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León

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«Usted y yo vivimos en el mismo planeta», le dijo Ramón Tamames, por si fuera necesario aclararlo, a Patxi López en la segunda jornada de la moción de censura presentada por Vox que ha servido para lanzar bajo el boato del Congreso la campaña electoral; singularmente, la de la parte del Gobierno que encarnan el presidente Sánchez y la vicepresidenta Díaz frente al otro flanco de la coalición —Podemos— que está viendo cómo le remueven y se le remueve el suelo político bajo sus pies.

La constatación del candidato de Vox al portavoz parlamentario del PSOE, del exdirigente comunista que pisó las prisiones franquistas al hijo del histórico ‘Lalo’ al que la dictadura encarceló y desterró, preludiaba una admonición: «Creo que se excita demasiado», le reconvino Tamames tras escuchar «el mitin» desde la tribuna de López y decirse inquieto por que un día de estos vaya a darle «un infarto». El dirigente socialista, elegido por Sánchez, entre otras cosas y precisamente, por su capacidad para arengar a los suyos y tocarles la fibra sensible aunque el artesonado del Congreso diste de las campas partidarias, se lo tomó con deportividad: «A veces me dejo llevar por la pasión».

En medio de una jornada anodina, que el PP despachó rápido para salvar cuanto antes una moción en la que no se le ha perdido nada y ha rematado Sánchez para denunciar, breve, «el fraude constitucional» perpetrado por Vox, el rifirrafe entre Tamames y López vino a resumir el metaverso en el que ha estado sumergido el Congreso durante casi 28 horas. Un país real asomado —se supone— a la irrealidad de una moción de censura preñada por lo insólito.

El aquí y el ahora desplegados bajo el espacio virtual de las expectativas electorales: las del presidente censurado, que fía su reelección a aguantar el tirón y a que lo demuestre, sumando, la Díaz con la que baila en el Consejo de Ministros; las de Feijóo ansiando que «el gol en propia puerta» de Vox apuntale la fuga de voto útil de la extrema derecha hacia sus filas; las de Podemos aferrándose a su hegemonía en el ecosistema morado para no descalabrarse el 28-M; o las de Vox para no perder pie tras una moción que ha naufragado no tanto por el —conocido— resultado, sino por no haber conseguido incomodar todo lo pretendido al PP. El pasado, el presente y el futuro. Todo en la misma sesión en la que Tamames ha alertado de volver a las pautas de enfrentamiento de la España cainita del 36.

Si ayer se condolió de lo mucho que duran las alocuciones en el Congreso, el candidato de Vox afeó a los presentes el tono mitinero y la ausencia de puntos de entendimiento tantas horas de debate después.

Tamames coincide en el mismo planeta que quienes le han escuchados estos dos días en el Congreso, pero su mundo ya no es el de este. Pretender que la Cámara baja no se erija en caja de resonancia de las pretensiones electorales de los partidos a dos meses del 28-M y enfilados hacia las generales —«hablar de la acción del Gobierno le viene bien al Gobierno», sostienen eufemísticamente en la Moncloa— es como verse a uno mismo triunfante en esta moción de censura. Una quimera, una ilusión. Como alertar contra este remedo de «las dos Españas» de la Guerra Civil en la que, según el viejo profesor represaliado «no hubo buenos ni malos», cuando si algo ha demostrado la sesión es que puede haber tantas Españas como españoles de atender a lo que proclaman sus múltiples y plurales portavoces. Independentistas incluidos.

Tamames, que tuvo para todos —a Íñigo Errejón le recordó a su padre con afecto antes de atribuirle a él falta de «racionalidad»—, agradeció la oportunidad en el tramo final de su vida y ha prometido que guardará la moción, «que no ha sido ociosa», como una experiencia imborrable. Es probable que la memoria del Congreso, que viene a ser la de políticos y periodistas más allá del diario de sesiones, conserve lo acaecido como una de esas rarezas de la hiperventilada dialéctica española.

Todos saben que fuera del metaverso del Congreso están los votantes con sus cuitas domésticas y que se la juegan, casi a una carta. «Sánchez es demasiado peligroso como para darle por muerto», dejó dicho Inés Arrimadas en nombre del moribundo Ciudadanos.