Sánchez y Feijóo libran una guerra de nervios con la Mesa del Congreso como primer test
Moncloa cree que el líder del PP alienta su investidura para «esconder su fracaso» y Génova incide en que dará el paso
No habrá disimulos. El PSOE quiere aletargar el debate sobre la investidura de Pedro Sánchez —dejar «madurar» las cosas, según el término empleado el martes por su vicesecretaria general, María Jesús Montero—, pero no oculta que su intención es entenderse de algún modo con el partido de Carles Puigdemont, prófugo de la justicia, además de con Sumar y el resto de formaciones nacionalistas e independentistas que le han dado apoyo en esta legislatura.
Solo así podrá garantizarse la continuidad en el Gobierno. Y ese camino empezará a asfaltarse ya con la constitución de las Cortes, el 17 de agosto, y la elección de los miembros de la Mesa, tanto de la presidencia como de las cuatro vicepresidencias y las cuatro secretarías. Los socialistas han dejado claro que, a pesar de no ser la fuerza más votada, pretenden seguir presidiendo la Cámara baja como primer partido de la «mayoría progresista» que, defienden, ha salido de las urnas.
Pero para lograrlo necesitará contar el apoyo de sus potenciales aliados. Si estos están dispuestos a darlos gratis o si exigirán, por ejemplo, algún puesto en el órgano de gobierno de la tercera institución del Estado, como ha ocurrrido en otras ocasiones,es todavía una incógnita.
Una de las bazas con las que puede jugar el PSOE es el ofrecimiento de alguna fórmula que permita a ERC y Junts formar grupo parlamentario, a pesar de que actualmente no cumplen los requisitos exigidos por el reglamento: tener 15 diputados (cada uno atesora siete); o cinco, pero que supongan el 15% del voto en cada una de las circunscripciones en las que se han presentado, cosa que ninguna de las dos formaciones cumple, o el 5% nacional, que tampoco.
El préstamo de diputados para alcanzar los mínimos exigidos ha sido una práctica relativamente habitual a lo largo de la democracia, aunque debe ser avalada en última instancia por la Mesa. En cualquier caso, la ventaja con la que, a diferencia de lo que ocurrirá con la investidura, contarán aquí los socialistas es que es que, al tratarse de una votación nominal, el riesgo de que Junts per Catalunya torpedee la operación es bajo. A expensas del recuento del voto de los residentes ausentes (CERA), que se conocerá este viernes y que aún puede hacer que algún escaño cambie de partido y altere la ecuación, los socialistas pueden sumar a su favor 172 votos (PSOE, Sumar, PNV, ERC, EH Bildu, BNG) y los populares, en el mejor de los casos, 171 (PP, Vox, UPN y Coalición Canaria). Para la elección de la presidencia, cada diputado debe escribir un nombre en una papeleta y la conquista quien obtenga mayoría absoluta (176 escaños). Si nadie llega, se repite el proceso. Entonces, basta con una mayoría simple (más síes que noes).
El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, evitó ayer aclarar qué está dispuesto a ofrecer a los demás grupos. «Nuestra fórmula es conocida: discreción en las negociaciones y publicidad en los acuerdos cuando se logren», adujo, tanto en referencia a la Mesa como a la investidura. En lo que sí se mostró claro, sin embargo, fue en la nula disposición a pactar nada con el PP, pese a agradecer, con ironía, a Alberto Núñez Feijóo que «ahora» considere al PSOE un «partido de Estado». «Cuando durante años has faltado tanto al respeto, has insultado tanto a todos los grupos parlamentarios de la Cámara, te enfrentas a una terrible soledad, solo acompañada en su caso por la ultraderecha más extrema», dijo en alusión a la llamada realizada por el líder de la oposición el martes «para que no gobiernen los independentistas».
Bolaños argumentó que el propio Feijóo sabe que no tiene opciones de ser investido presidente y que se limita a fingir lo contario «para evitar su fracaso». Aun sin diálogo y sin apoyos, y contando con las criticas de la izquierda, el líder de los populares no tira la toalla y mantendrá viva esa opción hasta el final. La voluntad del dirigente gallego es ir a una investidura, aunque resulte fallida, y mucho más si recibe el encargo del Rey como líder del partido más votado el 23-J, aseguran fuentes de la dirección popular.
En el PP hay consenso sobre que sería «un gravísimo error» emular a Inés Arrimadas cuando renunció a presentarse a su investidura.