Se diría que Rajoy es el hombre... o no

La suspensión del tradicional cóctel del aniversario de la Constitución tras la ceremonia conmemorativa era de una lógica aplastante. España, y mucho menos la España oficial, no está para fiestas. La medida de la gravedad de la situación en Galicia nos la da el hecho de que nunca se había suprimido ese festival, o al menos yo no me acuerdo. Es quizá la decisión más sensata, sobre todo situándonos muy pocas horas después del largo debate, por llamarlo de alguna manera, que había tenido lugar en la comisión mixta para la Unión Europea, asombroso escenario sustitutorio del más natural que hubiera sido el denegado pleno extraordinario del Congreso de los Diputados. La sesión no había servido prácticamente para nada, a no ser que detrás de la correosidad y la nerviosa imperturbabilidad del vicepresidente Rajoy se esconda algún impacto secreto en su ánimo de todo lo que le dijeron los portavoces de los grupos parlamentarios. Por cierto, todavía no entiendo que Rajoy se empleara a fondo exclusivamente en contra de Rodríguez Zapatero, cuando las intervenciones de los portavoces del BNG, del PNV y de IU fueron infinitamente más duras. Por eso no es extraño que los comentarios en la ceremonia de ayer giraran en torno a insoportable levedad de Rajoy, al que muchos ven ahora como el sucesor más probable de Aznar, tras demostrar estos días que nadie sería capaz de hacer mejor que él las típicas operaciones que constituyen la esencia de la estrategia del PP. ¿Es que Rato o Mayor habrían sido capaces de presentar airosamente la acción del Gobierno en la gran crisis del petrolero como él lo ha hecho? ¿Es que sus dos rivales habrían sabido atacar y descalificar más injustamente a Rodríguez Zapatero, al tiempo que se mostraba casi obsequioso con todos los demás adversarios en el Parlamento? No, no: chapó a Mariano Rajoy, que sería el sucesor ideal para quienes viven y sienten la política como lo hace la gente importante del PP, pues se trata de no cambiar nada esencial, pero poner al frente a un gallego ejerciente que no se inmuta por nada.