El País Vasco decide su futuro en las elecciones más inciertas de los últimos 40 años
La jornada electoral más incierta en Euskadi de los últimos años ha arrancado a las 9.00 horas de este domingo con la incógnita del triunfo del PNV, tradicional ganador de estos comicios, o EH Bildu, que por primera vez en la historia puede disputarle ese puesto, según las encuestas.
En una jornada soleada y fresca, cerca de 1,8 millones de vascos están llamados a votar para elegir a las 75 personas que compondrán el Parlamento Vasco en la decimotercera legislatura de esta comunidad autónoma.
De entre las catorce candidaturas que concurren a los comicios, los partidos con posibilidades reales y ciertas de obtener representación en la Cámara vasca son el PNV, EH Bildu, el PSE/EE y el PP.
Las dudas recaen en Sumar y Elkarrekin Podemos, tras la escisión de esta franja de la izquierda, y también en Vox, partido que solo consiguió un único escaño por Álava la pasada legislatura.
También son las primeras elecciones en casi diez años con un cambio total de caras en los candidatos a lehendakari ya que las principales formaciones -PNV, EH Bildu, PSE/EE y PP- han renovado a sus aspirantes a ese cargo.
La ciudadanía vasca, con sus casi 1,8 millones de electores con derecho a voto, afronta los comicios autonómicos más disputados e inciertos en años, solo comparables a los de 1986 que los socialistas ganaron en escaños a un PNV desangrado por la escisión de Eusko Alkartasuna aunque retuvo Ajuria Enea; a los de 2001, que entronizaron a Juan José Ibarretxe frente a la dupla del constitucionalismo conformada por Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros en plena ofensiva de ETA; y a los de 2009 que dieron lugar al único trienio con los peneuvistas fuera del poder por el pacto PSE-PP que hizo lehendakari a Patxi López.
Pero las elecciones de este domingo no solo se presentan reñidas y polarizadas al extremo, sino que tienen una triple particularidad: el pulso se dirime, con tintes casi fratricidas, entre el PNV y la izquierda abertzale que hoy lidera EH Bildu, la banda etarra se disolvió definitivamente hace seis años y los dos competidores nacionalistas se han erigido en los socios más confiables en los pactos para la gobernabilidad española a los que ha fiado su suerte Pedro Sánchez.
Un escenario con esa significación, marcado por la posibilidad de que la coalición de Arnaldo Otegi consume un sorpaso histórico sin haber apostatado de la "lucha armada" y aun cuando todos los pronósticos apunten a una reedición del Gobierno de los peneuvistas con el PSE -con o sin la mayoría absoluta situada en 38 escaños-, hacía prever una campaña a cara de perro que, sin embargo, no ha sido tal.
En esa hipotensión electoral ha jugado un papel determinante el apaciguamiento de las reivindicaciones más identitarias, la recolocación de las prioridades en la gestión de los servicios públicos -la joya de la corona del autogobierno vasco y símbolo de la casi imbatibilidad del PNV- y la decisión de EH Bildu de confrontar, sí, con los de Andoni Ortuzar pero no con la ferocidad esperada del que ambiciona vencerles en una revancha cocinada a fuego lento.
La coalición pretendía para su neófito candidato, Pello Otxandiano, una carrera hacia las urnas de curso rápido -"Están todos con la papeleta entre los dientes para ir a votar ya", resumía al inicio de la liza, con inquietud, un cargo peneuvista ahora más confiado-, limpia e indolora.
El voto de los 18 a los 50
Y casi lo logra, hasta que la negativa de Otxandiano a calificar de terrorista a ETA, la investigación reactivada a Otegi por un asesinato cometido por la banda en 1980 y el recurso a los mensajes de calculada ambigüedad sobre un pasado de violencia que no deja de llamar a la puerta resucitaron lo que no solo la izquierda abertzale buscaba sortear.
También sus principales contrincantes habían eludido ese lacerante recordatorio, comprometidos con las políticas de memoria pero persuadidos, también, de que el fantasma etarra está amortizado para la mayoría de la sociedad vasca y de que se corre el riesgo, al agitarlo, de apretar aun más las filas en torno a una izquierda abertzale vista por el electorado de los 18 a los 50 como una sigla a la que abrazar.
Es una incógnita en qué se traducirán en las urnas, si es que lo hacen, los déficits éticos que sus rivales echaron en cara a Bildu con la campaña agonizando. Pero si los electores -los ya resueltos, los indecisos que superarían el 20% y los abstencionistas que dejen de serlo- acaban premiando a Otegi y los suyos con una victoria sin precedentes, tras haber recaído en su escapismo con respecto a las responsabilidades contraídas en el pasado, se sellará el cierre del ciclo post-ETA que aún planea sobre la Euskadi de este 2024. Ese pase de página preñado de olvido del que se duelen las víctimas.
