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Diario de una confinada | Día 5

De lo que no hay

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León

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Me llamaron del súper de abajo. Que por fin había pollo. Bajo y veo que hay menos, en el súper, digo. Obligatorios los guantes, ya era hora. Para pagar, tres metros de distancia. A mi me viene bien, que así me estiro y hago ejercicio. Casi todo el mundo con mascarilla. Esto empieza a parecerse a China.

El chino del al lado ha aprovechado para cerrar y hacer obras, así que toda la vida comercial del barrio se concentra en el mismo lugar, en el Froid y en la farmacia de Javier Antón, que se ha blindado detrás de una mampara y una sonrisa. Se estrena en tiempos de guerra el chaval. Se va a curar de prisas e impaciencias. No tiene tiempo ni de mirar el móvil. Solo se puede entrar de uno en uno y la cola aquí es perfecta. Científicamente perfecta, diría yo. Me dan ganas de bajar con el metro y medir, apuesto que están a tres metros exactos. Ah, que no puedo, que hay que estar en casa. Tengo que ponerme más firme con mi cabeza. Como siga así, me dan ganas de mandarme a la UME o a la Guardia Civil al cerebro para que pongan orden en mis pensamientos.

Bueno, que me pierdo. Volvamos al súper. Total, que desde que se decretó este nuevo tiempo de Alarma (lo voy a dejar con mayúsculas, que así impresiona más) las cosas han ido cambiando. En cuatro días. Llegué y había de todo. ¡De todo! ¿Pero no decíais que habían arrasado con la comida? ¿No estabais enfadados porque aquello parecía el final de los mundos? Pues ahí estaban, repletitas las estanterías de Donuts, cookies, chocolates rellenos, helados de limón… todo esperándome. Yo, rezando para que se lo llevaran todo antes de que yo llegara. 

Por dentro pidiendo ¡que lo compre, que lo compre! Hasta me daban ganas de invitarles yo. Como si fuera una degustadora (a distancia, eh). «Pruebe, pruebe, verá qué bueno». Pues nada, había para todos.

Mientras pensaba en la operación bikini me di cuenta de que este año no va a poder ser tampoco porque aparte de que han quedado aplazadas todas las operaciones, las estanterías están llenas. ¿Os habéis cansado de comprar justo el día que voy yo? No están los tiempos para entretenerse, que acecha el virus, que anda Covid-19 por ahí, pero me llamó la atención lo que no había. Guantes, lejía y pipas. Sí, pipas. La señal de que, como en el pueblo en verano, empieza el aburrimiento.

Por el wasap, Pilar nos anunció que iba a hacer pan. Hasta la foto final era apetecible. Los ingredientes estaban todos en mi súper. No faltaba de nada. Lo que no hay son mascarillas, gafas, monos, batas impermeables. De eso no hay en ninguna parte. Y sí mucho de imprevisión. Ahora sí que ha llegado el pollo. Vamos, id pensando que esto es una guerra de verdad. Economía de guerra, médicos de campaña y parte de bajas. Ahora lo sabemos, vamos a empezar a vivir con tonterías, las justas. Hasta mañana. Cuidaos mucho.