La voz de los enviados leoneses
«Dios ha dicho basta»
De Europa hasta Asia o América, son muchos los misioneros leoneses que se encuentran en el corazón de la pandemia y desde allí relatan los desvelos de la gente más vulnerable que les rodea en un momento de «miedo global»
Esta vez no ha habido que recurrir a los países más pobres o remotos del mundo para conocer los zarpazos de esta súbita crisis sanitaria. El «miedo global» se vive en suntuosas ciudades como Roma —en Italia ya han muerto más personas que en China, donde se originó el coronavirus— y en opulentos rincones de Asia. Antes, las epidemias se quedaban al otro lado de la frontera, pero ahora están aquí, con todos. Aunque sigan existiendo virus de ricos y virus de pobres. Quienes mejor lo saben son los 350 misioneros y misioneras leoneses que hay repartidos por todo el mundo y cuya voz se hace imprescindible para entender el alcance —también espiritual— de este fenómeno entre los más vulnerables. «Creo en los milagros y estoy segura de que esto se irá y nos traerá valores humanos que habíamos dejado en el baúl del olvido», predice la paramesa Domitila Fuertes Ramos desde la isla japonesa de Honsyu, cerca de Nagoya. Seis enviados de la Iglesia católica por todo el Planeta describen la vida desde el corazón de la enfermedad.
DELFINA MORAL
«No todos somos iguales ante esto. Y nada volverá a ser como antes»
Originaria de Villacalabuey, Delfi Moral Carvajal (50 años) vive en la periferia de Roma desde hace 12 años. Es religiosa misionera de Santo Domingo. Enseña Derecho Canónico en la Universidad Pontifica de Santo Tomás de Aquino (Angelicum), por lo que se ha metido de lleno en las nuevas tecnologías para seguir impartiendo clases. Precisamente, el decreto que ordenó el cierre de universidades fue el detonante del miedo que se desató en el país vecino. Vive en lo que llaman una casa di riposo (residencia de ancianas) y esto les está afectando mucho más. «Creo que no tengo derecho a hablar de sacrificio por tener que renunciar a cosas secundarias cuando gozo de una terraza y un jardín en el que poder caminar; frente a mi casa hay casas populares, un viejo hotel en el que viven confinadas familias enteras en una sola habitación, ellos sí tendrían un motivo para lamentarse». Así de crudo. «¿Si hay miedo? Claro que lo hay, creo que es perfectamente normal y humano sentir miedo ante esta amenaza que nos sobrepasa». Es muy crítica con la reacción que está viendo en el mundo. «Por desgracia creo que cada uno está mirando por sus propios intereses, primando los intereses económicos y políticos a los de los ciudadanos». Cuando el virus se identificó en Wuhan «aumentó el racismo y los chinos aquí en Roma tenían miedo de salir a la calle», subraya. «Italia fue uno de los primeros países que canceló todos los vuelos a China; un egocentrismo atroz», asevera. Frente a ellos, sus hermanas en China y los cristianos de sus parroquias como ellas dicen se han unido para poder enviar 2.000 mascarillas porque han visto que la situación en Italia es preocupante. «Ellos lo han sufrido y se hacen solidarios». Y recuerda las recientes palabras de una hermana: «En Myanmar (Taiwan), si la gente no muere del virus morirá de hambre. La gente rica extranjera que está en el país ha vaciado todos los supermercados. Los pobres solo pueden comprar para cada día y ahora ya no tienen nada que comprar. No todos somos iguales ante esta pandemia. Y nada volverá a ser como antes», augura.
JOSÉ MARÍA ROJO
«Aquí hay enfermedades como el dengue o el zika que se llevan a la gente de encuentro a la tumba»
Al principio, el problema le pareció lejano porque en ese momento había dramas tan cercanos como la muerte de 20 personas cuando el coronavirus ni siquiera se había manifestado en Perú. «Es muy fácil decir que nada ya será igual, que saldremos mejores. Eso esperamos pero… en el mundo mueren 8.500 niños al día de hambre y solo en Lima 170.000 niños menores de tres años anémicos; y tenemos la vacuna: comida», comenta firme José María Rojo García, nacido en Villeza de las Matas. «Tenemos en mi misma parroquia bolsones importantes de tuberculosis que, con el zika, se llevan de encuentro a la tumba a la gente». Las palabras de este sacerdote diocesano cuya misión está en Villamaría del Triunfo (Lima Sur) resultan desoladoras en un momento en el que la pandemia ya empieza a asomar sus garras con cerca de 8.000 casos positivos y 173 fallecidos hasta el día de la entrevista.
