Sin red
Jornaleros de otra crisis
Pese al parón de las primeras semanas y el cierre de las fronteras, las cuadrillas de búlgaros aportan mano de obra para los trabajos en los que el campo leonés demanda empleo con el que mantener los cultivos
Al contraluz con el que se despereza la mañana junto a la carretera que va a Nistal se adivinan cuatro siluetas al pie de la alambrada. Han volcado los calderos para sentarse encima mientras se afanan en buscarle la vuelta correcta a la pardalera para que se enrede la planta. Al fondo hay otros cinco, en cuclillas junto al nacimiento de la mata, ensimismados en la labor artesana de dar capricho a los frutos de la naturaleza en busca de la luz. Desde el borde de la finca, Emilio Martínez echa las cuentas con la vista perdida en la ingeniería de postes y cuerdas desilachadas del ingenio que toma forma sobre sus cabezas. «Aquí, habrá 22 cuartales, que son 11.000 metros. Con 2.000 plantas por hectárea salen 6.000 trepas», resuelve. 6.000 trepas: una a una, sólo en esta parcela en la que se anotan nueve pares de manos más los que ofrece el dueño de la plantación como ejemplo. «No hay herramienta para esto, no se ha inventado nada. Tiene que ser a mano», aclara, divertido, a la vez que arranca una yema en la que se delatan las motas blanquecinas con las que el mildiu ataca al lúpulo.
Parados
Las manos para enhebrar la guía en las 6.000 trepas y desechar lo malo de la planta las pone la cuadrilla de operarios búlgaros que, en silencio, avanza por el entramado de cuerdas adelante con precisión de orfebres. El primer día estuvieron cuatro, detalla el agricultor, pero han llegado cinco más porque el tajo se ha «enredado» con «el agua de los últimos días, la humedad y las temperaturas de entre 16 y 18 grados» que alientan el crecimiento del cultivo que, cuando se haya desarrollado, requerirá «50 peones» en la vega del Tuerto. No se puede esperar más si no se quiere exponer uno a que se tuerza la cosecha. «Ahora vuelve a haber trabajo, pero llevábamos parados casi un mes», explica Alesi Rosenov, concentrado en la espiral que describe el tallo alrededor de la cuerda, sin levantar la cabeza, con apenas una banda abierta por la que se guían los ojos, entre la mascarilla y la visera desleída por el sol con el escudo del Barça en la frente.
Menos efectivos
El rastro de la cuadrilla se encuentra en las fincas donde se orillan los trabajos para los que no se encuentran operarios aquí. «No hay nadie. Hay gente pero no quiere trabajar. No sé, igual piden mucho dinero. Nosotros tampoco pedimos poco», se explica Dimitri Petkov Nicolov, aunque todos le llaman Yaco, metido entre la viña que se tiende en la loma, cara a cara con la imponente torre de la iglesia de Grajal de Ribera. Hace 17 años que llegó a León, donde se había adelantado a probar su cuñada un año antes. Vino a buscar trabajo. Primero estuvo «plantando chopos, después esquilando ovejas», pasó «un mes de peón ordeñando vacas», le contrataron «cinco años en la parrilla de San Simón», luego «otros cinco en Cueva Miñambres»», a la vez que acumulaba jornales en el campo. «Nos contrataban las bodegas y cuando terminábamos íbamos para otros. Empezaron a bajar el precio y dijimos que no, que montábamos una empresa y trabajamos como tiene que ser porque si no…», deja en el aire.
La empresa se llama Dolores 2004: el nombre y el año de nacimiento de su hija pequeña. Se montó en diciembre de 2018 «en Bulgaria» y tiene trabajos «aquí y allí». La sociedad funciona con un sistema casi trashumante: cuenta con «unas 25 personas» que vienen desde su país, están seis meses, marchan un mes o mes y medio, y luego retornan. A mayores se anotan los cuatro que quedan aquí todo el año y los posibles «refuerzos de otros que viven por el entorno» y a los que llaman «cuando hace falta». En el tránsito, esta vez, el cierre de las fronteras ha dejado sin poder entrar a 8 operarios que «tenían que estar» para la campaña que comienza y que ya no llegan. «Esta vez me apaño porque hay dueños de bodegas que me han dicho que lo van a hacer ellos porque tienen cerradas otras cosas», apunta Yaco.
Servicios
El capataz se encarga no sólo de encontrar los trabajos sino de gestionar los cuatro pisos de alquiler, que llegaron a ser siete, en los que viven puerta con puerta en Viloria de la Jurisdicción. Tuvieron «dos rumanos que se marcharon», pero ahora todos son búlgaros y en su mayoría son familiares. «Ese es mi sobrino, el otro mi cuñado, él llama a su hermano y a su sobrino», enumera Yaco para detallar un modelo de selección similar al que saca una cereza entrelazada cuando se tira de otra. Los lazos se asientan en una nómina de «entre 850 y 900 euros limpios, más la Seguridad Social». «Las horas de más se pagan. Si hay que ir un sábado o un domingo como el de hoy, aunque es raro, esta hectárea dos personas lo hacen en un día tranquilamente, sin sudar, y les doy 80 euros, 40 para cada uno, y yo cobro 100 euros porque pongo las furgonetas, el gasóil y las tijeras», detalla con el tallo verde de la viña en la mano.
Demanda y oferta
Los «entre 20 y 23 días» que han estado parados por el coronavirus les han contado «como vacaciones». Después han vuelto a «salir con todos los permisos». Empezaron por «quitar las hierbas y bajar los alambres» en las viñas y ahora andan a «la poda en verde para que no se partan los tallos, que crecen mucho y rápido» con el calor y los días de luna. En el catálogo de servicios prestados anotan el lúpulo que ahora acaba»; la plantación de «pimientos y cebollas en la zona de Fresno de la Vega y la recogida después en octubre», aunque este año no creen que vayan; la vendimia «entre septiembre y octubre»; la poda de invierno del viñedo «entre diciembre y enero»; quitar «las hierbas, en las plantaciones de menta y te»; ayudar «en el maíz, en los riegos…». «Siempre nos buscan para alguna cosa. Cada año nos llaman más. El otro día fuimos a San Román de la Vega y nos salieron otros cuatro encargos en la zona. Tenemos sin parar, salvo después de recoger la uva que se frena y aprovechan para ir a Bulgaria a ver a sus familias muchos de ellos», reseña el capataz del grupo, sin descuidar que el tajo avance.
No hay niungún movimiento más en toda la zona. En la entrada de la viña está la furgoneta blanca y un Golf en el que han llegado Diego Rosov, Víctor Yeorgev y Seriosa Miroslav, a los que despertó para que acudieran después de haber revisado que los tallos verdes «no se podían dejar más días». Cada uno trabaja separado en su líneo o unas cepas detrás, con más de tres metros de distancia. No tienen miedo a los contagios. «Por la noche tomamos orujo y nos desinfectamos de todo», bromea Yaco.