La hora de Ana Palacio

Ahora es la hora de la diplomacia, después de haber sido la de los militares. Ana Palacio es un rostro que se está haciendo rápidamente conocido entre los españoles. Su intervención el pasado miércoles, día de la «reconquista» del islote Perejil, ante la Comisión Mixta Exteriores-Defensa, fue resaltada incluso por la oposición como «muy razonable». Ella conoce a los responsables europeos de escaño a escaño en Estrasburgo y, aunque no conoce a los integrantes de «la carrera», ha sido bien aceptada, aseguran, en la sede de Exteriores, Palacio de Santa Cruz, donde Piqué estaba suscitando algunas reticencias. Ana Palacio, que además de por otras razones, se está haciendo famosa por su vestimenta, es mujer de fuerte carácter (su trayectoria vital lo demuestra) y buena falta que le va a hacer. Debe superar una cierta fase de atonía en la trayectoria exterior, muy marcada por la personalidad de Aznar, que oscureció la labor de Piqué incluso en las tareas de la presidencia europea. Marruecos es una pesada herencia dejada a Palacio por su antecesor, como lo es Gibraltar, un dossier que aún no ha tenido tiempo de deglutir del todo la nueva ministra. Piqué (y el propio Aznar) aseguraron a la opinión pública española que habría avances sustanciales sobre el Peñón antes del verano, y luego trataron de presentar como un éxito español unas declaraciones del secretario del Foreign Office británico, Jack Straw, en el sentido de que Londres aceptaría la soberanía compartida de Gibraltar con España si los gibraltareños así lo aceptan en referéndum. Cuando, el próximo lunes, se encuentre «informalmente» con Straw, la señora Palacio deberá tener esto muy en cuenta, y extremar las cautelas antes de hablar de posibles avances en el futuro y antes de presentar como éxitos diplomáticos frente a Gran Bretaña lo que no es sino humo.