¿Cambio de modelo para la cultura?
No es exagerado afirmar que desde hace tiempo toda acción artística y cultural está influida por la urgencia derivada de la coyuntura crítica de los últimos 10 años, que empezó llamándose crisis y que ha acabado por revelarse como un insidioso cambio de modelo que fragiliza a las instituciones públicas relacionadas con la cultura a todos los niveles.
Ese cambio de modelo —que no crisis, es necesario remarcarlo— ha determinado que la situación de los museos públicos en España en general, y en nuestra comunidad en particular, sea el retrato de un desmoronamiento. La situación extrema del DA2 en Salamanca o del Esteban Vicente en Segovia, por citar dos museos cercanos, aunque podríamos mencionar también al CDAN de Huesca o al Marco de Vigo, entre muchos otros, y la situación de precariedad en la que desde hace años estamos sumidos el resto de museos, evidencia el desinterés por la cultura entendida como un servicio público.
Esta ristra de desmoronamientos retrata muy bien el hundimiento de muchas instituciones públicas en España que, en el caso del Musac, se tradujo en la reducción de personal y de presupuestos a menos de la mitad. Uno de los efectos de la llamada crisis, que probablemente fue instrumentalizada para ello, es un cambio de modelo que consiste precisamente en acabar con los servicios y las instituciones públicos.
Los siguientes datos dan una idea clara del cambio de modelo que lleva operando desde hace una década. Si bien en España no ha abierto ninguna gran infraestructura pública, sí han abierto entidades privadas como El Centro de Helga de Alvear en Cáceres, el Archivo Lafuente y el Centro Botín en Santander, Bombas Gens en Valencia, la Fundación Cerezales en León o la Colección de Roberto Polo en Toledo, por citar algunas de las iniciativas privadas de los últimos 10 años. Mientras ninguna de las instituciones públicas ha recuperado el presupuesto o la operatividad pasadas, excepto el Ivam de Valencia, las colecciones e iniciativas privadas gozan de un margen de maniobra cada vez mayor.
Trabajar en una institución pública hoy significa verse atravesado por las presiones de este brutal cambio de modelo. Del estado de bienestar que avalaba el disfrute igualitario de servicios básicos (sanidad, educación y cultura) y de la institución pública como garante del acceso a los mismos para toda la población, estamos pasando a un modelo neoliberal que no garantiza la titularidad, existencia y calidad del servicio público.
Como resultado de la situación de retracción económica que precede a la destrucción de los servicios públicos, muchas heridas son visibles en el cuerpo del museo (plantillas recortadas, presupuestos menguantes, servicios externalizados o profesionales precarizados) hasta el punto de que el cuerpo de la institución parece diluirse cada vez más. A ello hay que añadir que la mayoría de museos públicos no cuentan con personalidad jurídica propia que les permita actuar autónomamente y, por ello, en la medida que su cuerpo adelgaza, podría acontecer que un día el museo público ya no exista. Mientras que algunos sectores sociales demandan el mantenimiento de los servicios públicos, parece que hay una cierta voluntad interesada en que la cultura y el museo no formen parte de ellos. Quizás creen quienes tienen interés en esto que en silencio el cambio de modelo será más efectivo.