La ‘nieta’ de Quevedo fascinada por la música
Aunque es natural de Cantabria y llegó a la ciudad como profesora en 1976, Margarita Morais no puede sentirse otra cosa que leonesa. «Yo quería hacer algo por esta tierra, me daba pena que muchos alumnos brillantes que tenía se quedasen sin ver más mundo, sin enriquecerse con otros músicos ni otros maestros, por eso empecé a organizar cursos», cuenta quien estudiara en Roma al lado de Ángel Barja y Samuel Rubio. .
e. gancedo | león
¿Esperaba Margarita Morais que aquel trastero —sí, para eso servía— iba a convertirse en la activísima sala Eutherpe y en el punto de partida de una aventura de alcance internacional? «Qué va, para nada. Yo pensaba entonces: ‘Ay, pues a lo mejor viene también algún músico de Zamora, o de Valladolid...’». Lo dice Morais con su voz de niña ilusionada, de persona que jamás pierde el entusiasmo ni la humanidad, y ríe y se asombra de aquellos humildes inicios ahora, cuando los músicos que han pasado por la sala pertenecen a 68 nacionalidades.
Pero, ¿de dónde procede esta mujer cuya mirada y empuje no parece corresponder —para nada— con su edad? ¿Cómo llegó a León la que hoy se considera leonesa por los cuatro costados? «Yo nací en La Serna de Iguña, un pueblecito de Cantabria, en 1945. Mi padre sí que era de allí, pero la familia había llegado un poco por casualidad», y vuelve a reír de modo cristalino, y con esa ternura que desprende cada uno de sus movimientos prosigue: «Te voy a contar cómo». «Había una señora que tenía farmacia en La Serna y que quedó viuda, y escribió una carta a la facultad de Santiago pidiendo un licenciado para trabajar con ella». Cuando se le concedió a un joven orensano de apellido Morais, éste no estaba del todo convencido pues se había ofrecido «un poco por broma». «Su padre, notario, le cogió por banda y le dijo: ‘Un hombre ha de tener palabra. Así que agarras la maleta y te vas para allá. Cuando llegue el suplente, si quieres, te vuelves’. Bueno, pues el suplente no llegó nunca, la viuda le dejó la botica al gallego y este se casó con una chica de Santander que veraneaba en el pueblo. Esos eran mis abuelos», cuenta. Y aunque la época mandaba que las señoritas fuesen instruidas «en dos cosas, francés y piano», Margarita contó con una antepasada verdaderamente pianista, Amalia, descendiente del célebre autor del Siglo de Oro (apellidaba Martínez de Velasco y Bustamante... y de Quevedo y Villegas), que había estudiado en París y cuyo pianoforte de 1820 preside la sala Eutherpe.
Cursó Morais la carrera de piano por libre, se examinó en Valladolid, entró en el noviciado con 20 años y una vez comprobadas sus grandes aptitudes musicales pudo ampliar estudios en Roma, en el Pontificio Instituto de Música Sacra ligado al Vaticano. Allí compartió aula con maestros como Ángel Barja, Samuel Rubio o Luis Elizalde. Barja, en concreto, tenía fascinados a los profesores. «Armando Renzi decía de él que tenía ‘inspiración divina’, y nos ponían sus exámenes como ejemplo para todos. Era increíble verlo componer con aquella humildad y discreción que tenía, una grandísima persona en un cuerpo pequeño. Mantuvimos siempre una relación de mucha, mucha amistad», narra.
Su primer destino como profesora fue un colegio de Villafranca de los Barros (Badajoz), a los 26 años, donde creó escuela y un coro cuyas integrantes aún la recuerdan con cariño, y el segundo, en 1976, León. «Lo conocía de una vez que mi padre me trajo, de niña, a ver la ciudad, y recuerdo que nos hospedamos en el Oliden. Me impresionó la entrada, el ascensor, aquellos reflejos dorados...», explica, y constata: «Aquí vine y aquí sigo. Y feliz».
«Yo veía que algunos de mis alumnos eran de verdad brillantes, y me daba pena que no viesen más mundo, que no tuvieran otros profesores ni conocieran otros músicos —rememora—, y por eso en 1986 quise organizar unos cursos. Mandé un fax a Joaquín Achúcarro, ¡yo siempre he sido muy valiente!, y al instante me respondió aceptando. A aquel primer curso ya vinieron 120 chicos. Después recorrí los colegios de León pidiendo una sala para hacer audiciones. ‘Tenemos esta, pero la usamos como trastero’, me dijeron. ‘Me vale’, respondí. La adecentamos, la decoramos... y ahí comenzó todo».