Expedientes abiertos
Más Trabajo que nunca
Los cierres de negocio obligados y los Erte que se derivan de ellos activan una cadena de consecuencias laborales y sociales mientras avanza la tercera semana del confinamiento
La primavera no se ha ido. Está confinada en el parque de Quevedo, donde a primera hora de la mañana la escandalera de las ocas, los patos y los pavos, coreada por los pardales desde la platea de los abedules, ubica el tiempo en su estación. A la verja se asoma Maribel, que va a la compra porque ahora no tiene trabajo. Se le acabó «justo antes de la cuarentena», cuando «se murió uno de los ancianos que cuidaba». Aunque la sucesión temporal le ha permitido «cobrar el subsidio», concede, a la espera de que se acabe la crisis para volver a «cuidar al otro», quien de momento «se ha quedado con su familia». «Le están cuidando ellos, que están afectados por un Erte. Esto es una cadena», razona camino de cruzar el puente de San Marcos.
David Álvarez, delante de Flores Santamaría. FERNANDO OTERO
El paso lo ha franqueado ya Antonio González. No va a tomar el aire, aunque sea «el paseo más largo que ha dado «en todos estos días». Sale de casa para ir «por fuerza» a la farmacia hospitalaria de la clínica San Francisco por «un medicamento» que tienen que dispensarle para tratar su enfermedad. «El confinamiento hay que llevarlo como se puede. Tengo 71 años y vivo solo, así que para que pase el día hablo por teléfono más que nunca, veo la tele y estoy más tiempo en la cama», resume con el paraguas listo para guarecerse del anuncio que portan los nubarrones sobre la ciudad.
A sus espaldas queda el Crucero. En los bajos de la La Torre, el edificio que se yergue como mástil del barrio, Fernando Gómez se hace hueco tras el mostrador de la tienda que anuncia en su cartel, para más pistas, el nombre de Liberamóviles. Están «a medio gas», señala, porque «no hay piezas para muchos móviles que, aunque pongan Europa, tienen que venir de China». «Las importaciones están paradas, así que, aunque se estropeen, al margen de un cargador o algún accesorio, la mayor parte de lo que estamos haciendo son recargas», detalla el comerciante, quien abunda en que la demanda se atiene a una zona «donde hay muchos inmigrantes y el nivel de renta es más bajo». «Recárgame 6 euros», pide Isabel Robles, quien concede que no necesita más teléfono porque en casa cuenta «con internet» para hablar con su familia, que «está en Santo Domingo». «Allí también lo están pasando mal», avisa.
En la acera de enfrente pasa con un ramo David Álvarez, quien tiene cerrada la puerta de Flores Santamaría pero puede atender «los pedidos de comercio electrónico». «Para funerales casi ya no hay y por regalos tampoco, aunque hubo alguno para el Día del Padre. Haremos un par de ellos como mucho diarios. Hay días que miro el teléfono por si funciona», bromea, mientras que por el tramo de Doctor Fleming que va de la rotonda al antiguo paso a nivel del Crucero no cesa el movimiento de personas pese a las normas de confinamiento.
Aquí es «donde más gente se ve», como sentencia José antonio Penagos, que tiene que hacer la ronda de todo el entorno de Paseo de Salamanca, calle Astorga, la zona de los juzgados, la avenida Doctor Fleming, la plaza del Huevo, la parte trasera de la iglesia de San Francisco de la Vega y por ahí para adelante». «Me meto 15 kilómetros diarios», calcula, amparado por un mono blanco, con una pértiga en la mano y la mochila a la espalda cargada de «una solución de agua y lejía» para «desinfectar los contenedores, las papeleras, las entradas de las tiendas y las farmacias» y donde ve que «hay más movimiento». «Por aquí hay mucho», insiste, y cita casos de vecinos que «andan todo el día para arriba y para abajo» o que «van a por pan a la plaza de toros».
Fernando Gómez . FERNANDO OTERO
La descripción no alude a Carlos Chacón, que viene de llevar «unos recados a los abuelos» para que no salgan. La labor se completa con «atender a las 25 gallinas» que tiene su abuelo «en Villasabariego», donde va «dos veces por semana a recoger los huevos y verlas», después de haberle «quitado las llaves» al patriarca de la familia para evitarle la tentación de salir de casa. El chaval estudia «un máster del Icex en la Universidad Menéndez Pelayo» de Madrid, pero se vino para León antes de que se decretara el confinamiento. «Somos seres humanos y huimos del peligro. Sé que me pueden llamar irresponsable y lo acepto, pero me fui de allí para estar con mi familia», reseña, antes de volver a casa para cumplir con la clase online que tiene «a las doce». «El peor enemigo es uno mismo porque estás en casa y aunque lo parezca no son vacaciones», avisa.
Vacaciones se ha dado a sí mismo Ernesto Prada, aunque «pendiente de los avisos» que atiende si le llaman al teléfono que ha dejado apuntado en el cartel de la entrada de su óptica, en Condesa Sagasta. No pueden «graduar, por ejemplo, porque hay que estar cerca y no se puede dejar un metro de distancia», pero sí resolver problemas como el que tiene con «la varilla» de sus gafas José García. «Le llamé hace una hora y he venido», aclara el cliente, mientras el delegado de los ópticos de León apostilla que apenas tiene «uno por semana».
Ninguno le queda estos días a Primitivo Gómez, después de que tuviera que cerrar el bar Gallardo, en la calle Laureano Díez Canseco, en el Crucero. «Tengo que venir desde allí porque han cerrado la sucursal del banco Santander y necesito pasar dinero de la cuenta personal a la del bar, que está tiesa», describe tras citar un rosario de facturas que saldar por «el alquiler, los autónomos que ya se han girado, la alarma, la luz...». «¿Cómo lo voy a llevar? Jodido», resume sin más pausa, delante de la delegación de Hacienda. Dentro no hay atención al público. La campaña de la Renta comienza pero sólo «por internet», como aclara el guarde de seguridad, quien augura que la presencial «empezará en mayo, si empieza». Desde la ventana, donde controla el paso por Gran Vía de San Marcos, comenta que «por la mañana hay movimiento», pero advierte de que «cuando da miedo es por la tarde porque no salen ni los perros a partir de las ocho». «Parece una película del oeste, sólo faltan los jaramatos », apostilla.
Enfrente queda la oficina Territorial de Trabajo. Hacía allí va la mujer que excusa no poder pararse porque está «de trabajo peor que nunca». Se resiste a dar su nombre. «Soy la que firma los Erte», se rinde al fin, ya a distancia, la jefa del servicio: «Ana Guerrero».