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León

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r. G/P.H/N.V | madrid

Y si los resultados del 10 de noviembre no alteran el escenario político surgido el 28 de abril. Es la duda instalada en los equipos electorales de los principales partidos nacionales. De ser así, que es lo proyectan con pequeñas variaciones los sondeos publicados, obligarían a un cambio de estrategia en todas las formaciones para no prolongar el bloqueo instalado en la escena política desde las elecciones de diciembre de 2015.

Aunque existe el temor a unos resultados que no cambien nada, las perspectivas no son iguales para todos. Los clásico del bipartidismo, PSOE y PP, tienen razones para pensar que van a mejorar su representación parlamentaria. Todo apunta a un ascenso aunque no con cifras espectaculares. Los socialistas más optimistas hablan de llegar a los 140 escaños, 17 más que ahora. Entre los populares dan por bueno el objetivo de crecer con una veintena de diputados.

Los más entusiastas apuntan a que es factible pasar de los 66 actuales al centenar. En todo caso, y si se consuman esos pronósticos, la correlación de fuerzas entre los bloques de izquierda y derecha apenas cambiaría. Los análisis realistas en Unidas Podemos, Ciudadanos y Vox reconocen que les aguarda un retroceso. El tamaño de la caída será lo que determine el éxito o el fracaso de la convocatoria electoral.

En el terreno de la izquierda queda por despejar la incógnita Errejón. Si participa en las elecciones, aunque sea en unas pocas circunscripciones, fragmentará el voto en ese espacio ideológico y debilitará las posiciones de PSOE y Podemos.

Socialistas y populares, por otra parte, confían en recuperar votos del centro, caladero mayoritario de Ciudadanos, para acabar así con la ausencia de trasvases de votos entre bloques. Como viejos rockeros de la política que son, apelarán a la estabilidad que necesita el país, a la necesidad de superar el bloqueo de cuatro años y a la bondad de lo viejo conocido frente a la inoperancia de lo nuevo, pero está por ver que esa estrategia funcione.

El PP, el que menos arriesga

El PP es, probablemente, el partido que menos arriesga en la repetición electoral. Tras tocar su suelo el 28 de abril al descender hasta los 66 escaños, los populares confían en que los pronósticos se cumplan y puedan superar esta vez los 80 diputados. Un resultado muy alejado de las marcas tradicionales de la formación conservadora y que supondría la segunda derrota de Pablo Casado en apenas siete meses, pero que podría venderse desde la dirección en términos de crecimiento y serviría para ampliar la distancia respecto a Ciudadanos.

En las últimas semanas, los populares han sido intencionadamente precavidos, procurando no trasladar la imagen de un partido que, situado al margen de las fracasadas negociaciones de la investidura, ve en los comicios una segunda oportunidad. Pero eso no significa que el PP no haya comenzado a prepararse para la nueva contienda.

La cúpula se ha volcado en perfilar una imagen más institucional de Casado, que, si bien no ha variado el enfoque y el fondo de su discurso, ha contenido el número de intervenciones públicas tras repartir juego entre sus portavoces. Además, los populares han ensayado desde agosto una nueva forma de apelar a la unidad de voto en el centro derecha, España Suma.