Regreso a octubre de 2017, el mes que Cataluña soñó con la independencia
Octubre de 2017 fue el mes más convulso de la reciente historia de Cataluña. Algunos vieron la independencia casi «a tocar», como insistía la propaganda oficial del movimiento secesionista. Se consumó lo que se había advertido como un gran choque de trenes: entre la Generalitat y la España constitucional.
El día icónico fue el 1 de octubre, jornada soñada por los nacionalistas, que ya habían protagonizado un primer ensayo tres años antes con el plebiscito del 9-N. El Gobierno de Mariano Rajoy había afirmado por activa y por pasiva que no habría un referéndum y tampoco urnas ni papeletas. Un total de 2,2 millones de personas acudieron a votar a una cita sin valor legal. El 90% se decantó por el sí a que «Cataluña sea un estado independiente».
«El recuerdo del día es una dicotomía», afirma Dolors Bassa, consejera de Trabajo con Carles Puigdemont. Fue condenada a 12 años de prisión y luego indultada. «Era un día de felicidad», señala. Pero de inmediato le llamaron para que regresara a Barcelona porque Puigdemont había convocado a su Gobierno en el Palau de la Generalitat. Las cargas policiales dieron la vuelta al mundo. Mil heridos, la gran mayoría leves. «Había dudas sobre si debíamos seguir», señala la exconsejera. El día acabó con mucha pena, dice.
Jordi Pesarrodona, actual vicepresidente de la ANC y entonces concejal de ERC en Sant Joan de Vilatorrada, en Barcelona, se hizo popular tras posar con una nariz de payaso junto a un guardia civil el 20 de septiembre. «Recuerdo el 1-O con mucha pena», señala. «Aquel día rompí totalmente con el Estado, no hay ninguna posibilidad de reconciliación», zanja. Para Bassa, el plebiscito fue un acto de «empoderamiento» de la sociedad. Para Pesarrodona, un «referéndum vinculante». En cambio, para Carlos Carrizosa, líder de Ciudadanos en Cataluña y entonces segundo de Inés Arrimadas, el 1-O representó un «atraco» a los catalanes y a los españoles.
A su juicio, el independentismo usó a los manifestantes en los colegios como «escudos humanos». «Puigdemont y Junqueras buscaban una foto» (la de las cargas) y buscaban su día de gloria», señala. Su sensación también es de «frustración», porque el Gobierno central estaba «a por uvas» y tenía que haber activado el 155 tras las jornadas parlamentarias del 6 y 7 de septiembre en que los separatistas aprobaron las leyes de la desconexión. A los dos días, cientos de miles de personas salieron a la calle, en una «huelga de país» que fue multitudinaria. Bassa rememora la jornada con mucha «alegría». Hasta la noche. El rey pronunció su discurso «y ya nos dimos cuenta de que tendríamos problemas», dice. «Es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones», sentenció Felipe VI.
Hasta esa noche del 3 de octubre, el independentismo tenía un plan, con las urnas y la movilización. A partir de ahí, se agudizaron las dudas, los enfrentamientos y la división. Nadie sabía muy bien qué hacer. «El discurso del Rey puso las cosas en su sitio», reflexiona Carrizosa. «No lograron paralizar Cataluña», remacha. «Vieron que la sociedad en su conjunto no les secundó, solo tenían el apoyo de los suyos». «No iba a ningún lado» Dos días después de la mayor manifestación celebrada nunca por el constitucionalismo en Barcelona -se cifró en un millón de personas-, Puigdemont convocó pleno para el 10 en el Parlament de Cataluña a fin de declarar la independencia. Fue la DUI que duró solo ocho segundos.
Puigdemont siguió adelante con la proclamación de la república. A las 15.27 horas del 27 de octubre de 2017, el Parlament aprobó una resolución que proclamó la república catalana. La mitad de la Cámara catalana -Ciudadanos, PSC y PP- se ausentó del hemiciclo. La votación no se publicó nunca en el boletín oficial del Parlament. Nadie ordenó arriar la rojigualda del Palau de la Generalitat y del Parlament. «Nunca planteamos que bajaríamos la bandera española», reconoce Bassa. «A alguno le entró el miedo y ordenó la retirada», denuncia Pesarrodona. Por la tarde, Rajoy pulsó el botón del 155 y, por primera vez, una autonomía quedó intervenida por el Estado. El presidente y todos los consejeros fueron cesados. Pero todos acataron. «El 155 fue un alivio», dice Carrizosa, quien concluye que el propio independentismo era consciente de que la había «liado».