Diario de León

Celia Villalobos, de rojo amapola

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León

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Llegó esplendorosa, con un traje pantalón rojo amapola y besando a todo el mundo. No paró de hablar. No paró de gesticular. Minutos antes del comienzo del debate, le decía a una periodista en los pasillos: «Hija, qué raro se me hace no tener nada que hacer... acostumbrada como estaba al ring-ring del teléfono, ahora el tiempo se me hace eterno». En ese momento se acercó un diputado del PP y se fundieron en un abrazo. De todos los ministros salientes -y entrantes- fue quien más beso y a quien más besaron, la que más abrazó y la que más fue abrazada. Al entrar en el hemiciclo saludó efusivamente a la debutante Ana Palacio. Un remolino de fotógrafos rodeó la escena. Entonces, Celia Villalobos -más en su salsa que nunca- abrazó con todas sus fuerzas a la nueva ministra de Asuntos Exteriores. Más que abrazarla, la estrujó. Después se sentó muy arriba, en la cuarta fila, eludiendo la cercanía a los escaños del banco azul. Aplaudió poco (ni siquiera aplaudió los «gallos» de Aznar) y, en ocasiones -sobre todo en la sesión vespertina-, no hizo ni intención. Las malas lenguas aseguran que su próximo destino está en el sur, pero ella, lista que es, a lo mejor no se deja inmolar. Zaplana, Michavila y Acebes, sin un arruga en su compostura, escucharon sin pestañear la intervención matutina de Aznar. (Zaplana, al principio, comenzó a hacer «la bicicleta» con la pierna derecha, al igual que Anasagasti; luego, ambos, se serenaron). Celia, en cambio, estuvo hojeando el periódico: eso sí, procurando no hacer ruido al pasar las hojas.

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