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El adiós del alcalde de Marinaleda que daba casas por 15 euros y saqueó súper

Sánchez Gordillo. ROMÁN RÍOS

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León

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Quiso hacer de Marinaleda, un pueblo de menos de 3.000 habitantes situado en la sierra sevillana, su particular paraíso comunista. Pero José Manuel Sánchez Gordillo, histórico líder jornalero, alcalde durante más de 40 años, se ha dejado los votos y la salud por el camino. Poco tuvieron que ver las últimas elecciones municipales de 2019, cuando ganó por la mínima. Apenas unas cuantas papeletas de diferencia frente a aquellas mayorías no ya absolutas sino totales, cuando la corporación del Ayuntamiento al completo pertenecía a Candidatura Unitaria de Trabajadores, la formación integrada en Izquierda Unida que lidera este admirador de Max y Gandhi, el Lenin andaluz, un agitador vocacional, ahora obligado a abandonar un cargo que parecía hecho a medida.

Marinaleda no conoce otro alcalde que Sánchez Gordillo, en una de las experiencias de poder político más duraderas de España. Ganó las primeras elecciones democráticas tras el franquismo, en 1979, y desde entonces ha conservado el cargo contra viento y marea. Cuesta imaginarlo ahora, a sus 74 años, derrotado por las circunstancias: varios ictus y sus secuelas hacen inviable que se mantenga al frente de este municipio donde el PP y el PSOE no son bienvenidos. Los dos grandes partidos ni siquiera sumaron cien votos en las últimas municipales. Sólo Avanza Marinaleda, una candidatura independiente, consiguió que el eterno alcalde conociera el miedo electoral.

Pero Sánchez Gordillo, el terror de los supermercados, un referente para Bildu, volvió a ganar. De eso hace ahora cuatro años. Ahora se retira sin haber perdido nunca unos comicios, y quienes lo conocen saben que seguirá moviendo todos los hilos que pueda. Porque su férreo control sobre el pueblo es una sombra alargada, la zona más oscura de su gestión. «Que se atengan a las consecuencias», advirtió a quienes votaron otras opciones en 2019: «Vamos a ser duros. Aquella gente que dé la cara por este proyecto va a tener recompensa, y quienes no den la cara no van a tenerla. Serán destinados a las tinieblas si hace falta».

Para Gordillo, siempre con una palestina rodeando su cuello, cualquier oposición supone una traición. Durante 44 años ha ofrecido algo parecido a la gloria comunista: casas de dos plantas por 15 euros al mes, pleno empleo a través de cooperativas en las que el gerente gana lo mismo que un oficinista, un sueldo único de unos 1.200 euros para todos los vecinos, la ocupación de fincas de terratenientes para su expropiación y un sistema asambleario para la toma de decisiones. A cambio había, hay, que guardar lealtad al alcalde. Es el precio de «la utopía»; viviendas casi gratis, sí, pero para quienes lo votan. Así lo explicaba en uno de sus últimos discursos, con evidentes dificultades en el habla: «Las primeras viviendas van a ser para quienes dieron la cara por este proyecto».

Entre sus prioridades siempre ha estado el cierre de las conserveras y otras empresas instaladas en el pueblo con el objetivo de que sólo el Ayuntamiento genere empleo. Pero el ocaso era ya más que evidente: al deterioro físico se suma el desengaño de cientos de votantes por la deriva autoritaria que ha manchado la gestión de Gordillo estas legislaturas.

Atrás quedan sus 12 años como diputado andaluz y sus actos de protesta, una estudiada puesta en escena que casi siempre hacía coincidir con las épocas de sequía informativa para asegurarse un lugar destacado desde donde mostrar sus ideales al resto del país. En 2012 se presentó como un Robin Hood moderno, diseñando el asalto a cadenas como Mercadona o Carrefour en plena crisis económica bajo la premisa de robar productos básicos que luego debían ser entregados a los más vulnerables. Los primeros, eso sí, sus votantes.