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Entrevista

Gabriel Heras: "En un hospital colapsado se puede respirar el miedo"

Médico intensivista del Hospital de Torrejón de Ardoz relata su experiencia en la lucha contra el virus desde el inicio de la pandemia en el libro 'En primera línea'.

más de 500 visitas diarias por la gripe colapsan el hospital de león. JESÚS F. SALVADORES

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Álvaro Soto | Colpisa

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A Gabriel Heras (Madrid, 1977) nunca se le olvidará una fecha: 27 de febrero de 2020. A las dos de la mañana de ese día, la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Torrejón de Ardoz, en Madrid, confirmó el primer caso por coronavirus en UCI de toda España. "No sabíamos lo que iba a venir después", cuenta. Pero pronto lo descubrieron. En las siguientes jornadas, su unidad colapsó. Heras relata la lucha de los sanitarios contra el virus en el libro 'En primera línea' (Península).

-¿Por qué todo fue diferente a partir del 27 de febrero?

-Ese día, el Ministerio de Sanidad cambió su recomendación y pidió que se hicieran PCR a los pacientes sospechosos de gripe. Yo estaba de guardia. Entonces descubrimos el caso de coronavirus, una persona que había ingresado el 17. Se cerró la UCI, se tomaron muestras a todos los pacientes y a los profesionales y al día siguiente, ingresó otro enfermo de coronavirus, Julio, que ha aparecido en los medios porque estuvo 57 días en la UCI. A los tres o cuatro días, comenzaron a llegar enfermos. Al principio la gente decía que a ver si teníamos suerte y la cosa no iba a más, pero ya estaba claro que iba a ser como en China.

-¿Cómo describiría la situación de un hospital colapsado?

-Por suerte, el de Torrejón no se ha colapsado. Pero hemos visto otros, como el Severo Ochoa de Leganés, donde la imagen era impactante, parecía que había ocurrido una catástrofe natural. Se puede respirar el miedo. Los profesionales lo viven con angustia, pensando en la gente a la que pueden atender, a quién ayudar, en los recursos.

-¿Es posible gestionar la falta de material sanitario?

-En Torrejón, al principio, había de todo. Fuimos los primeros, el mercado no estaba colapsado y había material en cantidad y calidad. Por eso, en el primer mes, no se contagió ningún profesional. Pero después del 8-M, en esa semana, se gastaron más equipos y se fueron acabando. Ya no había para todos. Ahí el ministerio cambió sus recomendaciones y nos dijo que con una mascarilla o un traje teníamos que aguantar todo el día, cuando hasta ese momento usábamos un equipo de protección diferente con cada paciente.

-¿Cómo notaron el cansancio?

-Ser los primeros significó que llevábamos más tiempo trabajando a un ritmo del 250%. Hemos tenido que habilitar espacios, mover a los pacientes, que requiere un esfuerzo físico brutal, y no había más personal. Pero es nuestro trabajo, y aunque es estresante, nos gusta, lo que no quiere decir que no nos afecte. Todos los días trabajamos con gente que está sufriendo y eso te pone en contacto con tu propio sufrimiento. Es imposible no empatizar, establecer distancias o ponerse corazas.

-¿A un profesional le marca tener que decidir quién ingresa en la UCI y quién no?

-Eso es algo que parece que se ha descubierto ahora. Nosotros decidimos quién ingresa en la UCI en función de principios de bioética y proporcionalidad y vemos si el paciente es autónomo para tomar decisiones, si no hacemos daño... Hay gente de 65 años que cumple los criterios y gente de 30 que no. Por ejemplo, Pau Donés, con 53 años, no hubiera ingresado en la UCI porque estaba en una enfermedad oncológica en fase terminal. El objetivo de las UCI es devolver a los pacientes a la situación previa, pero la edad no es un criterio fijo.

-Pasado lo peor, ¿están sintiendo los profesionales problemas psicológicos?

-Ha ocurrido desde el principio, pero ahora que hay menos actividad y la gente tiene más tiempo para pensar, se pueden dar casos de trastornos por estrés postraumático, ansiedad o depresión porque hemos visto cosas terribles. Somos profesionales de contacto y no hemos podido tocar a la gente. Lo peor han sido las escenas de muertes en soledad.

-¿Cómo se le dice a una persona que un familiar está a punto de morir?

-Es terrible que muchas personas no hayan podido despedirse de sus seres queridos. Nosotros llevamos seis años con un proyecto de humanización y hemos intentado que con mascarillas o a través de un cristal, la gente pudiera decir adiós a sus familiares. Debemos gestionarnos por la ciencia, y no por el miedo, y si hay material de protección, podemos hacer que exista ese último contacto. Ni el coronavirus te puede robar la humanidad.

-La crisis ha resaltado la labor de los sanitarios. ¿Servirá para mejorar sus condiciones?

-Están muy bien los aplausos y el Premio Princesa de Asturias, pero necesitamos mejores contratos, teniendo en cuenta que pasamos gran tiempo de nuestra vida estudiando y haciendo exámenes. Hay profesionales que se cuestionan si vale la pena jugarse la vida con estas condiciones.

-¿Cómo sienta ver que con la desescalada, mucha gente olvida las recomendaciones?

-Sientes una indignación total: tú te juegas la vida para que otros hagan lo que les sale de las narices. La gente sólo aprende cuando ha tenido un drama en la familia. Yo invitaría a todos esos inconscientes a que vinieran a la UCI a que vieran a un paciente con coronavirus o que hablara con los familiares de las personas que han muerto, igual que con los accidentes de tráfico.