Diario de León

OPINIÓN Antonio Papell LA CRISIS DEL «PRESTIGE»

Absentismo en Galicia

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Para ilustrar la gran polémica que se ha suscitado a raíz del naufragio del Prestige, no es ocioso recordar lo sucedido en Alemania este pasado verano. El canciller socialdemócrata Schröder, al frente de la coalición «rojiverde», se abocaba a una segura derrota, corroborada unánimemente por las encuestas, en las elecciones del pasado 22 de septiembre. El candidato cristiano demócrata Stoiber le aventajaba en una decena de puntos al asomar el mes de agosto. Pero sucedió lo imprevisto: unas lluvias extraordinarias produjeron gravísimas inundaciones en varios lander de la antigua República Democrática; Schröder tomó con gran empuje las riendas de la situación, se puso a pie de obra, organizó el salvamento de las personas y de los bienes, habilitó en días recursos para la reconstrucción de lo devastado... Y en poco tiempo se invirtieron las tendencias electorales. Como es conocido, el tándem Schröder-Fisher ganó las elecciones. La opinión pública, lejos de pensar que su jefe de Gobierno acudía a resolver la catástrofe para «salir en la foto», aplaudió sin ambages su determinación y arrojo, que contribuyó grandemente a minimizar los efectos del desastre. Es posible que Schröder hubiera podido llevar a cabo una acción igualmente eficaz frente a la adversidad desde su despacho, impartiendo las órdenes oportunas, pero la ciudadanía agradeció ostensiblemente -y las urnas han dado prueba elocuente de ello que el máximo responsable político del país adquiriera plena visibilidad y se pusiese personalmente al frente del salvamento. Las sociedades democráticas gustan sin duda de que sus líderes tengan determinación e iniciativa en los momentos difíciles. En Galicia, la percepción de las víctimas de la «marea negra» es bien negativa, y acusa de inhibición a todas las autoridades, tanto autonómicas como estatales. La lista de errores ha sido interminable, por lo que será suficiente citar unos cuantos: el ministro de Agricultura, con una ligereza incomprensible, descartó en un primer momento que los problemas del Prestige, ya con una espectacular vía de agua en su casco, degenerasen en una «marea negra»; ha faltado en todo momento información, como si al negarla se estuviera ahuyentando el riesgo; no se tuvo la iniciativa de acopiar, en cuanto se advirtió el peligro, el material de protección, limpieza y depósito de contaminante que previsiblemente se iba a necesitar; no se han sabido organizar los efectivos humanos que iban a descontaminar las costas, y ello ha dado lugar a nuevos espectáculos de improvisación; no se ha decidido enviar al Ejército hasta el último momento, como lo prueba el hecho de que, hasta el pasado miércoles, tres semanas después de la catástrofe, hubiese sólo 70 soldados sobre el terreno; no se ha gestionado bien el voluntariado que, en un admirable rapto de solidaridad, está acudiendo a Galicia a colaborar en la limpieza; se consiguió que barcos extranjeros de succión de vertidos en el mar -España no tiene ninguno acudieran a la zona contaminada, pero los pescadores que están luchando a brazo partido para impedir que las manchas se adentren en las Rías Bajas no tienen ayuda pública alguna... En definitiva, la única iniciativa realmente rápida y eficaz que hay que reconocer al Gobierno y a la comunidad gallega es la habilitación de recursos para subsidiar a los pescadores que quedarán irremisiblemente en paro durante largo tiempo. Iniciativa plausible pero insuficiente, y cuya adopción no basta para eliminar la sensación, experimentada por todo el pueblo gallego, de que ha sido abandonado a su suerte. Las cacerías de Fraga y algún ministro y la manifiesta defección de algún otro del lugar de la tragedia no son hechos objetivamente relevantes, pero han contribuido a generar esa sensación inconveniente. La oposición política, que tiene la obligación institucional de ejercer la contradicción y el control del poder, ha dispuesto de escaso margen para mantener una actitud constructiva. Ante la manifiesta desazón de la opinión pública, indignada y presa de la crispación, no ha tenido más remedio que canalizarla. Rajoy ha acusado a los socialistas de «falta de patriotismo» por su actitud beligerante, cuya expresión más evidente es la moción de censura presentada en Galicia contra la mayoría popular, pero la imputación no parece muy fundada. El espectáculo de los pescadores de Arosa recogiendo con las manos el viscoso fuel y depositándolo en la sentina de sus pequeños barcos sin contar con herramientas adecuadas, sin más recursos que los improvisados precipitadamente, resulta tan patético que las protestas de las minorías políticas resultan claramente justificadas. Álvarez Cascos reconoció el miércoles que este país no contaba con medios apropiados para combatir una catástrofe de esta envergadura. Pero lo realmente censurable es que las carencias no hayan sido suplidas mediante decisiones rápidas, imaginativas y coordinadas, tendentes a movilizar todos los medios disponibles en el Estado. Han faltado, en fin, reflejos y dirección política.

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