Juramento hipocrático
«No hicimos Medicina para quedarnos en casa durante una emergencia sanitaria»
Dos jóvenes con el MIR recién aprobado pero aún sin plaza trabajan en la cárcel, donde un contagio pondría en peligro a los 800 reclusos
En mayo esperaban empezar la residencia en algún hospital, disfrutar de la primavera y hacer «un poco el nini». Nora iba a entrenar para el campeonato de España de atletismo de 400 metros vallas, previsto para finales de junio, y Elena había sacado billete para París. Pero seis largos cursos lectivos en la facultad de Oviedo, un año más encerradas diez horas de estudio diarias y un examen MIR con 185 preguntas, que abren la puerta a una de las 7.512 plazas a las que aspiraban 16.176 estudiantes, les han llevado, por ahora, a la cárcel. No están mal. Antes allí que en casa en medio de una emergencia sanitaria. La reflexión la hacen sentadas al sol a la puerta de la antigua prisión provincial de Puerta Castillo, en el Día de la Madre con la mitad de los besos dados por teléfono y los abrazos prometidos para después. No están en libertad condicional. Mañana (hoy para el lector) volverán a la sombra de Villahierro para continuar con su estreno como médicos en el sitio que menos lo hubieran pensado, pero en el que han encontrado el sentido a la primera línea del juramento hipocrático: ese comienzo en el que se las obliga a prometer «solemnemente» que dedicarán su vida «al servicio de la humanidad».
Para empezar a cumplirlo han escogido la mayor pandemia de la historia reciente y un destino apartado del radar mediático.No encontraron otro. Habían hecho el examen del MIR a finales de enero y las notas provisionales les dan número para elegir la plaza que querían. Nora Suárez Marcos va a hacer Hematología y Helena González Sánchez se especializará en Aparato Digestivo. Aunque con el sistema paralizado por el coronavirus, sin horizonte para el reparto de las residencias, empezaron a mirar cómo podían ponerse a trabajar. Probaron en el sistema de salud de Asturias, pero «allí no se necesitaba porque se han hecho las cosas bastante bien»; también en Madrid, en Castilla y en León. Se pusieron en contacto con diferentes colegios de médicos y mandaron correos electrónicos a los avisos que aparecían, como en Soria, donde les avisaron hace dos semanas de que se habían apañado con «médicos locales».
Al final, les llegó «por el canal menos pensado: a través de la página de Facebook ‘mires al rescate’», mediante la que contactaron con «la empresa Prevegesa, seleccionadora de médicos de empresa para Iberdrola», que a su vez las puso a disposición de Instituciones Penitenciarias. Parecía «una locura». Sus compañeros, que tampoco encontraban nada, les avisaron de que podía «ser un horror, que si entraba la epidemia fuerte era un sitio peligroso por cómo podría controlarse». No ayudaron tampoco «las noticias de motines en cárceles de Europa» que veían por la tele sus familias en casa. «Primero fue un shock , pero nos apoyaron. Lo necesitaban para ya. Tuvimos apenas un fin de semana para pensárnoslo y aceptamos, después de pedir que nos dejaran partir el contrato entre las dos para venir juntas a León y compartir todo», explica Nora, que se halla en casa. Aunque el carnet ponga que el domicilio habitual lo tiene en Madrid, atestigua raíz en esta tierra: es nieta del exdirector de Diario de León Alfredo Marcos Oteruelo e hija de los periodistas leoneses Amilia Marcos y Carlos Suárez.
La entrada en la plantilla se ha acomodado a la salida de uno de los médicos del centro penitenciario. Se jubiló el mismo día que ellas llegaron, a primeros de abril, y dejó la necesidad de atender a una población de casi 800 reclusos. Cada día por la mañana va una a Villahierro para pasar consulta con el titular de la plaza. Atienden de todo porque tampoco hay farmacia. Son un poco «como médicos de familia», resume Helena, con ese acento de Gijón que aquí suena familiar. La mayoría acuden «por dolores de muelas o caries, por problemas musculares, ya que no tienen mucho que hacer y pasan bastante tiempo en el gimnasio, por torceduras de tobillo, y para que se les cambie el tratamiento por la ansiedad o el insomnio». «Con el sueño hay muchos problemas», afinan las doctoras su diagnóstico clínico, que tiene mucho de literario.
Pero lo que les quitaba el sueño al entrar no ha llegado por ahora a Villahierro. Sí que ha habido «dos o tres casos entre el personal, y alguno que está en estudio», pero ninguno entre los internos. Al menos que se sepa porque «no se han hecho test». Si alguien llega con síntomas compatibles con el coronavirus, como tos o fiebre, «se les aísla», aunque «ninguno ha desarrollado después la enfermedad». El miedo, como advierte Helena, es «cuando se abran otra vez las visitas», como solicitan las asociaciomnes en defensa de la sanida pública, que este domingo pedían reanudar las comunicaciones «por cristal». «El principal foco para ellos somos nosotros, la gente que entramos de fuera y salimos. El problema es que esto no es una casa con cuatro o cinco personas. Allí hay casi 800 reclusos y el contagio, en el caso de que se dé, sería exponencial. Comen juntos, juegan al fútbol juntos y hacen vida normal. Por muy bien que se hagan las cosas es fácil que entre. Seguramente terminará entrando», vaticinan.
Sin test Las doctoras inciden en que el riesgo está en los que entran y avisan de que es difícil que no haya
Si al final entra, «hay un módulo entero vacío por si hubiera una fuerte epidemia y hubiese que aislar allí a los contagiados». No ha hecho falta por ahora. Los aislamientos por síntomas se hacen en el módulo de ingresos. En esta zona se quedan también durante 14 días para su control los reclusos que, por tratamiento o urgencia, tienen que ir al Hospital», aunque «se intenta que estos desplazamientos sean los mínimos». El equipamiento es «bueno, con mascarillas FFP2, guantes, gafas y dos batas» e, incluso, «equipos de protección individual» que aún no han tenido que utilizar.
Quizá los necesiten. No tienen miedo. Acaban de renovar el contrato por otro mes, hasta final de mayo, y luego se verá. No se arrepienten. Se trata de «una buena experiencia laboral». Alguna vez que se quedan solas y tienen que tomar una decisión sobre un paciente no niegan que piensan en «lo bien que se estaría en casa». «Nosotros lo tuvimos claro porque queríamos ayudar después de tanto tiempo estudiando, de mil horas de prácticas, no estar parados. No hemos estudiado durante tantos años Medicina para después quedarnos en casa en una emergencia sanitaria», sentencian. Son médicos.