimiento soberanista y cree que el escenario de «ruptura total» entre JxCat y ERC no está lejos. Fuentes de la cúpula del socialismo catalán no creen que Quim Torra vaya a un nuevo choque frontal contra el Estado ni busque una «repetición de curso» como el del otoño pasado. Pero nadie se fía.
Torra en su discurso del martes pasado cayó en varias contradicciones, ya que dijo que quiere un referéndum pactado, pero al mismo tiempo dijo que hay que ejecutar el mandato del 1-O, que estamos en la fase de «libertad o libertad» e incluso de no aceptar las sentencias judiciales. Hasta flirteó con la amenaza de abrir las prisiones.
Sin embargo, el diálogo entre el Gobierno central y el catalán ya se está produciendo. Sánchez acercó a las cárceles catalanas a los presos secesionistas y se prepara ya un segundo encuentro entre los dos presidentes . Se ha producido el deshielo y, dadas las circunstancias, la interlocución tiene una cierta continuidad. Eso sí, para tratar asuntos sectoriales. Porque para abordar una solución al laberinto catalán, según apuntan desde la dirección socialista, a corto plazo no hay nada que hacer. Hay que esperar al juicio y ver cómo van sorteando unos y otros el campo de minas del calendario electoral, que puede afectar tanto al Gobierno central como al catalán. Puede abrirse una etapa de una cierta distensión, que al independentismo le sirva para ensanchar su base social y seguir profundizando en el autogobierno, aunque retóricamente se diga que el autonomismo es una pantalla superada. Pero en este caso Puigdemont podría ir perdiendo influencia, en beneficio de ERC. Y, además, los sectores más irreductibles del secesionismo, se resisten a aceptar la realidad de que Cataluña siga siendo una autonomía y urgen que se haga efectiva la república.