ACOSO ESCOLAR
Multa pionera a la administración por acoso racista a una niña en el colegio
Cuando crezca, quiere ser profesora de educación especial. Ahora está en el Instituto. Tiene 13 años. Hace dos años sufrió acoso escolar en el colegio Cardenal Herrera Oria, de Madrid. Allí, entre 2016 y 2017, un grupo de niñas de su edad le dirigían miradas desafiantes, no le hablaban ni dejaban que le hablaran, la insultaba por el color de su piel, la convirtieron en alguien invisible.
Varias frases se quedaron clavadas en su mente: hueles mal, cuatro ojos, inmigrante de mierda, nadie te quiere.
«Me empecé a dar cuenta por ciertos comportamientos que empezó a desarrollar, como insomnio, pesadillas, irritabilidad, no querer ir al colegio, ansiedad», cuenta Petra Ferreyra, la madre de C., que inició un proceso judicial que esta semana ha llegado a una sentencia pionera en España, en la que se ha condenado a la Comunidad de Madrid a una indemnización a la menor por un ineficaz manejo del problema.
Por un «innegable daño moral», el juzgado en lo Contencioso Administrativo 34 de Madrid falló en favor de la niña contra la Consejería de Educación.
«Ni la dirección del centro ni el profesorado indagó sobre lo que realmente estaba sucediendo, tratando de relativizar el problema a cosa de niños», dice la sentencia, que fija la indemnización en 7.500 euros, aunque no puede ser «cuantificada».
Cuando su hija comenzó a referir sólo «algunas cosas» de lo que le sucedía en el colegio, Ferreyra acudió al centro educativo, habló con la directora. Recuerda una conversación de este tenor: —Mi hija lo está pasando mal.
—Tu hija tiene que sacar carácter, acostumbrarse.
—¿Acostumbrarse a que la llamen negra de mierda?
—No, mujer, ella no es negra. Es marroncita, color chocolate.
«Supe que no podía contar con ella», dice Ferreyra, que comenzó a informarse con expertos, que le aconsejaron cómo solicitar acciones.
En enero de 2017 se inicia el primer protocolo, que el juez describe como «ineficaz».
LAS NIÑAS ACORRALAN
Cuando Ferreyra entra al recinto, las niñas que acosan a su hija la ven llegar. Mientras las autoridades del centro educativo prometen tomar medidas, el grupo acorrala a C.
Gilipollas, tonta, te vas a quedar sola, aquí no tienen que venir las madres que es un problema de nosotras, la amenazan.
Desde entonces empeora la situación de la niña con «continuos actos de amenazas, insultos, humillaciones, aislamiento social», dice la sentencia.
Hasta 16 episodios de acoso bien diferenciados pudo narrar la niña. Por ejemplo, éste en sus propias palabras: «Un día jugando en el recreo a mamás y papás me pedí ser la mamá y un niño me dijo: ‘yo no quiero ser el bebé de una inmigrante’. Yo le dije que no era inmigrante, pero me sentí mal. Yo se lo conté a la profe y no le castigaron, sólo le dijeron que no lo volviera a hacer. Me molestó. Cuando llegué a casa, me puse a llorar».
El desequilibrio de fuerzas era evidente: ella sola contra siete niños que a veces llegaban a diez.
La sentencia advierte: «Debe deslindarse el acoso escolar de los incidentes violentos, aislados u ocasionales (.) y sí de desequilibrio de poder, de forma de actuación en grupo, mayor fortaleza física o aprovechamiento de discapacidad de la víctima».
La situación se incrementa y en junio de ese año los padres logran que se active un segundo protocolo.
«No había interés de que se descubriera un problema de convivencia muy serio en el centro», acusa Ferreyra.
«No fuimos los únicos. Hubo al menos otros cuatro casos». La directora se vio obligada a renunciar ante las denuncias.
Empezó el siguiente curso escolar. El acoso prosiguió. «Aléjate, no nos caes bien», le decían.
Los padres de C. la cambiaron de colegio e insistieron en la acción judicial al tiempo que creaban una plataforma para combatir el racismo en las aula, bajo el lema ‘Suspenso al racismo’. Varias asociaciones les apoyan en la campaña.
«La negación, la relativización y el ocultamiento es la tónica habitual», dicen desde Afroféminas sobre el racismo en España.
«Nos congratulamos por la sentencia, pero desgraciadamente falta mucho por hacer. La educación en España no está preparada. Desgraciadamente esto sucede a miles de niños todos los días en los centros educativos».
El pericial psicológico sostuvo en el juicio que la menor sufrió «situación de acorralamiento, aislamiento y hostigamiento e insultos racistas». También experimentó una «negación del color de su piel.
Ella decía: me pasa esto por no ser rubia de ojos azules», recuerda Ferreyra, que seguirá en pie de lucha.
«Queremos cambiar mentes, que a administración asuma su responsabilidad para proteger a nuestros hijos y que puedan educarse sin necesidad de vivir estas situaciones tan terribles», dice Ferreyra. «Se tienen que exigir responsabilidades y modificar los protocolos».
En su nuevo colegio, C. «resurgió» con el apoyo de sus nuevos profesores. «Canaliza lo que vivió, convirtiéndolo en algo positivo».
Sigue en terapia porque de vez en cuando regresan los temores. Tiene pesadillas. O se encuentra con sus acosadoras en el barrio donde viven.
«No fueron reeducadas», dice la madre. «Y en mi hija las secuelas están muy marcadas».
C. quiere ser profesora de educación especial. Quiere proteger a los más débiles.