La renovación del Gobierno apaga la tensión con Marruecos pero no el roce con Podemos
Los cambios en la parte socialista del Ejecutivo no logran contener el desgaste político que sufre Pedro Sánchez
Un «auténtico terremoto», alertaron en la Moncloa, cuando Pedro Sánchez decidió aprovechar un plácido sábado de julio para acometer una «profunda» renovación del Gobierno. Mucho más profunda de lo que la mayoría había supuesto tras los contactos y las conversaciones que el presidente había mantenido con su círculo en las semanas anteriores y que terminó con la salida de siete de los 17 ministros del PSOE, además de su jefe de gabinete, el todopoderoso Iván Redondo.
La previsión inicial era abordar estos relevos después del verano, pero finalmente Sánchez optó por precipitar el calendario para dar tiempo a los ministros entrantes a adaptarse a su nueva vida antes de que comenzara el curso político.
Un mes después de la remodelación ejecutada por el socialista, el efecto revulsivo se ha diluido. El Ejecutivo no termina de despegar y encadena un incendio tras otro, sin mostrar ningún signo de recuperación en las encuestas —el PP sigue en ascenso— y entre las críticas furibundas de la oposición que creen que el movimiento «no ha servido para nada». Y por si no fuera suficiente, con Unidas Podemos yendo a su aire.
Si Sánchez perseguía limar las diferencias con su socio de coalición, está claro que no lo ha logrado. Los desacuerdos en la ley de vivienda, la reforma fiscal o el choque por los «escándalos» de Juan Carlos I demuestran que la brecha en el seno del Gobierno sigue lejos de corregirse.
Los morados han decidido además aprovechar el incremento sin precedentes del precio de la luz para marcar perfil propio y hacer oposición al Gobierno como si no estuvieran sentados en el Consejo de Ministros junto al PSOE.
El grupo confederal, a través de su portavoz Pablo Echenique, anunció protestas en la calle y desde el ala socialista del Gobierno se dejó claro el malestar por esa posición, recordando que tratan de soplar y sorber al mismo tiempo y que deberían ser parte de las soluciones y no de las protestas.
La subida de la luz no ha podido contener la pelea en público de los socios. Tampoco se logró en el anterior desencuentro, motivado hace apenas dos semanas por la ampliación del aeropuerto de El Prat. Podemos intentó torpedear el anuncio y avisó de que si el Ejecutivo no daba un paso atrás en su intención por ampliar el aeródromo se manifestarían en Barcelona en septiembre junto a otros partidos y entidades ecologistas. Pero lo hizo a través de su marca en Cataluña y sin que la sangre llegara al río.
Al margen de las habituales cuitas con los morados, la parte socialista del Gobierno también ha tenido problemas para bailar al mismo son. Cuarenta y ocho horas después de que la titular de Política Territorial, Isabel Rodríguez, anunciara la creación de un grupo de trabajo con la Generalitat para estudiar el traspaso del MIR a Cataluña, la ministra de Sanidad corregía a su compañera y rechazaba que el Ejecutivo fuese a transferir competencias sobre esta materia. «No está en la agenda del Gobierno», zanjó Carolina Darias.
Tres días después era la titular de Hacienda, la que desautorizaba al de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. María Jesús Montero negaba con contundencia que también estuviera en la agenda gubernamental o fuese a estar «nunca», apostillaba, algún tipo de impuesto especial para Madrid como había dejado entrever José Luis Escrivá. En una visita a Valencia, el antiguo responsable de la Airef secundaba la propuesta que el presidente Ximo Puig había puesto semanas antes en circulación como manera de compensar al resto de comunidades por el efecto capitalidad.
En este tiempo Sánchez no sólo ha visto como sus ministros se enmendaban unos a otros. También cómo el Tribunal Constitucional corregía al Gobierno y declaraba ilegal el decreto del primer estado de alarma. Un duro revés que ha cogido ya a Carmen Calvo, ideóloga de la medida, fuera del Ejecutivo pero que afecta de lleno al nuevo gabinete.
El actual ministro de Presidencia, Félix Bolaños, que en marzo de 2020 era secretario general de Presidencia, se encargó junto a Calvo de apuntalar el decreto, de defender su idoneidad de puertas para adentro y de explicarlo a los medios.
Pero no todo han sido malas noticias. El tiento de José Manuel Albares con Marruecos vislumbra el final de la crisis diplomática. Desde su llegada a Exteriores, los gestos amistosos por parte de Rabat se han multiplicado mientras se suceden en paralelo las conversaciones discretas entre los dos gobiernos. Una guerra que seguirá abierta de forma oficial hasta que se restablezcan todos los canales ministeriales entre ambos países y hasta que la embajadora alauí en Madrid, Karima Benyaich, llamada a consultas en mayo tras la hospitalización en Logroño del líder del Frente Polisario, regrese a su puesto.