Sánchez e Iglesias sueldan una arriesgada mayoría para llegar al fin de la legislatura
Un año después del acuerdo, el Gobierno cuenta con un respaldo parlamentario mayor que el que tenía al principio
No fue una alianza deseada. Desde luego, no para Pedro Sánchez, que no dudó en llevar al país a una repetición electoral el 10 de noviembre de 2019 creyendo que así podría evitarla. Fue un 12 de noviembre de 2019, cuando el líder socialista y Pablo Iglesias escenificaron en el Congreso su acuerdo. El ahora presidente del Gobierno dio su brazo a torcer y aceptó hacer vicepresidente al causante de sus insomnios. Hoy, un año y tres días después, la coalición entre PSOE y Unidas Podemos ha logrado consolidarse pese a los malos augurios. El rechazo a las enmiendas a la totalidad de los Presupuestos con una contundente mayoría parlamentaria ha abierto de par en par la puerta a soldar la estabilidad para lo que reste de legislatura.
Hace menos de seis meses en el PP vaticinaban lo contrario. «A 2022 no llegan», decían. Sánchez acababa de salvar la quinta prórroga del estado de alarma a costa de debilitar el bloque de la investidura —sumando a Ciudadanos para paliar el distanciamiento de ERC— y tras unas jornadas frenéticas en las que el Gobierno se abrió en canal a cuenta del compromiso de derogar de manera «íntegra» la reforma laboral de 2012, el gran objetivo de Podemos, sellado a la desesperada con EH-Bildu. El enfado de la ministra de Economía forzó la rectificación del PSOE y esta provocó el desafío de Iglesias con aquel «pact sunt servanda» («los acuerdos están para cumplirse»).
En su evaluación de los doce meses transcurridos desde que Sánchez e Iglesias comparecieron juntos en el comedor de gala del Congreso para firmar ese contrato de arras con el que el líder del PSOE se comió una a una las palabras vertidas contra Iglesias durante una campaña de la que salió despeluchado (llegó a decir que no podía ser su vicepresidente porque necesitaba a alguien que «defienda la democracia española») los socialistas se muestran positivos. Aseguran que las diferencias y discusiones internas no van más allá de lo que irían en un Ejecutivo monocolor. Pero no niegan que haya asuntos espinosos y que la necesidad del líder de Podemos de visibilizar algunos logros del Gobierno como propios para no quedar difuminado ha provocado en no pocas ocasiones importantes «cabreos».
El último, a cuenta de empeño de Iglesias de incorporar a EH Bildu como figura estelar del acuerdo de Presupuestos. Una puesta en escena que pilló a contrapié a la Moncloa, estupefacción que se agudizó cuando el vicepresidente segundo elevó a la formación de Arnaldo Otegi a la categoría de copartícipe en «la dirección del Estado». No es que Sánchez deseara la exclusión de EH Bildu, de hecho tenía casi garantizado su respaldo a las Cuentas, pero lo quería sin alharacas.
En el entorno del presidente irritó que el movimiento de Iglesias pactado con Otegi acabara por trasladar el foco sobre la colaboración de una izquierda abertzale, que aún no se ha desmarcado de la trayectoria de ETA