Sánchez ignora los temores de los barones del PSOE y mantiene a Bildu en la ecuación
García-Page alerta de que Iglesias marca la agenda y arrastra al Ejecutivo a «una esquina del tablero»
Pedro Sánchez no se inmuta ante los temores expresados por algunos presidentes autonómicos socialistas. El jefe del Ejecutivo -que presentó ayer en Pamplona su plan de recuperación económica junto a María Chivite, presidenta de Navarra gracias a la abstención de Bildu- tiene intención de seguir adelante con una estrategia de alianzas presupuestarias que va camino de convertir a Esquerra y al partido de Arnaldo Otegi en socios preferentes para lo que queda de legislatura. Y así lo asumen ya los propios dirigentes críticos. El objetivo del jefe del Ejecutivo sigue siendo aprovechar la tramitación de las Cuentas para incorporar a Ciudadanos al bloque de aliados potenciales, pero no al precio de romper la mayoría que permitió su investidura. La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, dejó claro el jueves en el debate de totalidad de los Presupuestos que esos partidos, los que por activa o pasiva llevaron a Sánchez a la Moncloa, tendrán una atención prioritaria. Y fuentes de la dirección socialista defienden que «es lo que hay» si se quiere dar «estabilidad» al Gobierno. «Las cosas serían distintas si Cs nos hubiera apoyado tras las elecciones», recuerdan. En realidad, no hay nada de nuevo en los esfuerzos por «normalizar» a Bildu. Tras un rechazo inicial a considerarlo interlocutor válido, el líder del PSOE ha ido poco a poco situándolo en pie de igualdad con el resto de formaciones democráticas (a excepción de Vox). El cambio empezó precisamente en julio de 2019 Navarra. Los socialistas aceptaron su abstención «gratis» en la investidura de Chivite, amparados en la negativa de Navarra Suma a desbloquear la formación de Gobierno, y acabaron pactando con ellos los Presupuestos. Después vendría la abstención, también «sin negociar», en la investidura de Sánchez.
El pasado julio, el presidente del Gobierno ya lanzó otra señal cuando, preocupado ante las dificultades para sacar adelante la quinta prórroga del estado de alarma, dio instrucciones a su portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, para amarrar el apoyo de los independentistas vascos. Aquello generó ya cierta controversia interna. Pero el diálogo con Bildu nunca se interrumpió.
Malestar con Iglesias
En la Moncloa y en la dirección del PSOE hay ahora enfado con los barones que como Guillermo Fernández Vara y el castellano-manchego Emiliano García-Page han hecho pública su incomodidad ante esta relación («Lo de Bildu no tiene un pase», llegó a decir este último hoy en la cadena Ser), pero también hay malestar con Pablo Iglesias porque, en su afán de expulsar a Ciudadanos del acuerdo presupuestario, puso un letrero luminoso sobre algo que Sánchez había conseguido hacer pasar casi inadvertido, con toda naturalidad. De hecho, Bildu ya había anunciado el viernes pasado que no vetaría los Presupuestos y su portavoz parlamentaria, Mertxe Aizpurua, había dado a entender tras reunirse con la ministra de Hacienda que todo apuntaba a que se acabarían entendiendo para su aprobación, pero no fue hasta que Iglesias y Otegi hicieron su ‘performance’ el miércoles -con una entrevista en Radio Euskadi y un tuit- cuando se armó el revuelo. Si algo le gusta repetir al jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo, es que hay que saber distinguir «el ruido de la señal». Y el ruido generado por Iglesias ha impedido que se oiga la señal que Sánchez quería transmitir, la misma que ayer lanzó en Pamplona: «Ayer sucedió algo muy importante que no veíamos desde hace dos años en las Cortes Generales -reivindicó-: los nuevos Presupuestos han superado las enmiendas a la totalidad. España dice adiós al pasado y abre la puerta definitivamente a un futuro de estabilidad y progreso».