El sacerdote José Mª Rojo, de Villeza de las Matas a Lima Sur (Perú).
En palabras de Rojo, con una larga experiencia en misiones, «si no cambiamos nuestro estilo consumista de vivir (sobre todo en occidente) y si no cambiamos el sistema neoliberal —las dos cosas en las que insiste el papa Francisco— volveremos más pronto que tarde a las mismas: destinaremos a la salud presupuestos ridículos, destinaremos a los pobres presupuestos ridículos, seguiremos poniendo en el centro la economía, o sea, el lucro, la ganancia y no las personas, y seguiremos produciendo descartables ». Entre otras muchas preguntas, el sacerdote leonés cuestiona si cuando todo se estabilice «habremos aprendido que un simple virus pone de rodillas al mundo entero y que no somos dioses».
ROLINDES GONZÁLEZ
«Con oración, ciencia y solidaridad saldremos adelante»
Rolindes González García, religiosa dominica de la Anunciata, oriunda del pueblo de Barrio de Nuestra Señora, ribera del Curueño. Así lo quiere constatar. Lleva más de trece años en Filipinas, ahora en Calamba, a unos 70 kilómetros al sur de Manila. Su comunbidad es pluricultural: cinco vietnamitas, dos filipinas, una salvadoreña y ella, la mayor de todas. Todas ellas tiene una «inquietud añadida». Es la gente sencilla y pobre. «Si esta situación se prolonga —explica— les va a ser muy difícil sobrevivir. Son familias que viven al día, con los viajes que hacen con su triciclo, con lo que sacan de su venta ambulante, con el barbiquiu que cocinan y venden en las esquinas… y si no pueden hacer estas actividades no tienen para comer». Ya lo están notando. «El Gobierno ha dado algo, cinco quilos de arroz, después por otras dos veces dos quilos, pero enseguida se acaba porque suelen ser familias muy numerosas». Su parroquia distribuye vales de comida de unos diez euros para comprar en unos grandes almacenes que son los que han hecho la donación a Cáritas. «Tenemos esperanza y con la oración, la ciencia, la solidaridad y la colaboración de todos y todas saldremos adelante. Desde el extremo oriente al occidente un fraternal saludo virtual», es el mensaje final de su entrevista.
Rolindes González, oriunda del Curueño, en su misión de Filipinas.
Censo del Planeta
Donde reside, la situación se vive con «serena preocupación». Están confinadas y con normas estrictas. Solamente puede salir una persona por familia para comprar lo más necesario: alimentos, medicinas... Los bancos están abiertos tres días a la semana, además se tiene que salir con un carné personalizado que facilita el gobierno del barrio al que pertenecen. En principio, su confinamiento era hasta el día 15 de abril, pero ya se ha prolongado hasta el 30. «Nos sentimos solidarias con toda esta situación mundial que está en nuestro corazón y en nuestra oración», remarca. Y cómo no. «En estos días tan especiales, también seguimos la oración litúrgica de esta manera virtual».
PEDRO FERNÁNDEZ
«Es una ocasión para que el mundo que venga sea más respetuoso»
«Sometido al peligro del Covid-19». Así vive Pedro Fernández Rodríguez su día a día en uno de los lugares con más historia de Roma, la Basílica Papal de Santa María la Mayor, donde es confesor penitenciario. Nacido en 1940 en La Ercina, reside en Roma desde 2004. Fraile dominico ligado por lo mismo al Santuario de la Virgen del Camino, aporta el más espirtual de los entrevistados. Dice estar «más cerca de Dios y de los demás, que es lo que me permite ir venciendo cada día el miedo». En lo cotidiano dice que conviene tener algo que hacer. «Nosotros seguimos confesando en la Basílica, no podemos abandonar a los fieles en este momento, pero son muy pocos los que vienen, pues en toda Italia llevamos ya desde el 9 de marzo en aislamiento».
