Diario de León

A la guarda

El monte pone puertas al virus

La cuarentena da espacio para la fauna salvaje, que campa por zonas urbanas, y deja un escenario pendiente de abrir la caza y la pesca

León

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Parece que ha pasado un tractor. No es posible. Hubiera quedado atollado después del agua de los últimos días. El surco abierto dibuja tramos de más de 20 metros a derecho, con pozas intercaladas que delatan la intervención ajena a una herramienta mecánica. Un 40% de las cuatro hectáreas tiene daños. Adiós a la nascencia, apenas la hoja del tamaño de una uña, que prometía el horizonte de la empalizada del maíz para el otoño. Al pie de la parcela se ve Nistal, donde en otra finca han tenido que resembrar cuatro hectáreas. Al lado opuesto se asoma Celada. Apenas cincuenta metros más allá, queda una casa que media entre las dos poblaciones. «Les da igual. Lo comen todo. Luego, cuando empiecen a espigar el trigo y el centeno, pasarán para allí. Aquí, ya hemos dado el permiso para las esperas, que las hacen los cazadores y son sin cupo, y hay otras tres pedidas», anuncia Julián García. «Seguro que volverán. Llevan viniendo 15 días», apostilla José Antonio Turienzo mientras levanta la mirada hacia donde discurre el Tuerto, donde encaman las piaras de jabalíes que campan a sus anchas en la cuarentena.

Sobre todo «en el primer mes, cuando la gente en los pueblos no se movía para nada, ni se veía un alma, la fauna salvaje encontró que los caminos y las carreteras pasaron a ser parte de su hábitat otra vez y se movía con tranquilidad», detallan los agentes forestales. Ahora, «la gente se da cuenta de que «hay pájaros en la ciudad». «Esto no quiere decir que tengamos que estar en confinamiento todos los años», bromean, antes de montar en los todoterreno, uno en cada vehículo para garantizar la distancia social, cuando apenas son las nueve y media de la mañana. Comienza la ronda de una jornada de cuarentena en la vigilancia las 100.000 hectáreas de su jurisdicción: de Lucillo a Santa Colomba de Somoza, Magaz de Cepeda, Villagatón, Villaobispo de Otero, San Justo de la Vega, Astorga, Val de San Lorenzo, Santiago Millas y Valderrey. «En todo esto, había días enteros en los que no nos cruzábamos con nadie y hasta daba miedo porque no había de quién echar mano si te pasaba algo. Aquí, los paisanos han cumplido sin salir», confiesa Julián, mientras se aposta al borde del Tuerto, que baja suelto, sin una caña que delate su presencia en los pasos que se abren entre la escolta de los chopos.

Julián avista las nidadas de garza real en una zona de monte de Val de San Lorenzo. MARCIANO PÉREZ

No hay ni cañas, ni escopetas, pese a que «haya podido estar alguno por ahí», aunque no han localizado movimiento alguno: ni presencial, «ni en las cámaras de trampeo que se han puesto para controlar». Al margen de las esperas autorizadas para matar a los jabalíes que causan daños en sembrados, tras superar 15 días de tramitación que se abre con una solicitud en la web de la Junta, la caza y la pesca siguen cerradas. No lo entienden «los paisanos de los pueblos», ni los guardas tampoco, como admiten Julián y José Antonio. No hay razón para que «desde el 2 de mayo que se abrió un poco el confinamiento se hubiera podido». A pescar «se puede ir solo» y a cazar, «con la modalidad del rececho que es la que toca ahora, en la que sólo pueden andar de uno en uno, tampoco habría ningún problema». «De momento, la Junta va a tener que devolver el importe de los cotos de pesca y en los de caza hay una merma que los cazadores reclamarán. Los aprovechamientos que quedaron pendientes no se están adjudicando y, además, los rematantes de los cotos ya no tiene tiempo para vender los precintos que han quedado en este periodo de transición», detallan los agentes forestales. El resultado afectará «económicamente bastante sobre todo a los pueblos que estén en esa situación», ya que «se quedarán sin cobrar la anualidad» que pagan los concesionarios de las áreas de cacerías. Sólo en su área hay 80 acotados; en toda la provincia se contabilizan 972.

