OPINIÓN Fernando Jáuregui CUMBRE EUROPEA
El futuro de Europa
Esperar de la Cumbre de Sevilla que va a resolver de golpe todos los problemas del Viejo Continente sería ingenuo y desinformado. Las cosas del palacio-fortaleza europeo van despacio, a veces en zigzag y en ocasiones retrocediendo: es un magma continuo, que nunca está quieto y tiene una dinámica que rara vez comprenden los ciudadanos de a pie, sobre cuyas cabezas se realizan los cambios. Así que en cada cumbre europea, y ésta de Sevilla no va a ser una excepción, se lanzan algunos comunicados, algunas consignas, muchas sonrisas y se producen unas conferencias de prensa en las que no necesariamente se resume lo verdaderamente tratado. O, más bien, casi siempre se difumina lo que realmente de importancia ha sido abordado. Todo puede llegar a cambiar tanto en Europa que es posible que ésta de España sea una de las últimas presidencias semestrales de la Unión Europea, antes de establecerse una presidencia estable y permanente. Y es probable que el conjunto del funcionamiento de la UE vaya a verse modificado por factores como la ampliación, de la que todos abominan, y la inmigración, que a todos los miembros de la UE agobia. Ese ha sido el panorama durante el semestre presidencial español, y ese va a ser el temario que más trabajo va a dar a los eurócratas en los próximos dos años. Lo curioso es que cuestiones tan candentes como la inmigración sólo han pasado al estrellato ante eurosustos como la votación en Francia a favor de Le Pen, lo cual ya habla bastante de la imprevisión de esa maquinaria en teoría implacable e infalible que debería de ser la UE. Así que Sevilla no ha sido sino un parche de última hora para remediar un olvido. Lo cual no quiere decir que hablar de las cosas de las que se está hablando en Sevilla no tenga su importancia. Sólo que tengo para mí que la inmigración es el pretexto, y, en cambio, debatir cómo se puede frenar esa ampliación a países que no harán sino causar dificultades a la marcha de la Unión Europea, es la verdadera sustancia de este Consejo Europeo sevillano. Porque el gran problema es ahora el llamado «alargamiento» a un conjunto de países que, como los estados bálticos, están muy lejos de cualquier convergencia con la UE. Y que, para colmo, son naciones que constituyen un valladar para la inmigración a Europa desde el Este: ¿cómo van a poder los débiles estados bálticos contener esa presión? Puede que Europa, entre cumbre y cumbre de buenas sonrisas y buenas palabras, tenga que pensar un poco más a fondo cuál es su futuro.