Calvo, la "mano derecha del presidente, deja la Moncloa víctima de la renovación
"Esa pregunta no es para mí", respondió Carmen Calvo el pasado lunes al ser interrogada sobre su futuro en el Gobierno. Fue una contestación que delató tristeza y enfado porque el runrún sobre su salida estaba por todos lados. La frase más manida durante años para definir su papel en el Ejecutivo ha sido el de "mano derecha" de Pedro Sánchez, pero ya no lo será. Calvo es una víctima del desgaste y del "rejuvenecimiento" del gabinete que busca el presidente.
Junto a José Luis Abalos, Adriana Lastra y Santos Cerdán formaba la guardia pretoriana de Sánchez tras el borrascoso comité federal de octubre de 2016 que se saldó con su renuncia a la secretaría general del PSOE. Calvo es 'sanchista' desde que no existía el 'sanchismo', y cuando casi todos los dirigentes socialistas apostaban por Susana Díaz en las primarias de 2017, se quedó con el líder defenestrado. Por eso Sánchez siempre ha alabado su "lealtad" como uno de los principales valores para tenerla a su lado.
Las razones últimas de su salida del Gobierno solo las conocen el presidente y ella. Pero era una evidencia su pérdida de peso político e influencia durante los últimos meses. Contrajo la covid en las primeras semanas de la pandemia, y desde entonces, afirman fuentes socialistas, era otra. Quedó maltrecha de salud y su ánimo decayó. "Se la veía apagada", decían en la Moncloa.
Razones personales al margen, su estrella empezó a menguar con la coalición con Unidas Podemos. En la negociación perdió el apellido de ministra de Igualdad, que recayó en Irene Montero. Aquello le dolió, reconocen fuentes cercanas a la hasta hoy vicepresidenta primera. Y por lo visto nunca acabó de asumirlo. Mantuvo tensos duelos con la nueva titular del departamento. La aprobación del proyecto de la 'ley trans', a la que había puesto serios reparos, y en menor medida la del 'sólo sí es sí', se interpretaron como una derrota política y una victoria de Montero. Calvo las bloqueó durante meses con variados argumentos jurídicos, pero perdió el pulso. Sánchez demostró que prefería hacer concesiones a los morados en el capítulo social antes que en el económico. La número dos del Gobierno empezaba a notar que el suelo que pisaba se volvía pantanoso.
Quejas de los socios Además, algunos socios, como Esquerra y el PNV han trasmitido al presidente del Gobierno su desconfianza hacia ella como negociadora.
Unos recelos que se han traducido en una paulatina pérdida de interlocución que ha pasado a manos de otros ministros.
Ha ejercido con absoluta discreción la tarea de puente entre la Casa del Rey y la Moncloa en las negociaciones sobre el rey emérito y el nuevo estatus de la Corona. De la Zarzuela no constan quejas, pero sí las presentó, y en tono contundente, Pablo Iglesias cuando todavía era vicepresidente segundo por haberse enterado por la prensa de la salida de España de Juan Carlos de Borbón en agosto del año pasado.
Sánchez, sin embargo, ha confiado en su "mano derecha" hasta el final.
Desde su privilegiada silla de presidenta de la comisión de subsecretarios ha marcado el paso legislativo del Consejo de Ministros durante tres años. Ha hecho y deshecho. Y también se ha peleado, y mucho, con el ya exjefe de gabinete, Iván Redondo, una tradición en la Moncloa, con este y anteriores gobiernos.
Pero si el presidente buscaba renovar la imagen del Gobierno su rostro era el paradigma del pasado y tenía muchas papeletas como así ha sido, para coger la puerta.
Le queda el consuelo de que el proyecto de una de sus leyes más preciadas y trabajadas, la de la memoria democrática, recibirá la luz verde del Consejo de Ministros el próximo martes. Solo que ya no estará sentada a la derecha de Sánchez para disfrutar del momento.