Guerra de espías en el ‘procés’ entre los Mossos y la Policía
Cinco agentes revelan al tribunal la contravigilancia que se hicieron.
M. Sáiz-Pardo/M. Balín | madrid
Aquel domingo de otoño de 2017 no solo hubo urnas y cargas policiales en los colegios de Cataluña. Aquel 1 de octubre, en las calles y carreteras, hubo un verdadera guerra silente entre los Mossos d’Esquadra, de una parte, y la Policía Nacional y la Guardia Civil, de otra. Una batalla de espías, seguimientos, chivatazos, vigilancias, contravigilancias y, sobre todo, desconfianzas que finalmente afloraron este miércoles en el Tribunal Supremo con la narración de hasta cinco funcionarios diferentes. Dos inspectores, dos agentes y una oficial de la Policía Nacional relataron al tribunal el que, quizá, sea el episodio culmen de esta batalla entre cuerpos policiales, otrora amigos. Todos ellos eran miembros del llamado ‘Indicativo Sol 47’, uno de los grupos de funcionarios destinados a labores de información para garantizar la seguridad de los antidisturbios y de la Policía Judicial que debía retirar el material electoral en Barcelona capital. Un cometido que varió, sin embargo, a labores de «contravigilancia» para neutralizar los seguimientos que los Mossos estaba haciendo a las fuerzas de seguridad del Estado. Todo comenzó, tal y como explicó ante el tribunal el jefe del indicativo que operó en el barrio de Las Cortes, en el primer centro electoral que controlaron los agentes encubiertos: el colegio Joan Boscà. «Los congregados fueron capaces de mordernos (identificarles) según llegábamos. Tuvimos que ponernos las capuchas», relató el inspector, que explicó que este hecho le dejó con la mosca detrás de la oreja, pero que sus suspicacias crecieron todavía más cuando vio en las inmediaciones un coche de los Mossos aparcado junto a otro vehículo de paisano. «Aquello no me gustó», rememoró este miércoles el mando del grupo ‘Sol 47’.
Ante el temor de que la policía autonómica estuviera dando chivatazos a los concentrados en los colegios sobre los movimientos de los antidisturbios, el jefe policial ordenó entonces establecer una contravigilancia a sus propios agentes. Y esa decisión, según relataron los testigos directos, fue acertada. El grupo de policías de paisano se desplazó, antes de la llegada de los antidisturbios, al siguiente colegio en el que iban a actuar los antidisturbios, el Pau Romeva. Pero antes de llegar al centro ya vieron que había dos coches de los Mossos cerrando el paso, pero lo que más sorprendió a los agentes «infiltrados en la masa» es que solo minutos antes de su llegada, el soplo de que los policías habían elegido ese colegio para actuar ya se había extendido entre los concentrados. «Jefe, han montado un cerco» «Jefe, acaban de avisar al colegio que llega la policía y han montado el cerco de defensa», fue el mensaje que llegó de los infiltrados en el Pau Romeva antes de que los congregados, armados con «cadenas, palos y cascos», cerraran con candados las puertas y montaran «barricadas». Los antidisturbios tuvieron «que abortar ese primer intento de entrar al colegio y volver a punto seguro». Y fue entonces, según relataron los testigos, cuando detectaron a los mossos espías.
Todos los policías que declararon coincidieron en su descripción: en la parte de atrás del colegio había dos varones, uno de ellos «calvo», dedicados a hacer un seguimiento en directo a los antidisturbios. Estos tipos, supuestos Mossos, según apuntaron los testigos, usaban «discretos» (pinganillos conectados a radios), escondían defensas extensibles y pistolas en sus ropas, y uno de ellos vestía las típicas «botas tácticas» de las unidades policiales. Cuando los antidisturbios finalmente decidieron entrar en el colegio, los espías no les perdieron la pista. «Durante toda la intervención no pararon de comunicar».