La gran bronca se traslada al Senado
«Para qué sirve el Senado?». Hubo un tiempo en que España, allá por 2011, con el impulso del 15M, se hacía esta pregunta, cuando los oropeles de la Cámara alta indignaban a una sociedad cada vez más empobrecida. Pero una década después, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición encontraron la respuesta: para convertirlo en una prolongación del Congreso de los Diputados y extender hasta ahí la bronca política.
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo quedaron en el Senado para debatir sobre política energética y acabaron echándose a la cara las centrales nucleares, los acuerdos con Bildu y ERC, la política exterior, la renovación del Poder Judicial, las ayudas a la gratuidad de los libros de texto, el helicóptero Superpuma y hasta a García Márquez. Protagonizaron un debate áspero que apenas sirvió para mostrar la distancia sideral que existe entre los dos principales partidos del país.
«Termina el verano», informó Sánchez a los españoles en sus primeras palabras de su primera intervención. Los optimistas pensaron que podía ser una tarde tranquila cuando vieron al presidente del Gobierno felicitar efusivamente a su antigua rival, Susana Díaz, que juraba como nueva senadora por Andalucía. Se iba a hablar del ‘Plan de choque de ahorro y gestión energética en climatización y su perspectiva territorial, así como del contexto económico y social del mismo’, un largo enunciado que se resume de una forma más terrenal: las consecuencias de la guerra de Ucrania.
Y al principio, durante unos minutos, el Senado español pareció el Bundesrat. El presidente del Gobierno decía que Rusia «no tiene ninguna posibilidad de doblegar a una Europa unida» y que «España está obligada a ayudar a sus hermanos europeos» y los senadores, de todos los partidos, parecían escuchar con atención y asentir. Hubo una lejana evocación a Kennedy cuando Sánchez pidió a los españoles que se preguntaran «qué necesita España» e incluso Feijóo comenzó con buenas palabras: «Presidente, gracias por aceptar esta invitación».
Sabiendo que le tocaba ver el partido desde la grada, la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, era la viva imagen de la tranquilidad. Pero la cabra tira al monte y el político español, al barro, de manera que enseguida volvió el juego sucio y ahí se quedó, ya para siempre, el debate.
En septiembre de 2022, ser presidente del Gobierno no obliga a llevar corbata, pero sí a decir ‘Putin’ muchas veces, a secas y masticando las sílabas.
‘Putin’ tiene nombre de malo de película y de verdad que da miedo, pero el presidente del Gobierno quiso rebajar la tensión dramática. No va a llegar el «apocalipsis» que pregonan «la derecha y la ultraderecha», que, a juicio de Sánchez, también son muy malos. En estas, siguiendo los axiomas de Pavlov, la bancada gubernamental aplaudía con fuerza cuando escucha «la derecha y la ultraderecha». En un formato en el que Sánchez jugó con ventaja (habló dos horas, mientras Feijóo apenas tuvo 30 minutos), la tregua estaba a punto de acabar.
Pronto empezaron las caritas, los gritos («noooooooooo»), los reproches («no haga el ridículo», de Sánchez a Feijóo) y ni siquiera la aparición en escena de un premio Nobel calmó el ambiente. En los últimos días, Feijóo ha comparado a Sánchez con el sangriento dictador de ‘El otoño del patriarca’. «Si un asesor mío hubiera escrito en un discurso que usted era como ‘El otoño del patriarca’, yo lo habría tachado. Usted, en cambio, ha vuelto a refrendar hoy que yo soy como el protagonista de la novela», dijo Sánchez, enfadado de verdad por la alusión.
En sus casi tres horas de cara a cara, Sánchez y Feijóo llegaron a usar argumentos parecidos para descalificar al rival. «Nadie se equivoca siempre, ni siquiera usted», concedió Feijóo. «Hasta un reloj averiado da dos veces bien la hora cada día», le respondió Sánchez, que se preguntó si Feijóo actúa como actúa «por insolvencia o por mala fe».
Ahí, el líder gallego quiso homenajear, quizá involuntariamente, a Mariano Rajoy y tiró de ironía: «Es usted un mal presidente y no es un insulto, es una crónica», «me he leído el currículo de sus ministros y con alguno he tardado unos segundos».
«Para hacer oposición, usted sólo tendrá que esperar unos meses». Fue lo último que dijo.