EL FUNERAL DEL DICTADOR
23-N: La operación Lucero
El entierro de Franco se llevó a cabo según un minucioso plan para evitar las improvisaciones que tuvo el de Carrero Blanco
El domingo 23 de noviembre de 1975 tuvo lugar el entierro de Francisco Franco, que se desarrolló según un minucioso plan del Servicio Central de Documentación [SECED], dependiente del presidente Carlos Arias Navarro. Fue la operación Lucero, que un exmiembro de ese ente, Juan Mª de Peñaranda, expuso en un ensayo homónimo ('Operación Lucero, 2017'). Este operativo quiso garantizar que el entierro de Franco transcurriera con normalidad y elaboró un protocolo que cubrió todos los aspectos de la muerte del dictador, desde su uniforme mortuorio hasta la jura del príncipe Juan Carlos como sucesor. Tal diseño tuvo su origen en el asesinato de Luis Carrero Blanco en diciembre de 1973, pues entonces el régimen improvisó las honras fúnebres, lo que se quiso evitar al fallecer el dictador.
Así, para evitar problemas de orden público se hizo un seguimiento de la oposición y se detuvo a los líderes del PCE del interior. A la vez, se observaron las movilizaciones ultraderechistas al temer incidentes, pues circuló el rumor de que un núcleo de excombatientes querían presionar al Rey para que hiciera un juramento público de lealtad al régimen y al Movimiento.
En este marco, a las siete de la mañana del día 23 se cerró la capilla ardiente de Franco en el Palacio de El Pardo y le velaron los miembros del Consejo de Regencia y del Gobierno. A las diez se celebró un multitudinario funeral de córpore insepulto en la plaza de Oriente que presidieron los flamantes monarcas. El cardenal primado de España, Marcelo González, hizo la elegía del dictador. Le asoció a la cruz y la espada, símbolos en los que "se encierra medio siglo de nuestra historia patria", pero señaló que "recordar y agradecer no será nunca inmovilismo rechazable".
También se constató el aislamiento del país (en septiembre habían tenido lugar las últimas ejecuciones de la dictadura), pues la presencia de mandatarios extranjeros se limitó al rey Hussein de Jordania; el príncipe Rainiero de Mónaco; el vicepresidente norteamericano Nelson Rockefeller; la primera dama de Filipinas, Imelda Marcos, y el dictador chileno Augusto Pinochet (que quedó fascinado por el Valle de los Caídos y comentó que le habría gustado uno similar).
Tras la ceremonia, un camión militar Pegaso modelo 3050 acogió el cuerpo de Franco y partió hacia el Valle de los Caídos, en cuya fachada se colocaron 400 coronas mortuorias. El convoy funerario llegó allí poco después de la una de la tarde y el abad de la basílica, Luis Mª de Lojendio, quiso ver el cuerpo de Franco, pero el ataúd estaba soldado.
EL VALLE DE LOS CAÍDOS ENTRA EN ESCENA
Paradójicamente, el entierro de Franco en Cuelgamuros no obedeció a una decisión previa de Franco, sino de Arias. Según Peñaranda, el cadáver se llevó allí porque "no había un sitio permanente en Madrid donde poder enterrarle". Y apuntó que la familia del dictador fue informada, más que consultada: "Al inicio del otoño [de 1975] quizá Arias se lo dice a la familia… Y doña Carmen [Polo] debió decirle: 'Haced lo que os parezca más oportuno'". De hecho, la hija de Franco afirmó que no tenía "ni idea de dónde quería ser enterrado" su padre.
En el Valle de los Caídos el féretro fue transportado por ayudantes de Franco y miembros de la familia (Alfonso de Borbón, el marqués de Villaverde y nietos) hasta el umbral de la basílica. Mientras tanto, en la explanada, que reunía a miles de congregados (se estimó que hasta 100.000 personas), se oyeron gritos rituales de "¡Franco, Franco, Franco!", así como cánticos del himno falangista Cara al sol, del carlista Oriamendi y del de la Legión.
UN REY EMOCIONADO
Luego el ataúd fue trasladado hasta el altar mayor, donde el abad lo bendijo e hizo jurar a los jefes de la Casa Civil y Militar del autócrata que el difunto estaba en su interior. Allí se había excavado una fosa de tres metros revestida de bronce con relieves de cuatro escudos: de jefe del Movimiento, de Capitán General de los Ejércitos, de su Casa y del Estado. Cubrir aquel gran vacío (2,25 metros de largo y uno de ancho) requirió una lápida de 1.500 kilos de granito que solo tenía la lacónica inscripción "Francisco Franco" y una cruz. Hacia las 14.15 la pesada losa cubrió el sepulcro. Un Rey emocionado oró brevemente y partió.
Cuando dejó el lugar empezó a cerrarse la historia de la dictadura, a la vez que el mausoleo adquirió un profundo simbolismo político al acoger a Franco junto a José Antonio Primo de Rivera. Y es que enterrado el hombre, empezó a tejerse el mito que exaltarían hasta hoy sus devotos admiradores.