Fernández es confesor en la Basílica Papal de Santa María la Mayor.
Pero esa esperanza en lo divino no quita que esté «oprimido» por la pandemia. «Lo que venga después será muy distinto», vaticina. «Pido a todos que nos demos cuenta que en este fenómeno natural por algún lado está la mano de Dios. El mundo y la Iglesia no podían continuar así. La sangre de Cristo no fue derramada en vano. Y Dios, que tanto nos ama, ha dicho basta. Es una ocasión para que el mundo y la Iglesia que vengan sean más respetuosos con Dios y con los hombres».
TERESITA ÁLVAREZ
«Tenía mucha ilusión por volver a ver los Juegos Olímpicos de Tokio, como hice en el 64 cuando llegué»
Bautizada en la parroquia de Santa Marina de la capital leonesa, Teresita Álvarez Pellitero pertenece a la Congregacion de las Hermanas Carmelitas de la Caridad (Vedruna) y está destinada en Japón desde 1964. Era un año de emoción porque coincidía con los Juegos Olímpicos en Tokio. «Tenía mucha ilusión de poder volver a verlos, pero se han aplazado», comenta apenada.En su colegio, los planes del curso han quedado totalmente trastocados. «Sentimos nuestra impotencia ante esta pandemia y también la debilidad. El Señor quiere que volvamos a lo esencial del ser humano. En Japón sobre todo, pero también en todo el mundo, solamente tiene valor el dinero y ser el primero en todo. Hay que ser más humanos en las relaciones humanas, que nos ayudemos mutuamente y que pongamos nuestra esperanza solo en Dios, que es nuestro refugio», es su consejo.
Teresita Álvarez, bautizada en Santa Marina, vive hoy en Japón.
«Hay que cuidarse y cuidar a los demás, que la Vida [con mayúsculas] es un tesoro que no podemos dejarlo a un lado.Pidamos mutuamente por todos los enfermos y cuidadores».
DOMITILA FUERTES
«Se quejan de que el Gobierno ha visto muy tarde el peligro del virus»
De la misma congregación que las Dominicas de Suero de Quiñones y originaria de Mansilla del Páramo, Domitila Fuertes Ramos tiene 60 años y lleva trabajando en Japón como misionera 30, ahora en la provincia de Aichi, en Okazaki. Allí tienen un colegio femenino de Enseñanza Media Superior. En un relato documentado que parece ciencia ficción y que lamentablemente hay que resumir, la misionera cuenta cómo un crucero que ancló en las costas de Yokohama fue el lugar de inicio del virus, puesto que varias personas ya infectadas viajaron al extranjero, sobre todo a China, Corea... «Y así fue». Después llegó el confinamiento días antes que en España —primera semana de marzo— y posteriormente un segundo. Y ahí empezó el miedo auténtico. «No estamos tan encerrados como en España pero sí que han ido prohibiendo reuniones en público de más de 20 personas y están mandando cerrar bares, restaurantes y lugares de ocio.
La paramesa Domitila Fuertes, en la isla de Honsyu (Nagoya).
Acto de apertura de las aulas el día 6, antes del encierro.
La televisión, desde hace dos días, lo ha tomado en serio y da programas muy detallados de la gravedad del caso». Al igual en España, los japoneses se quejan de que «el Gobierno se ha movido demasiado tarde, que no se ha percatado del peligro del contagio y del virus». «Ahora estamos en la situación de aumento de contagios y muertes y ya se han puesto en plan de ir cerrando fábricas y trabajos, también porque al estar paralizado medio mundo no hay pedidos ni llegan los materiales necesarios para poder acceder a los trabajos», cuenta. «Yo confío y creo en los milagros, y estoy segura de que esto se acabará y nos traerá una nueva primavera donde vuelvan a reinar los valores humanos y religiosos que habíamos dejado un poco en el baúl del olvido».