La paciencia estratégica" de Otegi puede permitirse hoy una victoria sin la guinda de gobernar. Para el PNV, una derrota -en especial si fuera también en votos- aunque conserve Ajuria Enea supondría un revés de difícil digestión, más aún tras el problemático relevo por el casi desconocido Imanol Pradales de un Iñigo Urkullu que concluye 12 años de un mandato de moderación.
El nuevo Parlamento será el más soberanista de la democracia vasca con la pulsión independentista en mínimos y, salvo apoyo, siempre negado, a Bildu, Sánchez no verá peligrar la asociación ni con el PNV ni con la coalición abertzale. A la espera, eso sí, de las catalanas del 12-M.
El retorno a 'la campaña de la alpargata'
El 'partido refugio', el único que sobrevivió entero al embate de la crisis financiera de 2008 y la irrupción posterior de la nueva política, confía en seguir siendo este 21-A el dique de contención frente a "la ola" de EH Bildu que cogió espuma en las municipales y generales de 2023 y cuyo retador empuje los peneuvistas creen haber enjugado en puertas de acudir a las urnas.
Tras haber dejado a los de Arnaldo Otegi a diez parlamentarios de distancia en las elecciones de la pandemia, la formación con sede en Sabin Etxea se ha visto obligada a rescatar un símbolo -'la campaña de la alpargata' de Xabier Arzalluz- para patearse barrios y pueblos con una militancia "enchufada" a fin de evitar el sorpaso.
Al frente de la comitiva un Imanol Pradales que ha aceptado el desafío, esta vez reñido e incómodo, de intentar conservar el cetro de Iñigo Urkullu, desgastado por la gestión después de tres legislaturas de impronta propia, y que se hizo grande a ojos de los suyos cuando el martes salvó el debate en la televisión pública vasca tras haber sido agredido con gas pimienta y tener "el acierto" de distinguirse de sus rivales plantándose una corbata presidencial. Los peneuvistas, que arrastran una palpable desconfianza hacia Pedro Sánchez por haber "engordado" a Bildu con sus pactos, sostienen que están en condiciones de darle la vuelta a las encuestas tras los titubeos de Pello Otxandiano sobre ETA y fían seguir siendo primera fuerza a una participación que rebase el 60%.
La nueva izquierda abertzale
El lunes Pello Otxandiano, que se ha ganado la autoridad interna en EH Bildu como el ideólogo de la izquierda abertzale que la ha convertido en un imán para votantes hasta ahora en su periferia, se personó en una cadena nacional, la Ser, con los suyos persuadidos de que tenían la campaña allí donde la querían: en el terreno de "la esperanza" y "el cambio" a los que apela el candidato, orillando cualquier arista del pasado y sin ir al choque con el PNV.
Otxandiano patinó ante la pregunta de siempre -la condena del terrorismo- formulada de forma distinta y la carrera hacia las urnas dejó de ser un camino sin espinas. Pero si sus contrincantes no creen que el desliz le haya costado un voto a Bildu de los que tiene atados -todo lo más, activar sufragio útil hacia el PNV y corticircuitar algún trasvase de las otras izquierdas-, fuentes de la coalición aseguran que sus sondeos no se han resentido lo más mínimo. Que sigue teniendo a su alcance el hito de sobrepasar en votos y en escaños -uno o dos, con victoria en Álava y Guipúzcoa- al partido de Ortuzar tras medio siglo de pugna que comenzó con el nacimiento de ETA. Aunque con cautela, porque como constata uno de sus cargos "ganar al PNV es más difícil que una encuesta".
Blanqueada como agente de paz tras haber hecho la guerra, su insólita participación en la gobernabilidad de España ha acelerado la homologación política de la nueva izquierda abertzale, empoderada por el logro del acercamiento de los presos etarras y habilidades que le reconocen hasta quienes la detestan. Las tripas de los sondeos dicen que descuella entre los jóvenes, vacía a Podemos y Sumar, pesca un 9% de electorado peneuvista y capta hasta un 5% del PSE.
Las izquierdas a la izquierda del PSOE
Que el tirón de Bildu coloca en situación crítica a las izquierdas a la izquierda del PSOE es un lugar común asumido este 21-A que no despeja dudas relevantes, sobre todo en el supuesto de que el PNV y el PSE no repitan la mayoría absoluta: cuántos de los seis escaños cosechados por Elkarrekin Podemos hace cuatro años permanecerán en la Cámara y asignados a quién o si bien ambas formaciones quedarán barridas por efecto de su división. Con los morados cobijados en la combativa candidatura de Miren Gorrotxategi y los de Yolanda Díaz en el temple de la hasta ahora desconocida Alba García, ambas formaciones sueñan con tener algún parlamentario y poder contar mínimamente en el futuro escenario si la hegemonía de la coalición entre peneuvistas y socialistas se rebaja. Mientras Podemos se dice dispuesta a hacer lehendakari a Otxandiano, Sumar carga en la necesidad de contraponer políticas progresistas al PNV.
