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El efecto dominó de una moción de censura que no sólo acabó con Rajoy

Se cumplen tres años de la llegada de Sánchez a la Moncloa tras la abrupta salida del líder del PP

Mariano Rajoy charla en su última legislatura con el gran superviviente, Pedro Sánchez. J. P. GANDÚL

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León

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Han pasado tres años y es como si hubiesen pasado tres décadas. El 31 de mayo de 2018 arrancaba la moción de censura contra Mariano Rajoy, un día después Pedro Sánchez era investido presidente y comenzaba una nueva época política en una España marcada por la inestabilidad y por su enorme capacidad para devorar dirigentes. De los cuatro líderes que llegaron a aquella sesión al frente de los cuatro principales partidos solo el del PSOE sigue en la primera línea política. Rajoy, Albert Rivera y Pablo Iglesias fueron cayendo víctimas de un ‘efecto dominó’ que no cesa.

Casualidad o no, seis meses después de la llegada de Sánchez a la Moncloa gracias al apoyo, entre otros, del PNV, Esquerra, EH Bildu y el PDeCAT, Vox irrumpía con fuerza por primera vez en un parlamento español, el andaluz, con doce escaños. Ahora es la tercera fuerza en España. En aquel mayo de 2018, una desconocida Isabel Díaz Ayuso iba para vicesecretaria de Comunicación del PP madrileño, mientras que Pablo Casado estaba simplemente al frente del mismo departamento en Génova. El PNV ha pasado de ser sostén del PP a serlo del PSOE; y EH Bildu, en uno de los giros más insospechados, forma parte de la «dirección» del Estado.

Fue una ‘pequeña gran revolución’ que llegó por sorpresa. Nadie la esperaba. Ni tan siquiera sus impulsores. Todo el mundo señalaba que Rajoy se había garantizado la tranquilidad en lo que quedaba de legislatura.

La semana anterior había logrado sacar adelante los Presupuestos gracias al respaldo de los nacionalistas vascos. Y no era poco tras un mandato convulso. Rajoy había sido investido presidente a finales de 2016 tras la tormenta interna del PSOE y la salida de Sánchez. Un año después se enfrentó al referéndum del 1-O, fuga de Carles Puigdemont incluida. Así que tras la tormenta parecía llegar la calma.

Tener los Presupuestos garantizaba, en principio, que Rajoy pudiese llegar hasta 2020. Y el acercamiento con el PNV, además, le ayudaba a ofrecer una imagen más proclive a alcanzar acuerdos con el nacionalismo más pragmático. Pero nadie calculó el impacto de otro proceso. Salió la sentencia del ‘caso Gürtel’ y todo se desbocó. En solo una semana el PNV pasó de apoyar las Cuentas a empujar fuera de la Moncloa a Rajoy.

A partir de ahí comenzó una especie de partida de ajedrez. Era la cresta de la ola de la nueva política. Podemos seguía soñando con convertirse en la principal referencia de la izquierda.

Para entonces ya había sufrido sus propios desengaños internos y el matrimonio Iglesias-Errejón había saltado por los aires. Pero el líder de Podemos vio ahí una oportunidad. El entusiasmo en Ciudadanos era todavía mayor, porque Albert Rivera vio el hueco definitivo para hacerse con la hegemonía del centroderecha sobre los supuestos escombros del PP. Con lo que pocos contaban era con que en río revuelto, ganancia de la extrema derecha. En las elecciones andaluzas de diciembre, el PP demostró que no se le podía dar por muerto. Moreno Bonilla logró que el PP, que acababa de nombrar presidente a Casado, se hiciera con la presidencia de la Junta por primera vez en la historia, pero Vox entró en el Parlamento con 12 escaños. Un año después se convertía en la tercera fuerza política en una España cada vez más polarizada con 52 escaños en el Congreso.

Eso ocurrió en noviembre de 2019, pero solo unos meses antes, el 28 de abril, se produjo una cita que vista con perspectiva fue clave porque sí que pudo cambiar la historia. Sánchez había convocado elecciones al no poder sacar adelante los Presupuestos. El PSOE sacó 123 escaños y Ciudadanos, 57. Entre los dos sumaban una cómoda mayoría absoluta.

Era la fórmula más deseada por muchos. Pero no por Sánchez ni por Rivera. Las bases socialistas corearon el con «Rivera no», el líder de Cs se quiso convertir en el referente del antisanchismo y vio cerca el deseado ‘sorpasso’ al PP. La fractura entre ambos era una demostración de cómo de rápido van las cosas en España. Tres años antes habían pactado un documento con 200 medidas que no fue a ninguna parte. Rivera se la jugó y perdió.