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Ponferrada

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Anoche volví a ver en mi televisor una vieja película de Katharine Hepburn. Rebusqué en la estantería donde guardo los DVDs más antiguos y encontré una de aquellas comedias que George Cukor dirigía en la década de los treinta. A Hepburn, en el papel de una niña rica y rebelde, le acompaña en el reparto un joven Cary Grant, muchacho de barrio y todavía lejos de los roles de galán maduro que tanto éxito le traerían en los años siguientes.

El fantasma de la pata coja que empieza a hacer ruidos en el desván de mi casa algunas noches no me estaba dando guerra esta vez y disfruté de la película con la ciudad en silencio y unas gotas de lluvia en los cristales . Vivir para gozar,  se tituló en España. Y me imagino que aquí se estrenaría un poco más tarde porque el año en que se rodó, allá por 1938, en este país se vivía para matar, y para evitar que te mataran. Y en eso, salvo que uno sea un psicópata o un masoquista, no hay ningún goce.

Vivir para gozar  es toda una declaración de intenciones en una nación como los Estados Unidos que salía de la Gran Depresión, porque los dos protagonistas renuncian al dinero y a la fortuna y deciden romper con todo para estar más a gusto en sus zapatos. ¿Quién pudiera hacerlo, verdad? Ese mismo año de 1938, y en esa misma línea hedonista, otro grande de Hollywood como fue Frank Capra rodaba una película aún más famosa con el mismo mensaje:  Vive como quieras.

Ahora vivimos como nos dejan. Y no nos queda más remedio. Lo digo porque hay gente que se ha quejado esta semana, cacerola en mano y en una calle del barrio de Salamanca de Madrid. Gente que a la hora del paseo se ha juntado sin respetar la distancia de seguridad que nos protege a todos de los contagios. Gente enrabietada porque está harta de quedarse en sus casas (¿y quién no?) y quiere que se levante el estado de alarma ya. Gente que exige recuperar su libertad de movimientos. Volver a la vida que llevábamos antes. Volver ya.

Y me pregunto qué estarán pensando en los hospitales, en los centros de salud, en los servicios de Urgencias y en los consultorios de Atención Primaria. Me pregunto qué pensarán los celadores y las enfermeras, los médicos y las doctoras de cabecera. Las anestesistas, los limpiadores, los conductores de ambulancias. Me pregunto qué estará pasando por la cabeza de todo el personal sanitario que lleva dos meses corriendo más riesgos que el resto de la población para cuidar a los enfermos del covid-19; qué piensan todas las plantillas agotadas, todos los trabajadores de la Sanidad que lidian con el trauma de haber visto morir a sus pacientes estos días, cuando ven en las redes sociales las imágenes de un hombre armado con un palo de golf que golpea con saña una señal de tráfico en una calle abarrotada de Madrid.

Ese sí que es un alma errante, pienso yo, y no el que tengo en mi desván.