Día 32
Bailar pegados no es bailar
Salió el sol y se fue. A ritmo de cafetera. Abrí la ventana con Sol y cuando el humo del café se mezclaba con el aire de la mañana (la perfección existe), en lugar de aclararse el día, se oscureció. Y pensé: columna negra. Cuando oigo hablar del tiempo a alguien me dan ganas de preguntar: ¿y a qué piso va? Pero vi por la ventana a un tipo que pasaba sonriendo móvil en la oreja. Y ya éramos dos. Me agarré a su risa. Fuera, nube negra. Te preguntas mucho más estos días quién será este o aquella. Preguntas a lo Perales. Dicen que estamos a seis personas de cualquier persona del Planeta. A seis contactos. Me encantó esa idea. Como lo descubrí cuando eran tiempos de Obama, yo decía: desde que sé esto, pues yo veo al señor Obama como más colega. Desde el respeto. Y claro, desde los 5.847 kilómetros que nos separaban desde mi casa a su Casa Blanca. Aunque él ni se enteró. La cosa era que estamos cerca en plan el mundo es un pañuelo. Y ahora nos piden distancia. La cuestión ahora es que, más que cerca o lejos, la sensación que se tiene es la de estar quieto. Quieto parado. Estamos en un preparados, listos, que no se sabe dónde tiene el ya. Pero intuimos que lo que venga requerirá hacer las cosas bien. Tan importante lo que hicimos como lo que hagamos. Así que sigamos. Yo no me acerco ni a mi madre. Para mí estar a tres metros es bailar pegados es bailar (estoy oyendo mucha música ligera, pero eso es otra historia). Yo me lavo las manos como acto social. Y si hay que hacer un recado, soy el rey de los rodeos. Porque salgo de casa volviendo. Con lo que yo era... A punto de entrar en una tienda, me entran ganas de entrar para decir: no quería nada, me voy. ¿A que no estuve? Un saludo.
Si alguien me dice: un abrazo, le digo: ¡crucis! Que se lo he oído a los niños pequeños para parar el tiempo. Y se quedan todos como estatuas. Qué digo estatuas, como santos. Les haces una foto y piensas: podía haberles congelado. Y sientes algo así como que la felicidad era esto. Pero ya tienes a uno encima: papá mira lo que hago. Digo esto, porque creo que es lo que hay hacer ahora, para poner en punto este maldito reloj e ir al ritmo de lo que pasa. Hacer lo que no se hizo porque no sabíamos. La vida normal va a tener que ser una completa anormalidad. Muchos verbos. Pero más verbos le vamos a tener que echar para que esto de vivir tenga el sentido que tiene: ser y hacer ser felices. Gastada la tarifa de verbos por hoy. Por cierto, de antes, siempre me ha pasado una cosa que me daba un punto a lo Jack Nicholson. Cuando ya estamos todos sentados a la mesa y no hay detalle pendiente, siempre me entran una ganas irrefrenables de levantarme para ir a la lavarme las manos. Y lo hago. Pero, si ya fuiste. Ya, pero es que tengo la sensación de que necesito volver a lavármelas. Parece que ya estoy pensando en días que todavía no están puestos en este nuevo calendario. Pero es que llegó la tarde y devolvió el Sol que nos faltaba. Lo que me hace no olvidar que una vez Germán González y yo concretamos que la felicidad sería algo así como bailar agarrado con la vida. Pero, por favor, de momento la distancia es un beso cargado de futuro.