Unos votantes sin experiencia y con falta de rodaje democrático

Las elecciones del 15 de junio de 1977 fueron valoradas en su momento como un éxito. Con la experiencia que da el paso de los años, hoy se ven como unos comicios artesanales y, en algunos aspectos, hasta chapuceros. Los resultados, por ejemplo, no se conocieron hasta las tres de la tarde del día siguiente, la constitución de las mesas electorales estuvo plagada de incidentes y las actitudes de algunos votantes ante las urnas bordearon entre lo absurdo y lo jocoso. El origen del problema era claro: la falta de rodaje democrático del que adolecían los ciudadanos gracias a la dictadura franquista. En las elecciones del 15-J, los fabricantes de urnas no hicieron el negocio porque ya habían hecho su agosto particular en diciembre de 1976 con el referéndum sobre la reforma política. Y es que así como en la España de Franco no había urnas, tampoco había experiencia en votar. El anecdotario de aquella jornada fue, como era de esperar, muy rico. Desde el presidente de un colegio electoral en la madrileña calle de Bravo Murillo que sufrió un ataque de nervios y en su arrebato rompió la urna hasta un agente de la Policía de entonces se empeñó en abrir la urna de un colegio cada dos horas para contar «cuántas papeletas iban».