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Plateas y trincheras

El filandón de los balcones

Las ventanas y terrazas se convierten durante la cuarentena en faros desde los que los vecinos emiten mensajes y observan cómo pasa la vida para compartir, aunque sea en la distancia, la sensación de que la crisis no les convierte en islas solitarias desde las que resistir al virus

Carlos Fernández y Laura Núñez, con su hijo Leo en brazos y Mael en camino. JESÚS F. SALVADORES

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León

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Las puertas se trancan por dentro y las ventanas se abren hacia afuera. Los balcones florecen en León para convertir cada edificio en un faro desde el que emitir señales, ver cómo pasa la vida y compartir, aunque sea en la distancia, la sensación de que no se vive solo. Lejos de la función como estrado desde el que se juzgan las conductas de quienes están por la calle, en muchos casos sin conocer el contexto, los miradores dan luz al confinamiento. No son ya meros recursos constructivos, sino que se han convertido en escaparates para exhibir los mensajes de apoyo, en clínicas terapéuticas, en solárium en pleno centro, en escenarios para festivales de música, en gimnasios con bici estática o guanteo, en plateas para aplaudir unidos a las ocho de la tarde sin falta, en troneras desde las que construir un filandón, en jardines con apenas cinco maceteros y una sábana en la que colgar de los extremos de un arcoíris el mantra que anima a creer que «todo saldrá bien».

Cartel en un bajo de Renueva. RAMIRO

Lo enarbolan en la plaza de Santo Martino Carlos Fernández y Laura Núñez con su hijo Leo en brazos. La foto no muestra que en realidad son cuatro. Mael se anuncia para «mediados de mayo», lo que les tiene «algo nerviosos», pero para atenuar el cierre disfrutan de su «jardín para respirar». «Es que hay un virus con corona», aclara el guaje.

Las ventanas sirven para que los pequeños se relacionen con sus compañeros. El mensaje se cuela en forma de canciones infantiles por la cristalera abierta del domicilio de Isabel Cimadevilla y Diego Pardo, en Gran Vía de San Marcos, para participar en la iniciativa promovida por el ampa del colegio Ponce de León. «Echo de menos a mis amigas del cole», reconoce Olivia, antes de que la policía a pregunte quién sabe de dónde sale la música que «puede molestar a los vecinos».

Aunque no siempre la ventana se abre para comunicarse con el entorno. En un bajo de Renueva, donde los cuarterones quedan a la altura del peatón que pasa por la acera, un cartel se encarga de reclamar a los viandantes que «por favor no se acerquen» porque dentro «hay niños». Más arriba, en la plaza de Regla, Javier Muñiz, sale «al sol. «Es imprescindible unas horas al día para el calcio y la vitamina D en los que ya tenemos una edad», reseña, asomado a la Catedral.

Con un balcón las penas son menos, como admiten Carmen Botija y su hija. Se consideran «unas privilegiadas en medio del desastre somos unas privilegiadas. Vamos a empezar a echar más tiempo asomadas a ver si producimos clorofila», bromean, mientras aprovechan para ponerse al día con una pariente que saca al perro al jardín debajo de su casa, en la esquina de las calles San Lorenzo y Tremolina. «A ver si se animan más vecinos para que haya conversación», incitan con ganas de filandón.

Diego, Isabel y Olivia. FERNANDO OTERO