El daño no se queda en la caja. Si esto sigue así, por ejemplo, «el aumento descontrolado del jabalí», que tiene campo abierto porque «no hay recechos de corzo, en los que se permite que se les dispare también a ellos para sacar del monte el pico que hubo hace unos años, podría afectar a la perdiz y los conejos porque se comen las nidadas y los gazapos». «De momento, no ha sido suficiente tiempo», acota el maragato José Antonio. «Pero se podrá notar en otoño», apostilla Julián, agachado en mitad de un camino, junto a los charcos formados por las rodadas de los vehículos en los que chapotean los renacuajos.

Cortas paradas

El confinamiento deja miles de toneladas de madera en el monte pendientes del mercado

En el molde del barro junto a estos restos de agua ha dejado impresa la huella un corzo. Son los que más han proliferado en estos meses, como anotaron los guardas en el recorrido que hicieron «en pleno confinamiento»: uno de los tres, junto con el de mediados del verano y el de otoño, en el que anotan «toda la fauna» que se encuentran. No son todavía muchos, pero también «han empezado a asentarse los ciervos, que se desplazaron desde Castillo de Cabrera y Destriana cuando el incendio de Castrocontrigo».

El camino lleva hasta la mata de árboles en la que los guardas vigilan los nidos de garza real, que se suman a los censos de sisón y tórtola que tienen abiertos ahora. Hay siete nidadas en la copa de los pinos, acompañadas por milanos y cigüenas, mientras los jilgueros y los herrerillos se dan la réplica al canto entre el robledal. Julián se pone de espaldas a las garzas, que revolotean nerviosas ante la intrusión, y señaliza «el mosaico que hace aquí el paisaje». Al fondo despunta el Manzanal, Veiga, Viforcos y el cordal de los Montes de León, erizado por parques eólicos; más cerca, el monte de Val de San Lorenzo. «Antes, había más zonas de cultivo y ganaderos de ovino, pero se han pasado a las vacas salvo en Molinaferrera, Santa Coloma y Lucillo. Ahora, cada vez hay más pinares, lo que generado la mezcla que tenemos, en la que ha mermado la presencia de codornices y perdices y han aumentado las aves rapaces y los jabalíes», describe el guarda cepedano.

El cambio ha hecho que estos montes se conviertan en una zona potencial de aprovechamientos forestales, aunque el valor añadido salga en su mayoría fuera de las fronteras de la provincia. Salvo «Coterrán, que tiene una saca pendiente», las demás son «gallegas, de Burgos, de Palencia, de Segovia y rematadores de cortas que trabajan para estas empresas grandes». Aunque ahora no hay movimiento alguno. El coronavirus ha paralizado la decena de «cortas de madera que había en ejecución o para poder empezar» porque «las fábricas no están en funcionamiento». La situación deriva en que en los montes que controlan Julián y José Antonio, junto a otros cinco guardas, se acumulen «lotes de más de 20.000 toneladas de pino». «De momento se van a quedar en el monte. Las dos últimas subastas quedaron sin adjudicar aunque eran a precios muy bajos. En junio, habrá una nueva subasta nivel provincial y me da que no va a tener muchos resultados», aventura el agente forestal encargado de la jefatura de la zona, que apunta «cuatro lotes para entonces, tres de ellos afectados por los daños de la última nevada que urge sacar para que no generen más problemas».

En todo el recorrido por el monte, apenas se ha visto un vecino con dos perros. Toca volver a la central de Astorga, desde donde los guardas colaboran también durante la cuarentena con el reparto de material sanitario para la residencias y de medicamentos a particulares para tratamientos oncológicos especializados de la farmacia del hospital, así como acompañamientos a los camiones de incendios en las desinfecciones de los pueblos. «Aquí no ha habido más movimiento. Sólo los bichos a sus anchas», insisten los guardas con la postal grabada de los montes sin un alma que les deja la cuarentena. «Aunque el día tiene 24 horas y el monte no tiene puertas...», recela Julián.

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