El reto de marcar perfil
Los socialistas vascos han acabado con el ánimo arriba la campaña para el 21-A, con su cúpula convencida de que tantos ellos como el PNV aguantarán la embestida de EH Bildu y de que, en su caso, no perderán el pie de los dos dígitos -ahora tienen 10 escaños con la esperanza de que acabe siendo alguno más- y seguirán siendo determinantes para formar Gobierno. Hay voces más escépticas, dentro y fuera del partido, que aventuran sufrimiento ante una polarización extrema entre las dos familias del nacionalismo y que creen que el candidato, Eneko Andueza, se ha conducido con un desparpajo excesivo para las expectativas reales de su partido.
Andueza ha tirado de esa tenacidad campechana y de su palabra - la de que él no pactará con EH Bildu ni aun cuando se lo pidiera un Pedro Sánchez que ha avalado su compromiso en campaña- para intentar salvaguardar el terreno en peligro del socialismo vasco ante una cita con las urnas complicada para él y los suyos. Complicada, por una parte, por la necesidad de marcar perfil propio para subrayar la aportación de sus políticas al Gobierno vasco sin dejarse arrastrar por el deterioro en la gestión -singularmente en materia sanitaria- de sus socios nacionalistas. Por otra, porque los dos rivales con los que compite sostienen en el Congreso al Gobierno de Sánchez. Y, en definitiva, porque su discurso de exigencia a la izquierda abertzale para que revise críticamente su pasado colisiona con la normalidad de trato que se le dispensa en su conversión como aliado estable de la Moncloa. Andueza ha presentado al PSE como el instrumento para que no se desencadene un 'procés' a la vasca.
En busca de la cuadratura del círculo
Alberto Núñez Feijóo y su candidato a lehendakari, Javier de Andrés, añoran los tiempos en los que Euskadi no se entendía sin el concurso del PP. Fueron los años estremecedores de la persecución por ETA de sus cargos y de los socialistas, en los que los populares llegaron a ser segunda fuerza en el Parlamento vasco. Tras una travesía del desierto, una vez consumado el final del terrorismo, en la que el partido temió quedar como una fuerza residual en una comunidad con una neta mayoría nacionalista, la cosecha de votos que tiñó de azul el mapa municipal español tras el 28-M permitió a la formación de Feijóo reinvindicarse y hacer valer el peso de sus sufragios para permir que el PNV y el PSE retuvieran la Diputación de Guipúzcoa y el Ayuntamiento de Vitoria. Una decantación sin contrapartidas previo al no de los peneuvistas a investir a Feijóo que los populares no van a repetir si sus escaños llegaran a ser hoy determinantes, ante una reedición del bipartito sin mayoría absoluta.
Con el aire a favor de las expectativas de su líder y un candidato a lehendakari renovado con experencia institucional -fue diputado general de Álava y delegado del Gobierno- que no suscita animadversión, el partido se juega mejorar los seis escaños que obtuvo con la fallida coalición con Ciudadanos en las autonómicas de 2020. Y se tienta la ropa en un escenario incierto con múltiples variables, aunque cree tener amarrado un séptimo asiento -sería el cuarto por Álava- y sueña con el segundo en Guipúzcoa que aumentaría la recolecta a ocho parlamentarios. De Andrés se ha afanado en 'venderse' ante los electores como la única alternativa ante el 'tripartito sanchista' PNV-PSE-Bildu.
La necesidad de conservar la única parlamentaria
Amaia Martínez se aleja del estereotipo de los cargos de Vox con tendencia al extremismo ideológico y la extravagancia en las formas. La solitaria parlamentaria del partido de Santiago Abascal en la tierra de éste hace con simpatía personal la guerra por su cuenta, como se ha demostrado en los debates con el resto de sus rivales: ellos, salvo el PP, no la reconocen como adversaria tendiendo un cordón sanitario a su alrededor y ella pelea por salvar su espacio -ese único escaño gracias a una cosecha de apenas 17.000 votos por Álava- haciendo hincapié en cuestiones como la seguridad o el supuesto despilfarro del autogobierno. Tras quedarse de nuevo a cero en las elecciones gallegas del 18 de febrero, Vox pugna por que los de Feijóo no sigan achicándole el terreno comiéndose su escaño vasco como pronostican parte de las encuestas. Sería un negro preludio para un ciclo electoral con estaciones en Cataluña y el Europarlamento.